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Cristina Losada

El antagonismo

La actual dificultad para formar gobiernos no es resultado de la existencia de dos bloques, sino de los antagonismos internos.

La actual dificultad para formar gobiernos no es resultado de la existencia de dos bloques, sino de los antagonismos internos.
EFE

A Felipe González y José María Aznar los reunieron el otro día para hablar de uno de esos grandes temas de la época y terminaron hablando de lo que se suele hablar, del Gobierno.

Dijo el primero que aunque ahora tenemos un pentapartidismo, sigue habiendo dos bloques y los bloques buscan el antagonismo. Esto no es del todo así. A efectos de formar Gobierno, el factor decisivo hoy es el antagonismo dentro de los bloques. La actual dificultad para formar Gobiernos, tanto a nivel nacional como a otros, no es resultado de la existencia de dos bloques, sino de los antagonismos internos. Si hubiera dos bloques consolidados, coherentes y estables, no habría (tanto) bloqueo.

El bloque PSOE-Podemos no es un bloque, salvo cuando se opone al otro (supuesto) bloque. Y el bloque PP-Ciudadanos-Vox tampoco lo es, excepto en sus relaciones con el anterior. Si ambos fueran bloques-bloques, Podemos apoyaría la investidura de Sánchez por un plato de lentejas, como corresponde aproximadamente a su resultado electoral. Y Vox haría lo mismo en la investidura de Gobiernos del PP y Ciudadanos en Madrid o en Murcia. Obviamente, no es lo que está sucediendo. Lo que están haciendo los partidos minoritarios de cada bloque es aprovechar su posición decisiva –sin ellos, las investidura no salen adelante– para tratar de vender sus votos al precio más alto posible. En la mayoría de los casos, más alto del que se derivaría del número de escaños que obtuvieron.

El caso más vistoso es el de La Rioja, donde Podemos, con un solo escaño, ha impedido ya por dos veces la investidura de una candidata del PSOE. No cuenta, al parecer, la diputada podemita con el beneplácito de sus jefes, si es que lo son Iglesias y Montero, pero su actitud es buen ejemplo de un rasgo que contribuye a los bloqueos: el amateurismo. Se ha acusado muchas veces a la política de hacerse entre bambalinas o de ser un juego de tahúres, pero al menos ese teatro de sombras, y las habilidades necesarias para hacerlo, ejercita y permite la flexibilidad. Ahora, en cambio, tenemos la rigidez agarrotada de los que acaban de incorporarse al juego. Como esa diputada de Podemos, que dice "nunca vamos a vender ni caro ni barato nuestro voto", y ahí se queda.

Volviendo a lo dicho por los profesionales, el otro antagonismo obstaculizador es el que reinventó el propio Sánchez tanto para regresar a la secretaría general, después de su defenestración, como para articular la moción de censura, llegar al Gobierno y presentarse a las elecciones. Es el antagonismo clásico, izquierda-derecha. Bien lo conoce González. Y no tendría nada de particular, si no fuera porque en el nuevo mapa político, aunque todavía funcione electoralmente, provoca disfunciones. Al revitalizar ese antagonismo, al darle carácter absoluto, al hacerse tan dependiente de él, Sánchez se ha cargado la posibilidad que exploró en 2016, la del acuerdo con Ciudadanos. No sólo por eso, claro. Su acercamiento a Podemos y a los independentistas, fijado en la moción de censura, lo situó fuera del marco aceptable para un partido constitucional de centro.

Quien más ha hecho por generar la percepción de que Ciudadanos se ha desplazado del centro a la derecha es el propio Sánchez. Con su estrategia, con sus declaraciones, con sus campañas, ha echado al partido de centro del centro. Para los socialistas, no es de centro, sino de pura y dura derecha, por lo tanto, antagónico e incompatible. El PSOE ha dinamitado el terreno del centro, donde hubiera podido encontrarse con Cs, ahora que lo puede necesitar. El antagonismo que le ayudó a ser el partido más votado limita extraordinariamente su capacidad para encontrar socios de investidura o de Gobierno. Tal como han hecho las cosas, sólo tienen una bala, la que representa Podemos. Si falla, tendrán que hacer mucho teatro de sombras para darle la vuelta a aquel grito de guerra: "¡Con Rivera, no!". Y aún así.

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