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Amando de Miguel

Semana Santa electoral

No resulta conveniente para la salud democrática que la política polarice tanto las preocupaciones del vecindario.

Ha sido una casualidad, supongo, que esta vez la campaña electoral coincida con las procesiones de Semana Santa. Ambos acontecimientos se desarrollan fundamentalmente en la calle, algo que imprime carácter a la vida de los españoles. Con independencia del espíritu político o religioso de ambos ritos, lo que les une es que se trata de ocasiones para holgar. Hermoso verbo, del que se derivan holganza, jolgorio, juerga y huelga.

Lo malo (o lo bueno) es que la Semana Santa es también un motivo de vacaciones y escapadas para muchos españoles. De tal suerte que los mítines y otras manifestaciones de la campaña electoral se van a quedar sin mucha afluencia. Puede que la circunstancia sea una prueba definitiva para verificar el verdadero interés por la política de los españoles, que seguramente es bastante contenido. Quizá tampoco sea buena la intensa politización. Así que una campaña electoral relajada, en medio de una semana de asueto o de fervor religioso, puede venir muy bien. Sobre todo, porque la duración real de la campaña ha sido desmesurada. No resulta conveniente para la salud democrática que la política polarice tanto las preocupaciones del vecindario. Se corre el peligro de que los candidatos de los distintos partidos hagan poca vida familiar y personal.

La conjunción de la Semana Santa con la campaña electoral podría servir para que los estados mayores de los partidos dirigieran la mirada hacia dentro. Es la ocasión para que se reúnan a trabajar y redacten planes para el caso de que les toque gobernar. Valdrá casi lo mismo si les corresponde estar en la oposición. Excelente ocasión para que diseñen encuestas para consumo interior, que son las buenas. Ya no interesan tanto los sondeos como propaganda, con las gráficas de intención de voto y el cálculo de la horquilla de escaños. Las encuestas verdaderamente interesantes son las que no se publican y sirven para averiguar los presupuestos mentales de los eventuales votantes o simpatizantes. Constituyen una especie de juicio popular razonado sobre la ejecutoria de los partidos. No basta con el resultado electoral, que solo sirve para determinar el peso que va a tener cada partido en el Parlamento. Aunque parezca una meta, solo es un punto de partida.

Se comprende que los dirigentes de los partidos manifiesten grandes deseos de mandar, es decir, figurar y poder hacer favores con el dinero público. Ese es el material del que están hechos los sueños de los políticos. Lo malo es cuando el ansia de poder se manifiesta desmesurada, excluyente de los otros motivos que determinan el comportamiento público. Todo eso se podría averiguar con cierta precisión mediante encuestas dirigidas, no a la población, sino al elenco de los estados mayores de cada partido. Naturalmente, ese tipo de sondeos debe ser de naturaleza aún más reservada, pero no menos útil, que los que auscultan a la población.

Sin querer, héteme aquí que estoy proponiendo a los políticos más trabajo para la semana de vacaciones de primavera, como ahora se entiende la Semana Santa en una sociedad secularizada. Viene a ser una especie de compensación por las indudables satisfacciones que proporciona la búsqueda del poder político, aunque sea en la oposición y no en el Gobierno. Esta es la verdadera definición de un político como Dios manda: una persona que trabaja más que el resto, precisamente porque no puede dejar de preocuparse por el interés público. Si no se distingue por esa cualidad, el político no lo será de verdad. Se convertirá en su caricatura si solo aprovecha el cargo para lograr fama y dinero de una forma cómoda y sin riesgos. Pero el político de vocación es otra cosa. Precisamente una democracia sana es el sistema que nos permite distinguir uno u otro tipo. Ese es el verdadero juicio que debemos hacer los votantes antes de acudir a las urnas. No hace falta una jornada de reflexión; hay que salir reflexionado de casa.

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