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Julio Tovar

Y así destruyó Podemos Malasaña

Patio Maravillas ya no es el único edificio silente, y las diversas prohibiciones han derrumbado un barrio que vivía del ocio nocturno.

Patio Maravillas ya no es el único edificio silente, y las diversas prohibiciones han derrumbado un barrio que vivía del ocio nocturno.
Pablo Iglesias e Íñigo Errejón, hace nada menos que cinco años | M.Muro

Desde el año 2015 permanece cerrado un desvencijado inmueble que fue llamado Patio Maravillas. Este antiguo centro okupado, situado en la Calle del Pez de Malasaña, fue un importante laboratorio de facciones de la capital, del 15-M, y muchos políticos que luego se harían célebres con Manuela Carmena, como Nacho Murgui, Guillermo Zapata, Rita Maestre o Celia Mayer, tuvieron sus primeros galones altermundialistas en el arcaico caserón, su particular Ateneo menesteroso.

Las coloridas pintadas, la cabina desvencijada, son la arqueología ruinosa de unos tiempos burbujeantes, humeantes de hash, donde ser perroflauta una vez al año no hacía daño. Y los papás pagaban: no hubo época mejor para ser activista que los años finales de esa burbuja inmobiliaria. En el desalojo, los activistas apenas defendieron este centro social, conscientes, ambiciosos quizá, de que solo fue un paso para su futura trayectoria política (poco después era elegida Manuela Carmena alcaldesa). Nunca hubo, de este modo, un plan a largo plazo de crear un nuevo Tacheles, la célebre y pintarrajeada casa okupa de Berlín, y nuestros emergentes políticos no pudieron o no quisieron consolidar una obra cultural y enfrentarse a los gobernantes neoliberales. No debía de ser tan difícil: Tabacalera lo logró.

Este verano de 2020, cinco años después, Patio Maravillas ya no es el único edificio silente, abandonado, y las diversas prohibiciones locales y estatales han derrumbado un barrio que vivía del ocio nocturno. Muchos bares, sellados entre vacaciones y prohibiciones, temen un septiembre que no se espera mejor y se especula con que un 20% de locales habrán de echar la verja. En perfecta poética, las asociaciones de hostelería, bares y locales han pedido un rescate justo con una declaración cuyo título sería incapaz de idear el mejor Larra: "La noche de Madrid se apaga".

Un Madrid sin luces ni bohemia

Se han discutido mucho las traiciones del núcleo original del 15-M: el chalé de Galapagar, la adopción de medidas socialdemócratas y pequeñoburguesas, el carácter vertical y no poco peronista del partido, la expulsión de los anticapitalistas, etc. Todas ellas empequeñecen el abandono miserable de estos barrios céntricos, que fueron tan importantes en la génesis de Podemos, dejados a su suerte por la clase política nacional y regional.

No, los hosteleros que queden ya no verán a un Errejón achispado por solo una Estrella Galicia mientras defiende a Laclau intentando impresionar a alguna guionista de Mediapro; difícil será también oír a Zapata en esos talleres de guion que le valieron justa fama. Imposible, sin duda, fisgonear a Pablo Iglesias de cañas sujeto a la mano de una nueva Ofelia… como hizo con Díaz Ayuso en 2012 luego de una emisión de La Tuerka. Estos dos últimos poco han hecho por salvar estos lugares de memoria "tan gratos para conversar", como proclamaba con fervor el amor platónico de Eduardo Haro Ibars (el Ibars bueno).

Casi todos abandonaron este barrio a medida que sus sueldos, sus obligaciones, comenzaban a aburguesarlos: la mayoría, de Errejón a Montero, empezaron así a aparecer emperifollados en revistas de tendencias entrevistados por cualquier pijo progre provinciano con más ambición que talento (¡y pelo!). La edad pesaba, claro, pero pocos cambios estéticos más siniestros que el de Pablo Iglesias convertido en un hípster con moñito a inicios de agosto. Los que conocieron al político, al tipo que nunca le importó ni lo más mínimo la ropa, debieron vislumbrar que ese cambio de atavío contenía en su espíritu un novísimo y prometedor líder del PSOE. Poco después estalló su particular Filesa, en perfecto homenaje a la frase de Marx sobre la Historia y la parodia.

Ahora, muchos de esos bares agonizan sin que ninguno de estos líderes, que vivieron tanto aquí, haya hecho nada para salvarlos. El virus ha sido la excusa perfecta para destruir a una clase menestral, a unos propietarios castizos, que incluso habían sido acusados de "gentrificar" el barrio simplemente por tener una mínima ambición económica. Todos podrían y deberían contar historias elocuentes, anécdotas sabrosas, de ese 15-M y sus ilusiones (y no pocas traiciones) en una vejez merecida y senatorial con el grifo de cerveza como bastón de mando. No podrán: esos grifos permanecerán secos, mientras sus ojos se llenan de lágrimas.

Es fácil de imaginar un paseo somnoliento al salir de las Cortes de un Pablo Iglesias con moño y Mac, el dúo sacapuntas de esta nueva gauche divine de mamones, por las ruinas y metáforas de una Malasaña que ya no existe y con una carrera política que se esfuma como ese humo suspicaz que inundaba Patio Maravillas. Periplo alucinado para un Madrid absurdo, brillante y cada vez más hambriento.

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