
No me refiero a la única guerra que ganó España en el siglo XIX, aunque la victoria frente a los portugueses, en 1801, resultó bastante pírrica, y eso con la ayuda de los franceses. Definitivamente, Godoy no era Napoleón. El título de la contienda quedó inmortalizado por el ramo de naranjas que envió el apuesto Godoy a su amada reina Maria Luisa para festejar el triunfo.
Me ocupo ahora de un suceso mucho más prosaico. De un tiempo a esta parte, los españoles que acudimos todas las semanas al súper del barrio para proveernos de fruta, entre otras vituallas, nos hemos topado con una desagradable sorpresa. El aprovisionamiento de naranjas es parte insustituible de la cesta de la compra. La sorpresa ha sido que las naranjas hodiernas no saben a nada. Su color, textura y apariencia son como siempre, pero el sabor resulta insulso. La explicación está en el hecho de que las naranjas, que creíamos el oro de Valencia, proceden ahora de Sudáfrica. La expresa razón de la insidiosa sustitución es que "en España no se producen naranjas en el verano-otoño, por lo que procede importarlas de Sudáfrica", que está en el hemisferio sur. El argumento me parece un tanto falaz. En España se introdujo hace tiempo la variedad "Valencia late", muy sabrosa, precisamente para cubrir el hueco del verano-otoño.
La explicación real es muy otra. La recogida de la naranja representa en España una parte cuantiosa de esfuerzo físico. Los cultivadores no pueden pagarlo, vistos los jornales tan elevados como impone el mercado laboral. No se han desarrollado mucho las máquinas recolectoras. Puede ser también que los terrenos reservados para naranjales ahora sean más rentables para el turismo u otras actividades.
Durante un año, hace muchos, residí en una universidad del norte de Florida. Era asombrosa la cantidad y variedad de naranjas que se producían en ese Estado, jugosas y dulces. Nunca más he podido catar unos cítricos tan apetitosos. Me pregunto si los levantinos españoles no podrían aclimatar algunas de las variedades de naranjas de Florida, que seguramente proceden de los esquejes que llevaron allí los españoles de antaño. Todo menos condenar a los españoles actuales a tener que consumir las insípidas naranjas sudafricanas.
La ilustración cítrica que digo es solo un caso de una cuestión de más amplios vuelos. La agricultura española se ha dormido en los laureles con el proteccionismo de la Unión Europea. Los agricultores y ganaderos de nuestro país se han acostumbrado a que su tarea primordial es conseguir todo tipo de ayudas del Estado o de la Unión Europea. Una posición tan cómoda desplaza el estímulo para inventar, investigar, innovar, organizarse, comercializar. Esas son las auténticas funciones empresariales. Quien dice las naranjas podría añadir otros muchos productos del campo.
Cabe redargüir el notable éxito de los cultivos de invernadero, la producción masiva de la fresa, la aclimatación de aguacate o del mango, entre otras novedades. Concedido. Pero tampoco estaría de más, por ejemplo, que las fresas se ofrecieran con el sabor tradicional, aunque fueran más pequeñas. Reconozco que mi crítica puede ser la de un escritor alejado de la realidad del agro. Bastará en mi defensa que, en la lejana época de estudiante universitario, gané bastantes libras recogiendo fresas en un campo de trabajo en Inglaterra. Fue en la inmensa granja de Mr. Wilson, que acuñaba su propia moneda, de cómoda circulación en el pueblo donde residíamos los estudiantes de todos los países.
Debo reconocer también algunos notables avances en la producción frutícola española. Por ejemplo, esa maravilla que es la manzana "fuji", aunque con ese nombre me temo que sea una innovación japonesa. El contraste lo tenemos en la miserable calidad de la leche que se dispensa en el súper del barrio. Hay más ejemplos. Hace mucho tiempo que he dejado de ver las auténticas y riquísimas uvas de moscatel. ¿Tan difícil es producirlas?
