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Cristina Losada

El juego favorito

Nada, salvo el temor a un posible perjuicio futuro, impedía decir no.

Como todo el mundo, he leído con atención y cuidado el reportaje de la agencia Associated Press sobre las nueve mujeres que acusan a Plácido Domingo de presionarlas para que tuvieran relaciones sexuales con él. Son ocho cantantes y una bailarina, de las que sólo una accedió a que se publicara su nombre. Los hechos que denuncian tuvieron lugar durante un período de tres décadas, a partir de finales de los años 80.

Si alguien se pregunta por qué no lo denunciaron antes, la respuesta está en la misma noticia: se han sentido inspiradas por el movimiento #MeToo, y decidieron que el modo más eficaz de atacar los inapropiados hábitos de conducta sexual en su sector era poner en la diana a una de las figuras más destacadas de la ópera. Esto último es un dato interesante. No se trata tanto de una denuncia personal contra Domingo, como de una estrategia.

Es la estrategia de lo ejemplarizante. La estrategia moralizante. Una estrategia que debemos tratar como una estrategia política y que se encuentra en perfecta correspondencia con la consigna que blandió durante años el feminismo radical: "lo personal es político". Idea, a su vez, que, al no poner límites a la política, entronca con el "totalitarismo blando", común a todas las manifestaciones de la PC (political correctness).

La ventaja de ubicarla en ese terreno movedizo, sujeto a la oportunidad y al oportunismo, es que permite afrontar el principal malentendido que surge en esos casos. Porque las cuestiones que suelen plantearse, como si es delito o no es delito lo que hizo Domingo hace varias décadas, o por qué no presentó nadie denuncia ante los tribunales si hubo acoso sexual, pierden de vista que el daño que se denuncia es ante todo un daño a los sentimientos.

El daño sentimental se aprecia claramente en el reportaje de AP. Tal como cuentan sus experiencias, las mujeres a las que Domingo requería con insistencia se debatían entre su voluntad de negarse a los deseos del cantante y su temor a que un rechazo frontal perjudicara sus carreras profesionales. Si el hombre que les pedía citas y les robaba un beso húmedo hubiera sido el camarero del café, el profesor de yoga o el que les llevaba las pizzas a casa, esas mujeres no hubieran perdido un segundo de su valioso tiempo en mandarlo a freír espárragos. Pero era una estrella de la ópera y decirle que no era "como decirle no a Dios".

Cierto, es mucho más fácil decirle no a ese pesado que quién se ha creído que es y no es nadie. Y, sin embargo, nada, salvo el temor a un posible perjuicio futuro, impedía decir no. Ese "no", digamos, igualitario, ese "no" igual para todos, sea el príncipe o su mayordomo, sea la reina o su dama de compañía. Esos "noes" que, en tantos asuntos, personales y profesionales, hay que aprender a decir a lo largo de una vida.

Pues ahí estaban el temor y, por qué no, el cálculo no necesariamente frío del coste-beneficio, frenando la voluntad del "no". Es importante valorar aquí si el temor, fuente de la duda, estaba fundado. Según la noticia, las denunciantes "sintieron" que esquivar los requerimientos de Domingo tuvo un impacto negativo en sus carreras. Es decir, sintieron. Sintieron. No sabemos si las mujeres que aceptaron y tuvieron con el cantante relación sexual consentida "sintieron" que eso las ayudó profesionalmente.

No tenemos el dato de que Domingo despidiera a una cantante después de que le quedara claro su rechazo. No se le denuncia tampoco por violador. De la lectura atenta de los testimonios de las denunciantes se desprende que todo gira en torno al sentimiento. Al daño sentimental. Al daño en forma de malestar y angustia. Al tormento de debatirse entre el "no" arriesgado y el "sí" desagradable y humillante. Y sobre estos daños y tormentos, estas dudas y angustias, que forman parte de la esfera personal, se construye la estrategia moralizante. Al pasar lo personal a lo político, como exige la norma MeToo, se corrompe tanto lo político como lo personal.

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