¿Qué está pasando en Argentina? Se lo preguntan muchos. Lo cierto es que nadie lo sabe a ciencia cierta, aunque varios en el país sudamericano opinen como si se tratara de una simple cuenta aritmética que se pueda resolver en unos segundos.
Para comenzar y mantener un poco de orden en la explicación de una realidad incomprensible, es necesario brindar al lector, sobre todo al extranjero, algo de contexto. Le cuento que se celebraron unas elecciones que en realidad no son elecciones. Sí, ya le dije que no es fácil y es un tanto rebuscado todo lo que pasa aquí, pero intente seguirme. En Argentina existen las PASO (Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias), que fueron creadas por el kirchnerismo (la corriente populista del difunto Néstor Kirchner y su mujer Cristina) en 2009 con el fin de elegir candidatos en internas y dejar afuera de las verdaderas elecciones a los que obtuvieran menos del 1,5 por ciento de los votos. Usted se debe de estar preguntando: "¿Pero alguien que quiere votar al partido A puede elegir a los candidatos del partido B?". Sí, en efecto, así de coherente es el asunto. No obstante, la mayoría de los partidos suelen elegir a sus candidatos previamente, por lo que ya ni siquiera sirven para eso. Son una especie de encuesta carísima en la que nos obligan a participar. Total, en este país sobra el dinero, claro.
Ya tiene algo de contexto, estimado lector. El pasado día 11, en esas elecciones que no lo son, el presidente Macri perdió por una diferencia que sorprendió hasta a los mismos peronistas de la rama kirchnerista; esa medio chavista, medio stalinista, con tintes de gang de Al Capone y cuyos integrantes más importantes son multimillonarios, y no precisamente por su gran capacidad de ahorro y olfato para las inversiones. Ellos, para muchos argentinos, son los salvadores de la patria, los que desde un lujoso apartamento en el exclusivo barrio de Puerto Madero (Buenos Aires) pueden dar de comer al pueblo con discursos cargados de odio. Los números, los mercados, ¿qué importa todo eso? Eso es para los oligarcas.
En fin, no me quiero ir por las ramas hablando de las bondades del peronismo. Volvamos. Como mencioné anteriormente, y atención que voy a romper con todos los manuales del periodismo con cuatro repeticiones en 11 palabras, la fórmula Fernández-Fernández (Alberto Fernández y Cristina Fernández de Kirchner) ganó por amplia diferencia al Gobierno de Mauricio Macri. El Frente de Todos (peronismo kirchnerista) obtuvo el 47 por ciento, y Juntos por el Cambio (el oficialismo) tan sólo el 32. En la provincia de Buenos Aires le fue aún peor al Gobierno: el comunista Axel a-esa-empresa-la-voy-a-fundir Kicillof se quedó con el 49 por ciento, contra el 32 de la gobernadora, María Eugenia Vidal. Ah, ya que hablamos de Kicillof: vale recordar que cuando estaba en el Gobierno decía que hablar de pobreza era "estigmatizante"; pero hoy, desde la oposición, parece que no puede hablar de otra cosa. ¡Cómo cambia la gente a veces!
Y hablando de cambiar, Alberto Fernández le dedicó estas palabritas en 2014: "Kicillof es un corresponsable de las consecuencias inflacionarias que hoy padecemos". Pero, bueno, repito, la gente cambia. Lo importante son las convicciones, que también cambian, obviamente. Como dijera Marx, el bueno, el humorista: "Estos son mis principios, y si no le gustan, tengo otros".
El oficialismo ganó solamente en Córdoba y en la capital federal. Un fracaso rotundo que tendrá difícil remontar en las elecciones reales. Tal vez, con algo de suerte, Macri pueda llegar a la segunda vuelta –o, mejor dicho, la tercera–.
Ahora veamos quién fue el ganador de la costosa y masiva encuesta llamada PASO. ¿El kirchnerismo? Sí, bueno... no, bueno... No sé. Bueno, en realidad sí ganó; pero se trata de un kirchnerismo algo más disimulado. Le explico: resulta que, a fin de desdibujar un poco su imagen chavista, la señora expresidenta se presentó como vice y eligió como candidato a presidente a Alberto Fernández, algo más moderado, o al menos eso aparenta. Sí, estas cosas pasan por estas tierras: la vice elige al presidente, a quien ya apodaron Albertítere.
Albertítere fue jefe de gabinete durante todo el Gobierno de Néstor Kirchner (2003-2007) y parte del de Cris (2007-2008), pero su relación con su actual vice no era muy buena que digamos. Sucede que aquí el valor de la palabra en la política vale lo mismo que la moneda nacional. Alberto supo decir: "En el último mandato de Cristina es dificilísimo encontrar algo virtuoso". También afirmó: "Si Cristina revisa las cosas que dijo, debería rectificarse un montón de cosas. Llegó a decir que Alemania estaba peor que nosotros en materia de pobreza. Sostuvo hasta el final que el cepo [restricciones a la compra de dólares] no existía y que la inflación no es importante. Eso es negación, es una negación terca, por momentos absurda", y hasta se animó a afirmar:
El peronismo a lo largo de la democracia fue todo. Y eso no vale. El peronismo fue conservador con [Ítalo] Luder, fue neoliberal con [Carlos] Menem, fue conservador-popular con [Eduardo] Duhalde, fue progresista con [Néstor] Kirchner y solo fue patético con Cristina. Fue patético, fue el partido de la obediencia.
