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Cristina Losada

Urkullu, Colau y los millones

Ni hubo masas rebelándose contra la posible traición de Puigdemont ni las hubo para defender la proclamación. Esa es la historia.

Los testigos con cargo político propuestos por las defensas de los golpistas están reescribiendo la pequeña historia del 1-O. No es novedad, pues todo en el golpe separatista es falsificación. Y era de esperar: para eso los han llamado a declarar. Sólo que esta historia está reciente y plasmada en todo tipo de soportes. Aunque no tenemos testimonios tan impresionantes, en lo periodístico y en lo literario, como los que se escribieron de otro golpe separatista, aquel que dio el presidente catalán Companys contra la República española en 1934. En octubre también. Sí, hay coincidencias. Por lo demás, vale lo muy citado de Marx sobre la tragedia y la farsa.

Los testigos, he dicho. Con la posible salvedad de Urkullu. Porque el presidente vasco fue, sobre todo, a contar lo que algunos llaman su intermediación. Lo sabido en su día era que Puigdemont le dijo a Urkullu que no iba a proclamar la independencia y convocaría elecciones a fin de evitar la activación del artículo 155. Todo el mundo esperaba, el jueves, 26 de octubre de 2017, que anunciara la convocatoria en la comparecencia de prensa que tenía prevista para última hora de la mañana. No fue así. Urkullu lo expuso de esta forma ante el tribunal:

A las 14.00 horas del 26 de octubre me comunicó, lamentando que las personas que estaban en la plaza Sant Jaume manifestándose se le estaban rebelando, que entendía que también tenía una presión en su propio grupo parlamentario de Junts pel Sí y que no podía proceder al acuerdo que se había adoptado esa noche-madrugada de disolver el Parlament y convocar elecciones autonómicas, que era lo que yo le sugería para intentar evitar la aplicación del artículo 155.

Algunas crónicas contaron que después de recibir aquella llamada Urkullu se despachó a gusto sobre el presidente de la Generalidad. Fuentes próximas lo resumieron entonces así: "Puigdemont no tiene palabra". Lo que sí tenía era un plan de fuga. Y algunas presiones no insuperables. El santurrón Junqueras, la llorosa Marta Rovira y el partido de ambos, ERC, querían seguir adelante con la DUI. Ahí el célebre tuit de Rufián: "155 monedas de plata". Pese a lo cual, todavía hay quien tiene a los de Esquerra por los moderados de la panda. Y algunos cargos del PDeCAT rompieron su carnet, vaya por Dios. Pero que Puigdemont le dijera a Urkullu que se le estaba rebelando la calle es demostrativo del carácter débil o falsario del personaje.

Cierto que el destino de los que ponen en marcha un movimiento revolucionario es que se los lleve el torbellino que desencadenaron. Se trata de un destino especialmente ridículo cuando los aprendices de brujo son de la tipología PDeCAT: gente muy adiestrada en cobrar comisiones y chantajear a Madrit, pero muy poco preparada para sobrellevar los sacrificios que el hecho revolucionario requiere. Pero esta pequeña historia tiene un problema, y es que las masas eran poca masa. De hecho, los manifestantes que "se le estaban rebelando" a Puigdemont se cuantificaron.

En la Plaza de San Jaime había unos cuantos miles de personas. Los periódicos que hicieron estimaciones calcularon entre 8.700 y 11.700. La Guardia Urbana de Colau, tirando por lo alto, dio 17.000. Según los cronistas allí destacados, muchos eran estudiantes. En suma: nada. Nada del otro jueves. Nada que no pudiera acabar como había acabado la primera y suspendida proclamación: alegría, alegría, ya somos república, y ocho segundos después confusión, decepción y a cenar a casita. Como cada día.

Ah, la movilización. En la misma sesión del juicio, la alcaldesa Colau, en su pose activista, dijo que lo del 1-O "nos maravilló" porque la movilización "no fue de ninguna institución ni partido, sino de la gente. Fueron millones de personas autoorganizadas". Bueno, si se dan por válidos los datos del falso referéndum, esos millones fueron algo más de dos. Pero, en fin, acudió Colau al mito de las masas, con el distintivo de autoorganizadas, obviando y ocultando una realidad: la de todos los tinglados separatistas que sirvieron para organizarlas. Durante años. Es, en todo caso, un mito vertebral del golpe separatista: es el pueblo el que reclama la independencia; los dirigentes políticos sólo vehiculan la voluntad popular. De ahí el salto: por encima de la ley.

El asunto interesante es que las masas fallaron. Después de proclamar la independencia, los dirigentes del golpe se fueron de fin de semana. A Puigdemont se le vio de vinos en su ciudad. Y aquellos millones, los autoorganizados de Colau, hicieron aproximadamente lo mismo. Ni hubo masas rebelándose contra la posible traición de Puigdemont ni las hubo para defender la proclamación. Esa es la historia. Sin mitos. Sin héroes.

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