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Antonio Robles

Mala gente

Mientras Pedro Sánchez pedía “unidad y lealtad” a la Cámara para renovar el estado de alarma, su dóberman mordía a Pablo Casado con una agresividad inusitada.

Mientras Pedro Sánchez pedía "unidad y lealtad" a la Cámara para renovar el estado de alarma, su dóberman mordía a Pablo Casado con una agresividad inusitada. Mientras el presidente del Gobierno preguntaba con retintín a la oposición, "¿qué es mejor, la unidad o la división"?, Adriana Lastra infectaba el Hemiciclo con todo tipo de insinuaciones y acusaciones a la presidenta de Madrid. Daba la sensación de que buscaba romper todos los puentes con el PP para pasarle cuentas a Pablo Casado en la próxima memoria histórica. Mientras el presidente generalizaba responsabilidades y se indignaba sin rubor por una campaña de bulos contra él, la portavoz acusaba a Casado de esparcir mentiras y odio. Menos mal que Pedro Sánchez buscaba consenso, unidad y lealtad…

No sería extraño que Iván Redondo tuviera ya almidonado el relato de este tiempo de pandemia. No olviden que la pandemia vírica pasará. Con éste o con cualquier otro Gobierno. La cuestión es cómo sacarle rédito. En eso consiste la cosa para esta generación de políticos.

Asistiendo al espectáculo, barrunté que se habían repartido los papeles de policía bueno y policía mala. Error. En el turno de réplica, el alma negra de Pedro Sánchez supuró su ponzoña de alacrán. Escuchándole, sólo acertaba a definirlo con insultos: farsante, mentiroso, embaucador, tramposo, estafador, fulero, timador, embustero, charlatán, trilero, manipulador… ninguno me libraba del asco insuperable que me producía. Debe de ser que he estado expuesto a sus fechorías demasiado tiempo y me sobrevino una sobredosis. Hube de esperar poco para aliviarme. Acababa de escuchar con estupor cómo capitalizaba como propio el esfuerzo heroico de los trabajadores sanitarios. En un país cuyas normas de seguridad laboral multan a un obrero por el simple hecho de no llevar casco, su Gobierno manda a miles de sanitarios sin sistemas de protección contra la pandemia, y su presidente tiene el arrojo de capitalizar su esfuerzo. ¡Mala gente! Sí, mala gente. Porque hay que ser mala gente para intentar sacar rédito de quienes has mandado como corderos al matadero. Ya no es que mienta, es que usa y ensucia todo cuanto debería ser respetado.

Tenemos frente a nosotros dos pandemias, la vírica y la económica. La primera la solucionará la ciencia; la segunda, la realidad. Pero nadie nos librará de la más letal de todas, la de la posverdad. Paradójicamente, Adriana Lastra la definió en un mandoble despreciativo que le dedicó a Santiago Abascal con otra intención: "Se ha situado usted donde las palabras ya no tienen sentido". Si lo sabrá ella, si lo sabrá su jefe, si lo sabrá Iván Redondo. Viven de eso.

¿Qué más da lo que se diga, si lo dicho sólo es ruido y el ruido lo iguala todo? ¿Qué más da lo que se diga si a lo expresado no lo anima voluntad de verdad alguna? ¿Si la verdad y la mentira dependen más del poder del medio que de la cualidad del mensaje? ¿Qué más da si el receptor está saturado y es incapaz de distinguir ni jerarquizar?

Cuando se ha perdido la vergüenza, cuando la ética de los principios y la ética de la responsabilidad ya no discuten porque no hay ética alguna que las confronte, cuando la voluntad de verdad y el nihilismo ocupan la misma jerarquía… y una sociedad pagada de sí misma confunde opinión con ciencia, deseo y hecho, razón y superstición…

La democracia sin normas no es democracia, y las normas sin lealtad a los valores que la inspiraron, simple farsa. Más allá de la ideología, la democracia necesita lealtad a la verdad. Y un poco de pudor.

PS. Recibo un meme de mi amigo Antonio Jiménez Blanco en el que se lee: "Si una persona dice que llueve y otra dice que no, tu trabajo como periodista no es darle voz a ambas, es abrir la puta ventana y ver si está lloviendo".

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