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Cristina Losada

Vox y el poder de las redes

El caso de Vox, vistos los resultados electorales, no desmiente el poder de las redes, pero lo desmitifica. Los medios convencionales, la radio y la televisión, siguen vivos y coleando.

El caso de Vox, vistos los resultados electorales, no desmiente el poder de las redes, pero lo desmitifica. Los medios convencionales, la radio y la televisión, siguen vivos y coleando.

Los de Vox habían puesto fe en las redes sociales. Era la fe alternativa. Es la única fe disponible en dosis ilimitada si partes, como partía Vox, de la nada, de la antipatía de los medios y, sobre todo, de la hegemonía cultural. Porque esa hegemonía cultural no sólo la recrearán los medios: también la crearán. Ir en contra de esa hegemonía equivale a ir en contra de los medios, como así hizo Vox. Y viceversa: los medios (en general) fueron contra Vox.

La influencia de las redes, en materia política, en asuntos de voto, en difusión de noticias falsas, se ha considerado decisiva en casos muy sonados. Ha habido sospechas e investigación sobre la influencia en las redes de poderes o potencias ocultas (Rusia, por ejemplo) con objeto de manipular las preferencias del electorado. El poder de las redes, con o sin manos negras, es un elemento elástico cuya extensión está por descubrir. No obstante, sea cual sea su potencia, se supone que la que tenga se la habrá robado a los medios convencionales. Se supone que el poder de las redes desafía al poder de los medios, casi casi de igual a igual. Y se dice que, a veces, gana.

Vox no es el único que se ha enzarzado en esta pelea. De hecho, el partido más antimedios se llama Podemos. Ha tenido fases muy agresivas y ha exhibido voluntad de máxima injerencia. No ya en los medios públicos, donde se da por sentado el control partidista, sino en los privados. Lo gracioso de su denuncia contra los medios es que resulta compatible con que disfruta del favor mediático.

Ni aunque les pusieran una alfombra mágica, que se la pusieron. Los podemitas se presentan por sistema como víctimas de maltrato mediático. Les gusta decir que son el partido al que más virulentamente atacan los medios en toda la historia de España. Pero no atribuyen ese maltrato a la hegemonía cultural, sino a la económica. El acoso que sufren es porque los medios están en manos de los poderosos. Esta misma semana, Iglesias aludía en una tribuna en El País a una conjura para evitar que Podemos entre en el Gobierno, y subrayaba que una entidad bancaria metida en el contubernio es accionista de varios medios. Ergo, ya se sabe.

Los de Podemos se dedicaron a las redes sociales como posesos y como auténticos profesionales. Pero accedieron a los medios tradicionales desde muy pronto. Hubo canales de televisión que, en la práctica, fueron suyos. Era un auténtico espectáculo ver cómo un programa se organizaba alrededor de la estrella podemita de turno. Ganar la tele fue parte fundamental de la estrategia. El partido hizo, sí, guerrilla en las redes, pero a la vez pudo hacer la guerra convencional en los grandes medios de toda la vida.

La fe de los de Vox en la guerrilla de las redes disponía de una prueba. Una supuesta prueba: que Trump había ganado a pesar y en contra de los medios. Y es verdad que Trump ganó contra los medios, pero contra los medios progresistas. Ganó contra el New York Times y la CNN, pero ganó con la Fox. Por no mencionar el universo de los digitales. O el hecho de que Trump, hombre de negocios multimillonario, era un personaje muy conocido antes de ser candidato. O que tuvo detrás al grueso del Partido Republicano. La potencia mediática de Trump no se limitó en ningún momento a su cuenta de Twitter. Pensar que ganó tuit a tuit, contra todos los medios, él solito, es una bonita historia, pero falsa.

El caso de Vox, vistos los resultados electorales, no desmiente el poder de las redes, pero lo desmitifica. Los medios convencionales, la radio y la televisión, siguen vivos y coleando. Las rutas alternativas son necesarias y provechosas, no milagrosas.

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