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Agapito Maestre

El futuro político

Los socialistas y los comunistas jamás pueden hacerlo mal. No son culpables de nada.

Tengo ganas de volver a mi oficina para preguntarle a la portera del edificio cómo ve la situación política de España. Cuando me despedí de ella para encerrarme en mi casa, me dejó la cosa muy clara: "Este Gobierno no es responsable de lo que está pasando. Mentirijillas, organización de grandes manifestaciones de masas, imprevisión en los protocolos médicos, falta de planificación, etcétera, no significan nada… ¡Pobre Gobierno!, cualquier otro en su lugar, tampoco habría podido hacer mucho más contra esta peste". No creo que esta señora haya cambiado de opinión, durante el tiempo que llevamos confinados. Es una mujer aguerrida que no se apea fácilmente de lo que ella llama sus "ideas". Y su idea en este caso es rotunda: los socialistas y los comunistas jamás pueden hacerlo mal. No son culpables de nada.

No obstante, porque me queda un rayito de esperanza, una última confianza en algo tan irracional como el azar, sobre la condición humana, me pregunto: ¿habrá cambiado de parecer esta señora durante su tiempo de confinamiento? Quizá. Quiero creer que la realidad, los miles y miles de muertas y muertos de España por la terrible pandemia, se ha impuesto a la ideología, el engaño y la mentira montada por el Gobierno para eludir sus responsabilidades políticas, sociales y criminales. Necesito creer que los medios de comunicación rigurosos y serios, que han cumplido con los mínimos morales de su código de deontología profesional, han conseguido crear una opinión pública, moral y políticamente desarrollada, capaz de enfrentarse con determinación a un Gobierno cuasi tiránico por estulticia y maldad. Y, sobre todo, desearía que la indignidad de los medios de comunicación comprados, controlados y sometidos por el Gobierno para ocultar su culpas y responsabilidades criminales haya sido vencida por aquellos otros medios que han informado con rigor y seriedad sobre la perversa actuación del Gobierno de España.

Pero ninguno de esos desiderata, elucubraciones más o menos justificadas sobre el futuro, conseguirá hacerme olvidar dos asuntos que se repiten a lo largo de la historia de España para impedir que este país alcance una cierta normalidad intelectual y política. Me refiero a esa funesta manía de repetir los problemas por un desconocimiento absoluto del pasado, o peor, la mayoría de los españoles suponen que los sucesos que ocupan y preocupan, en fin, llenan todos los ámbitos de una determinada época, son extraordinarios, nuevos, ajenos al pasado más inmediato o remoto. Quienes solo ven novedades en la repetición son peores que estultos, son hombres-masa, criminales de guante blanco. Las universidades, las editoriales y los medios de comunicación de España están repletos de este personal. Son gente presta a exigir soluciones cuasi mágicas y originales para problemas nuevos. Este desgraciado prejuicio está más enraizado, insisto, entre la gente letrada que entre aquellos cuyo conocimiento no pasa del estrecho universo de su propia experiencia.

El otro prejuicio, terrible suspensión o dejación del deber ciudadano que tiene todo intelectual y científico, que ha vuelto a resurgir en esta crisis del CV-19, se refiere a esa retirada táctica y pusilánime de nuestros científicos e intelectuales del espacio público-político. Han sido ciento los científicos que han callado, cuando no se han entregado a las mentiras y engaños de un Gobierno que parapeta toda sus decisiones en una supuesta comunidad científica. Han sido ciento los científicos que han callado, cuando sabían que toda esa palabrería científica era pseudociencia, porque han decidido, siguiendo los peores vicios españoles, o sea, olvidando a don Santiago Ramón y Cajal, Marañón y otros grandes de la ciencia española, que ellos no pensarían nada que se alejase de su especialidad y técnicas profesionales. Han sido y son ciento los profesionales de la ciencia que han renunciado a crear o, al menos, hacer una contribución para crear una conciencia nacional. Han entregado esa sagrada función ciudadana a la basura política o a los profesionales del politiqueo… Por lo tanto, nadie se engañe con memeces sobre el porvenir. El futuro es muy oscuro, como decía Antonio Molina, trabajando en el carbón. Nuestro futuro repetirá los vicios del pasado. Creer que con nosotros empieza el mundo, por un lado, y renunciar a crear una conciencia pública, por otro, son los dos males principales de nuestra sociedad. El primero está siendo practicado con delectación y maldad por los políticos socialistas y comunistas. El segundo es propiedad de los científicos e intelectuales que renunciaron hace tiempo al sagrado deber ciudadano de crear una conciencia nacional para entregarse por completo y dedicación exclusiva, dicen ellos, a la ciencia. Encubren su cobardía despreciando lo obvio: sin una genuina conciencia política, la ciencia y la técnica más perfectas pudieran no solo dejar de ser eficaces, sino que también podrían llegar a volverse estériles, e incluso criminosas.

En España

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