La especie humana, especialmente en nuestra época, presume de individualista, pero se suele comportar de un modo gregario (como suelen ser algunas especies animales) en casi todos los órdenes de la vida. Ya no quedan ermitaños, eremitas o anacoretas aislados voluntariamente del resto del mundo. Se idealizó literariamente a Robinson Crusoe, pero era un náufrago privilegiado al contar con los restos del barco, simbólicamente la sociedad. En cuanto le fue posible, el barbudo se alió con Viernes y retornó a la civilización.
Civilización es, paladinamente, el espíritu de las grandes ciudades, que son el resultado de vivir muchas personas juntas. Añoramos las aldeas de nuestros antepasados, pero nadie vuelve a ellas fuera de las vacaciones o de las fiestas municipales.
Las conversaciones cotidianas (presenciales o por teléfono) se reducen a hablar de las otras personas cercanas o conocidas de los interlocutores. El tráfico en una gran ciudad consiste fundamentalmente en personas que se dirigen a ver a y hablar con otras personas. En el entretanto pueden hacerlo a través de los teléfonos mal llamados móviles.
Los programas más exitosos de la radio o la tele (sean de política, de deportes o del corazón) consisten en referirse a personas más o menos famosas. En los periódicos digitales las informaciones o los comentarios suelen ilustrarse con el rostro de una persona.
El supremo placer individual de leer novelas o ver películas o series televisivas se explica por el atractivo que significa entrar en la vida de los demás, en este caso, personajes de ficción. Es algo así como la dedicación del Diablo Cojuelo levantando los tejados de las casas.
Claro es que las personas son capaces de pensar por su cuenta, incluso de modo extravagante. Pero también existe ese constructo que se llama opinión pública. Significa dibujar una manera común de examinar o juzgar determinados estímulos. Las personas podrán ser todo lo libérrimas que se quiera en sus apreciaciones, pero sucede que pueden trazarse algunas pautas o tendencias comunes. Es decir, serán libres, pero suelen utilizar su libertad de un modo previsto y nada original. Los periodistas se las ven y se las desean para extraer opiniones originales de la gente de la calle cuando presencian algún suceso relevante. Los medios de comunicación nos sirven para señalar lo que tenemos que pensar.
El sistema democrático es deseado por casi todo el mundo. Pero nada más gregario que unas elecciones, resultado de una magnífica abstracción: hacer ver que todos los votos valen lo mismo. Es una ficción que contribuye mucho a realizar el imposible ideal de la igualdad.
Sea cual fuere el resultado de las próximas elecciones (y van cuatro en cuatro años), lo fundamental es el estado mental de la opinión pública española. Recuerda ahora el estado de ánimo colectivo durante los amenes del franquismo, estragados los españoles respecto de la general incompetencia de los que mandan. Acaso sea que todos los finales de ciclo político se parecen en algún punto, por lo menos el franquismo o la transición democrática.
El estado de hastío general de estos días lo ha expresado muy bien un político separatista catalán con un notable sentido autocrítico. El diputado Rufián ha clamado desde su banco en el Congreso: "La gente está hasta los bemoles de todos nosotros"; se entiende, de los que cortan el bacalao. La frase pasará a la pequeña historia de nuestro parlamentarismo.

