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Santiago Navajas

El progresismo mató al partido liberal

El liberal sin adjetivos está huérfano y duda sobre si es menos antiliberal en el fondo el conservadurismo de Casado o el progresismo de Rivera.

El liberal sin adjetivos está huérfano y duda sobre si es menos antiliberal en el fondo el conservadurismo de Casado o el progresismo de Rivera.

Ciudadanos se define como un partido liberal-progresista –o de centro reformista–. El PP se califica como liberal-conservador –o de centro derecha–. Pero suele suceder que las partes progresista y conservadora se coman a la liberal. Los conservadores porque quieren apuntalar las bases morales tradicionales de la sociedad aunque estas hayan quedado obsoletas. Los progresistas porque tratan de poner unos pilares sociales nuevos por imposición.

En el caso de Ciudadanos, los progresistas están venciendo con su visión arrogante y liberticida a los liberales en una cuestión tan relevante como la Ley de Violencia de Género, sustituyendo el primigenio feminismo liberal, que un día defendieron Albert Rivera y Marta Rivera de la Cruz, por la ideología de género de Patricia Reyes y Marta Bosquet. Este conflicto entre liberales y progresistas no es nuevo ni se circunscribe al caso español. Pat Condell explica en un breve monólogo las diferencias entre los liberales y los progresistas. Los progresistas pretenden una sociedad cada vez más controlada, regulada y, en definitiva, menos libre. Si para conseguir más igualdad tiene que sacrificar la libertad y los derechos, el progresista no lo dudará. Como dijo la coordinadora de la Ley de Violencia de Género Soledad Murillo:

Cuando hicimos la ley se nos planteaba el dilema entre la presunción de inocencia y el derecho a la vida, y optamos por salvar vidas.

Lo que no es solo una falacia, dado que no hay ninguna contradicción entre la presunción de inocencia y el derecho a la vida, sino una declaración del carácter oprobioso del progresista, capaz de realizar los medios más abyectos para conseguir fines pretendidamente benéficos. Por eso el conflicto entre el liberalismo y el progresismo es inevitable y lleva a una contradicción insalvable.

La corriente progresista de Ciudadanos ha ido devorando a los liberales de izquierda porque es dogmática y moralmente vive instalada en la soberbia. Y es que el progresista cree en el progreso a toda costa, mientras que el liberal considera que ir hacia delante no tiene por qué ser necesariamente bueno. Mejor Luis XVI que Robespierre -pero no Jorge III en comparación con George Washington-. O que el precio a pagar por el progreso puede ser en ocasiones demasiado alto. A veces, incluso, puede ser bueno ser un "reaccionario" y volver atrás en la historia (véanse las dos revoluciones rusas de 1917 y como enero es superior a octubre). Cada vez que un progresista repita que "No daremos ni un solo paso atrás en todos los derechos conseguidos" recuerde que no está sino parafraseando un célebre lema de Fidel Castro, durante mucho tiempo un icono del progresismo, para justificar la revolución socialista en Cuba:

Sin dar un solo paso atrás, ni para coger impulso.

Un liberal, por tanto, puede ser progresista en unos aspectos y conservador o reaccionario en otros pero siempre desde una óptica liberal: aumentar la libertad y la igualdad entre todos los seres humanos independientemente de sus características peculiares. Porque lo que más importa es la optimización de la la autonomía individual, así como la justicia social y la equidad moral compatibles con aquellas.

Por el contrario, los progresistas tienen la mirada tan fija en su idealizado futuro que no conciben que se puedan dar "pasos atrás", negando cualquier tipo de debate sobre sus postulados que elevan a la condición de dogmas. Por ello en cuanto llevan a cabo sus políticas tratan de blindarlas de manera que se sustraigan al debate, convirtiéndolas así en "líneas rojas" que nadie puede traspasar. Y si alguien osa cuestionarlas, entonces trazan cordones sanitarios alrededor del disidente para convertirlo en un apestado social.

Mientras que los liberales pueden ponerse de acuerdo con conservadores y progresistas para remediar la desigualdad de oportunidades, por ejemplo dando becas -aunque discutirán las condiciones de las mismas-, los progresistas querrán cambiar la sociedad entera yendo a lo que consideran las "causas" de dicha desigualdad. De esta manera, los fondos y los recursos irán destinados a los activistas sociales y no tanto a los que podrían beneficiarse realmente de las ayudas. De esta manera, el progresista contribuye a aumentar al Estado entendido como un "ogro filantrópico". Así en los alrededores de la Ley de Violencia de Género han prosperado asociaciones de activistas, observatorios "de género", "formadores y educadores", bufetes… todo un negocio "de género" que usa a las mujeres maltratadas como "escudos humanos" para defender sus intereses espurios.

Por su propio carácter discutidor y mutable es seguramente imposible un partido liberal. Las mismas características que han hecho al liberalismo un movimiento ideológico tan potente, capaz de albergar en su seno a pensadores tan dispares como Keynes y Hayek, Friedman y Mises, hacen que un partido, al fin y al cabo siempre una organización de jerarquía leninista, no se pueda realizar bajo premisas liberales. Sin embargo, finalmente el liberal querrá votar al partido que esté lo menos alejado posible de sus parámetros. Durante un breve espacio de tiempo pareció que Ciudadanos podría ser dicha opción pero al ser fagocitado por la corriente progresista, el liberal sin adjetivos vuelve a estar huérfano y duda sobre si es menos antiliberal en el fondo el conservadurismo de Casado o el progresismo de Rivera. A día de hoy, el liberal es más cartesiano que nunca.

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