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Cristina Losada

Manual de retirada

Si quiere sobrevivir, Sánchez tiene que rectificar. Cambie su manual de resistencia por un manual de retirada. A tiempo.

Si quiere sobrevivir, Sánchez tiene que rectificar. Cambie su manual de resistencia por un manual de retirada. A tiempo.
EFE

"Nunca una moción de censura ha triunfado en España"; "es imposible ganarle unas primarias al aparato de un partido"; "aquí nadie dimite para ser fiel a su palabra"… Uno tras otro, los lugares comunes de nuestra vida política han sido derribados por un hombre: Pedro Sánchez.

Con estas líneas empieza Península, en su página web, la presentación de Manual de resistencia. Antes destaca otro hecho insólito y, nunca mejor dicho, inédito: es la primera vez, en la democracia española, que un presidente del Gobierno publica un libro durante su mandato. Muchas rupturas con lo acostumbrado son las que reseña la editorial y atribuye, por así decir, al genio de un hombre. Un hombre, Sánchez, que ha sido capaz de resistir y, por lo tanto de ganar, si hiciéramos caso, que no deberíamos, del dicho de Cela ("El que resiste, gana"). Pues a ver si se lo ha creído. Con 84 escaños.

Más allá de la motivación que proceda del puro deseo de sobrevivir en la presidencia, hay en todo esto del diálogo con los separatistas un menosprecio tal de los límites a los que está sometido su Gobierno que cabe sospechar que Sánchez se ha creído que puede lo que no puede. Que igual que ganó unas primarias a contrapié después de que lo apartaran del cargo, que igual que sacó adelante una moción de censura forjando una anticoalición arriesgada, puede conseguir ahora que los separatistas catalanes le den una tregua y bajen del monte a cambio de unas chuches y unas baratijas, que así es como ven en el Gobierno lo de las mesas, el relator y lo que vaya cayendo.

Sobrevalora su capacidad, empezando por su capacidad de maniobra. Una cosa es decir de cara a la galería que tiene 84 diputados que valen por 176, como dijo la lenguaraz Lastra hace unos meses, y otra distinta actuar como si esa bravuconada fuera cierta. Es el problema nuclear de su moción de censura. Han pasado algunas cosas desde entonces, como que su socio principal, Podemos, está en proceso de fragmentación. Y, sobre todo, pasaron otras antes que afectan directamente a lo que se propone. Porque este Congreso viene de unas elecciones previas al golpe de Estado separatista en Cataluña, acontecimiento que ha causado un cambio en la percepción del riesgo de ruptura de la nación. Después del golpe, un partido nacional (que siga queriendo ser un partido nacional) no se puede permitir la política de cesiones que se mantuvo durante décadas con el nacionalismo catalán.

Comparten Sánchez y los dialogantes del Gobierno el defecto que arrastra buena parte de la élite política española radicada en Madrid. En relación a Cataluña, creen que es tal como los separatistas dicen que es. Así, siempre acaban tomando a los separatistas, a sus partidos, por los auténticos representantes y la encarnación misma de Cataluña. Y a los no separatistas, que les den. Esos, que en muchos casos son sus votantes, resulta que no son Cataluña. Aunque lo peor del empeño gubernamental no son las concesiones a media luz, sino las pocas luces. Las que demuestran al pensar que un separatismo en competencia interna, con el juicio de sus mártires a las puertas, en plena hiperventilación, está por atenerse a la receta clásica del pastel: un dinerito por aquí, aderezado con una mesa por allá y un relator acullá. Ese producto ha caducado. No lo quieren los separatistas. Pero no lo aceptan ya la mayoría de los españoles.

Se habló en su día de la baraka de Zapatero, una especie de gracia divina o carisma místico que fluye del agraciado, pero que se usa coloquialmente como sinónimo de suerte. "Tiene baraka" se dice de alguien a quien todo le sale bien. Hasta que le sale mal, como le salió al mentado. Si quiere sobrevivir, Sánchez tiene que rectificar. Cambie su manual de resistencia por un manual de retirada. A tiempo.

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