El fiscal Alberto Nisman había denunciado a la expresidenta por intentar encubrir a los iraníes responsables del atentado contra la mutual judía AMIA con un memorándum de entendimiento. "Casualmente", luego de hacerlo, apareció muerto en su apartamento, menos de dos días antes de presentar su denuncia en el Congreso. Antes del asesinato, Fernández había declarado a la revista Noticias: "Es absolutamente posible lo que dice Nisman". Y agregó:
Irán intentó hacer un acuerdo con nosotros en época de Néstor presidente. Y eso siempre fue impedido por el mismo Néstor. Esto es un enorme acto de deslealtad con las víctimas que creyeron.
Ahora Albertítere tal vez quiera ser obediente, o cómplice de la cómplice de los iraníes, o que sea difícil encontrar algo virtuoso en su Gobierno, o mentir con la señora. No sé; lo que sí sé es que en medio están los ciudadanos. Y estamos a la espera de otro de sus escupitajos para preocupar a los mercados. Ya afirmó que su intención es reestructurar la deuda, lo que incendió más el asunto, disparó más el precio del dólar. Linda esta democracia: nuestra economía depende de los alaridos de una persona. Tal vez sea como dijo Cristina, que no es tan relevante que cierren los números, que lo que importa son las personas. Claro, porque si los números no cierran, las personas van a estar pasándola genial. Sigamos riéndonos de los números que nos está yendo espectacular. En fin, peronismo.
Creo que ya me encargué bastante de Alberto; vayamos al comunista keynesiano liberal conservador progresista y lo que sea que le convenga Sergio Massa. Porque no le aclaré: en las PASO, uno podía elegir también senadores y diputados. Bueno, este burócrata de larga trayectoria y exalcalde de la localidad bonaerense de Tigre, volvió a las filas kirchneristas para presentarse como diputado. ¿Volvió? ¿Se había ido? No solo se había ido en 2011, sino que afirmó una y otra vez que el kirchnerismo estaba conformado por una banda de ladrones. Sí, se dio cuenta cuando se fue, cosas que pasan. Pero ahora volvió para poder subir al escalón político del que se había caído, porque la jugada de ir por el medio, una de las últimas de las tantas que hizo, no le salió. Eso nos deja dos alternativas: a) le gusta la idea de trabajar con ladrones y ser su cómplice; b) es un oportunista sin ningún tipo de pudor. Como sea, allí está Massa. Otra vez a la carga, intentando hacernos entender que hay que subir y bajar los impuestos, que hay que achicar y agrandar el Estado, y que los kirchneristas son ladrones honestos. Entendido.
¿Y Macri? Ay, Mauricio. ¿Qué se puede decir de Mauricio?
Macri ajustó al privado y mantuvo el Estado elefantiásico y el gasto público casi en los mismos niveles que los recibió. Casi. Entonces podemos afirmar que le quitó al que lo votó y le hubiera vuelto a votar, para darle al que no lo votó ni lo votaría aunque este país se convirtiera en potencia de la noche a la mañana. Porque en Argentina, para muchos, la política es un juego de imágenes, de discursos, y por momentos casi como una pelea de aficionados de distintos equipos de fútbol. La cuestión es más sentimental que racional. Sí, tal vez sea un problema universal, pero aquí está muy acentuado. Es irrelevante que Cristina sea multimillonaria con dinero de dudosa procedencia; la figura del empresario ultracapitalista de en un país ultraperonista ya quedó. Mauricio y Cristina pueden llevar a cabo políticas idénticas, no importa: ella tendrá razón y él no. En este marco, y perdonen si de pronto me puse algo serio, Macri debería haberse tomado la presidencia como una guerra. Unos lo iban a odiar, otros le iban a agradecer por poner las cuentas en orden y parar con la locura de que solo ocho millones de personas mantengan al resto del país. Les iba a quitar un peso de encima. Alguien tenía que hacerlo, Macri parecía el más indicado para la tarea, los mercados estaban contentos, sí, sí, se acababa la fiesta populista... peeeero no tanto. Prefirió el gradualismo por temor al "costo político". El gradualismo lo pagaban principalmente los que lo votaron, que se hartaron y no lo apoyaron en las PASO. Ahora, ante el temor de que la señora Cristina llegue a la Casa Rosada, aunque sea, en un principio, en calidad de vice, seguramente muchos saldrán a votarlo igual; con bronca, sabiendo que no se lo merece, pero lo harán. Tal vez le alcance, tal vez no. Si ocurriera la proeza y llegara a ganar, quizá entienda que el "costo político" lo va a pagar igual, porque él es Macri y esto es Argentina. Por lo tanto, es imperativo que haga las cosas bien, y rápido, más allá de las protestas y la violencia que genere en los sectores parasitarios. No hay otra. Es la única salida.
Macri hizo algunas cosas bien, sobre todo en lo que se diferenciaba del populismo chavista de Cristina: canceló el pacto con Irán, abrió un poco los cielos para que llegaran más empresas aeronáuticas, no mintió ni miente sobre las estadísticas, reconoce errores, no persigue periodistas con Hacienda ni presiona para que los despidan, no habla por cadena nacional cada cinco minutos, y no hizo política con el fútbol.
En conclusión, en la Argentina peroniana la palabra vale menos que el bolívar chavista, las convicciones son transitorias, la corrupción es irrelevante, la crisis ya podría reconocerse como parte de la cultura junto al tango, el fútbol y el asado. Es más, por momentos parece que fuera necesaria para mantener el statu quo peronista. Mientras tanto, el voto de la gente de bien se basa en el miedo y se emite con vergüenza.