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Javier Somalo

Los desencantados

Rivera acierta y se equivoca en cada discurso y la España de los partidos sigue ocultando a la España de los ciudadanos, con minúscula, que es la que importa.

Rivera acierta y se equivoca en cada discurso y la España de los partidos sigue ocultando a la España de los ciudadanos, con minúscula, que es la que importa.
Albert Rivera y los diputados Miguel Gutiérrez e Inés Arrimadas, durante el homenaje celebrado en el Congreso a las víctimas del terrorismo | EFE

Cuando el PP dejó de cumplir su labor en Cataluña surgió Ciudadanos. El nacionalismo hacía valer su condición de histórica bisagra gubernamental sin encontrar reproche alguno y ni siquiera las mayorías absolutas sirvieron para reflexionar. Ciudadanos no era entonces un partido nacional pero entró en escena para cubrir en Cataluña un vacío que no tardaría en ser letal para la democracia en toda España. El PP perdió sus votos hasta casi desaparecer de Cataluña y renunció al diagnóstico por esos disimulos que ahora defiende Rajoy sin tapujos como dijo en una reciente entrevista en el Diario de Avisos: "En política hay que hacerse el loco muchas veces".

La reciente crisis de Ciudadanos supone, pues, desencanto entre los desencantados porque hay una facción que cree que es mejor apoyar la investidura de Pedro Sánchez y evitarle el trago de pactar con el separatismo. A simple vista podría parecer que ese sector, en el que han despuntado Luis Garicano, Toni Roldán o Javier Nart, no hace sino cumplir las esencias de aquel movimiento antinacionalista que surgió ante el abandono acomodadizo del PP. Sería, en definitiva, evitar que un gobierno nacional vuelva a echarse en brazos de enemigos de España para sacar adelante una legislatura.

Sin embargo, creo que la respuesta de Albert Rivera en el Consejo General de Ciudadanos es mucho más acorde a sus principios fundacionales: "Diremos no a Sánchez y sí a España". Razones sobran: Sánchez no está obligado a formar gobierno si no es viable y la responsabilidad de hacerlo o no es sólo suya, jamás de la oposición. Si la aritmética le aboca a permanecer en La Moncloa en la peor compañía posible para España es porque él acepta esa posibilidad. De lo contrario, habría centrado su política de pactos en pedir al centro derecha un gobierno de urgencia, con un programa de urgencia para una situación de indudable emergencia. La realidad dice todo lo contrario: empezó los pactos con aquellos que dice rechazar. Ahí está Navarra y ahí queda la puesta de largo de Otegi en TVE muy a pesar, por cierto, de la ministra Margarita Robles, quizá la próxima desencantada de toda esta historia.

Decir "no a Sánchez" no convierte a Rivera –ni a Pablo Casado– en culpable de un gobierno antiespañol. La elección sobre el futuro de España no es de Rivera ni de Casado, es de Sánchez y ya han quedado claras sus preferencias. Así que lo mejor es poner fin a la grosera pantomima y, por supuesto, no formar parte ella. Por eso creo que Rivera ha sabido zanjar la crisis de los desencantados de Ciudadanos con un mensaje nacional en el que, además, no ahorró reproches contra los que reciben sentados y con las manos en los bolsillos a las víctimas de ETA porque prefieren tendérselas a Otegi. Lo de menos es que Rivera anime a sus críticos a montar otro partido –luego lo quiso negar su equipo por si recordaba demasiado a la expulsión de los judíos de Elche– lo que llevaría el desencanto original a un bucle infinito que aburriría al pobre Sísifo.

Pero algo falla en el enfoque de Rivera. Si el renovado Ciudadanos post-crisis planta cara a "Sánchez y sus tentáculos", ¿por qué insisten en abrazarse al kraken con tal de no sentarse con Vox para impedir en Madrid o en Murcia la llegada de políticas que se supone que no quieren para España? ¿Por qué la determinación contra el Doctor No es tan laxa allí donde no tienen más remedio que contar con Vox porque Vox ha obtenido votos? Toda la razón que gana Rivera en el discurso ante los suyos y contra Sánchez la pierde en la práctica municipal y autonómica, origen de cualquier posible remontada, de cualquier atisbo de esperanza. El discurso de Rivera en el Consejo General de Ciudadanos podría ser rubricado sin adendas por Pablo Casado y por Santiago Abascal pero cuantos más remilgos exhibe Ciudadanos contra Vox, más tiende a equivocarse Vox, un partido que también surgió del desencanto por la indiferencia pasada del PP ante el nacionalismo. Y ahora que Pablo Casado parece corregir el rumbo, la tripulación anda huida en otros partidos. Cuánto mal hizo Rajoy y qué enorme traspié nacional dio Aznar en Cataluña.

