
En lugar de un control más cercano y más severo de la acción de los políticos, parece que esta sociedad de la información en la que estamos inmersos y las nuevas formas de comunicación que la caracterizan –entre ellas las redes sociales– han logrado convertir la política en un sainete diario, un espectáculo de baja estofa, pensado para el consumo –y el olvido– inmediato y protagonizado por actores y figurantes cada vez más mediocres.
Y la verdad es que no sé qué es peor: si la falta de gracia generalizada o la necesidad de aprovechar cada minuto y cada segundo para conseguir el corte de unos pocos instantes en el telediario, el vídeo que se manda por WhatsApp o el tuit que tendrá diez mil retuits.
Es increíble el esfuerzo que dedican nuestros políticos a las chorradas, para que luego digan que la política no es sacrificada, una energía que si se enfocase a la mejora de nuestras leyes lograría que tuviésemos una estructura legal que ni la Utopía de Moro.
Reconozco, sin embargo, que no toda la culpa es de los políticos, los periodistas tenemos nuestra parte y, me van a perdonar, ustedes, lectores de prensa digital y quizá también usuarios de redes sociales, también tienen su pequeña cuota de responsabilidad en una degeneración del espacio público a la que, de acuerdo que no con la misma intensidad, todos hemos jugado en alguna ocasión.
El caso es que, culpa sobre culpa, llegan sesiones como la de este martes en el Congreso y lo que debería ser una serie de anodinos trámites concatenados se convierte en un fárrago bochornoso, lleno de ruido y caos, porque no hay que prometer o jurar: hay que hacer un juramento o una promesa que luego te hagan parecer el más listo en Twitter, captar la atención de la cámara para que Gorilas en la Niebla te ponga el corte y con suerte te entreviste, porque todos los momentos tienen que ser un momentazo.
Los diputados y senadores de este bendito país tienen más hambre de balón que el canterano recién llegado a primera, pero eso no les lleva a proponer nuevos proyectos de ley, a atrevidas intervenciones parlamentarias en las que se defiendan la justicia, la libertad o la verdad; no: les lleva a colgarse de su juramento o promesa como el mono se cuelga de una liana.
Y para colmo la gran aportación de los que venían a cambiarlo todo es madrugar para pillar el tiro de cámara y hacer ruido durante la sesión. La verdad, si esto es la nueva política –y me temo que lo es–, paren que yo me bajo.