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Agapito Maestre

Nación de cobardes

Sánchez, sí, es fundamentalmente un fiel representante del tipo común español. Es el prototipo de cobarde. Es el más cobarde de todos los españoles

Veo una fotografía del Rey presidiendo el Consejo de Ministros y se me dispara la imaginación. ¡Qué pinta Felipe VI entre esa gente! En torno a esa mesa apenas podríamos contar con los dedos de una mano a los partidarios de la Monarquía parlamentaria. Quizá exagero. Quizá me haya pasado en mi comentario. Quizá estoy mintiendo, porque no creo que mi opinión sea más legítima que la de un antimonárquico que dijera: ¡qué tienen que ver Iglesias y Sánchez con ese Rey! Sí, es absolutamente normal que el Jefe del Estado, de vez en cuando, presida por cortesía y por ley esa reunión de antimonárquicos. Es una manera de legitimar el régimen político. Es una forma de ver que los españoles podemos ponernos en la situación del otro. Es un magnífico procedimiento para aguantarnos y no matarnos entre nosotros. Gracias a estas convenciones sutiles la sociedad Nación, que no es una sociedad tribal, puede desarrollarse moral y políticamente.

La nación es, exactamente, eso: la política real, la menos mala de las políticas, para un país de todos. Eso es la normalidad. En España, sin embargo, la normalidad solo es cosa del pueblo, de la gente común, y acaso del Jefe del Estado. La anormalidad y el encanallamiento predomina en la vida vida política. No existen muchos actos para visibilizar que la sociedad Nación está por encima de los partidos políticos, de los separatistas y, por supuesto, de los que quieren destruir la propia Nación, o peor, trabajan por imponer un modelo de "Estado" que acabe con la nación. De hecho, la mayoría de los analistas críticos de la política española coinciden en que el gobierno de Sánchez no tiene otra pretensión que hacer oposición de la Oposición con la perversa intención de eliminar del mapa político a los representantes de la mitad de los españoles.

Los "otros", los que discrepan de la coalición frentepopulista gobernante, tienen que desaparecer. No existen. En Cataluña, por ejemplo, para el gobierno de Sánchez no existen los españoles que defienden la Nación; por eso, precisamente, se reúne sólo y exclusivamente con los separatistas. Y es que los españoles somos gentes muy peculiares a la hora de crear vínculos comunes, políticos. Algo nos impide pasar de la sospecha a la confianza. Una cobardía ancestral nos empuja a vivir encogido entre miedos. Preferimos el silencio miedoso a la conversación libre. Nos cuesta ponernos en la situación del otro. Somos demasiados ególatras. Somos gente poco política. Somos muy desconfiados.

Sí, cuando nos percatamos que el otro existe, o peor, cuando sospechamos que nuestro prójimo tiene también su especial drama, que generalmente es muy parecido al nuestro, nos alejamos de él como si fuera nuestro enemigo. Los españoles se encogen, se contraen, en fin, se asustan ante otra existencia parecida a la suya. Sánchez, sí, es fundamentalmente un fiel representante del tipo común español. Es el prototipo de cobarde. Es el más cobarde de todos los españoles, aunque revista su cobardía, su impotencia, de presentarse como un "echao palante". No, no, este hombre también tiembla. Bastaría que los otros, los "líderes" constitucionalistas, se pusiesen en situación para acabar con tanta ignominia separatista.

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