Rivera acierta y se equivoca en cada discurso y la España de los partidos sigue ocultando a la España de los ciudadanos, con minúscula, que es la que importa. En algún momento tendremos que pasar de la política a los políticos para no perder valores individuales que resultan triturados por las estructuras de los partidos y que, unidos, harían una gran labor en estos tiempos.

Otegi no es Ternera

Pero mientras el centro derecha cae rendido a sus desencantos, en la izquierda no se hace ascos a nadie aunque se esfuercen en que lo parezca.

Este viernes, la inefable portavoz del Gobierno Isabel Celaá quiso poner tiritas después de la herida televisada de Otegi y antes de la hemorragia que pueda causar la imagen del terrorista bisagra. Ya no es el PNV el que puede salvar al Gobierno sino un partido "legal y con escaños" que es de ETA, una banda terrorista que ya no dispara porque ha rentabilizado las balas.

Celaá se esmeró en parecer la bestia negra del terrorismo. "No olvidamos ningún atentado (…) Nadie tiene derecho a causar dolor a otro ser humano (…) las víctimas son héroes de nuestro tiempo…". Y en el guion apareció un cameo que Celaá quiso exprimir sin resultado: Josu Ternera, el terrorista malo, el aniquilador, el sanguinario. Resulta que hemos pedido la extradición a Francia para que rinda cuentas por tanta maldad. Le espera el juzgado de instrucción número 2 de la Audiencia Nacional para darle un repaso de lo lindo. "Hoy sabe Josu Ternera –dijo solemne la portavoz– que no hay otra alternativa que rendir cuentas".

Tanta determinación no tenía otro objeto que distinguir a Josu Ternera de Arnaldo Otegi. ¡Como si fueran distintos! Si uno mató más es porque tuvo más oportunidades o se le daba mejor. El caso es que mató mucho pero su amigo –porque son muy amigos–, que también disparaba, no pidió perdón y pierde el trasero cada vez que hay que homenajearlo. Celaá lo intentó hasta el último momento llegando a decir algo que no pareció llamar la atención de los periodistas: "Merecen homenaje las víctimas y también lo merecen quienes desde la política contribuyeron al final de la violencia". Ahí está, Arnaldo Otegi alias "bisagras". Una vez más, el "hombre de paz" ungido por Zapatero que ahora tiene capacidad parlamentaria –eso es lo grave y lo que demuestra que ETA no ha perdido– para que Sánchez no salga de La Moncloa. No cabe mayor ignominia.

Y de ahí pasó a las negociaciones para la investidura de las que, a duras penas, dijo que no pasarán del mes que viene: "Sería frívolo pasar de julio". ¿Y si no sale?, preguntaba la prensa: "No nos vamos a poner en el escenario de una investidura fallida". Llegó a decir, en un alarde de su altiva escasez de recursos, que la negociación "no es de suma cero, hay que pensar en win-win"... Hay epitafios peores, pero como titular y hasta como frase coloquial deja mucho que desear. El caso es que, por mal que vaya la cosa, dijo la portavoz , "tiene que quedar claro que el gobierno no quiere ir a nuevas elecciones, a pesar de lo que dan los sondeos, por respeto a la ciudadanía". Ahí queda. Se hará, nadie obliga a nadie. Y en Podemos –vino a decir– que no pidan tanto porque "no hay mayoría absoluta con Podemos y por eso hay que dejar espacio a otros partidos" antes de entrar en coalición, cooperación o aglomeración.

Para el Gobierno la culpa sigue siendo de PP y Ciudadanos, que no hacen nada por evitar que el Sebin, los golpistas o el televisivo Otegi tengan las llaves de La Moncloa. Pues bendita culpa. La pena es que no sepan entenderse después entre los que se niegan, con razón, a escribir esa página negra.

Muchos desencantados, demasiados. Y los ciudadanos, hartos.

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