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Miguel del Pino

Las monitas juegan con muñecas

Los mantras feministas que discuten sobre las diferencias entre niños y niñas no tienen nada que ver con las bases científicas de la conducta.

Los mantras feministas que discuten sobre las diferencias entre niños y niñas no tienen nada que ver con las bases científicas de la conducta.
Una niña juega con su muñeca. | Pixabay

Disculpe el lector la extrañeza del título: muy pronto lo justificaré.

Se trata de reflexionar sobre algunos de los mantras feministas que discuten cualquier tratamiento diferencial entre lo masculino y lo femenino en la tierna edad infantil; vestimenta, tratamiento y cuidados y hasta juguetes son puestos en cuestión por numerosas líderes de movimientos supuestamente feministas.

La mayoría de tales supuestos nacen en el seno de foros, muchos de ellos universitarios, que nada tienen que ver con las bases científicas de las conductas animal y humana, sino con elucubraciones más aparentemente filosóficas que etológicas: es hora de que hable la biología.

Especial importancia presenta el tema de los argumentos supuestamente sexistas: nada más satanizado que una muñeca para las niñas o un juguete bélico para los niños. Hablemos por el momento de las muñecas.

Que hable la biología

Científicamente es incuestionable que la especie humana desciende de antepasados arborícolas que se quedaron sin árboles durante la gran sequía del plioceno terciario que afectó a grandes zonas boscosas de los cuarteles africanos donde se asentaban los antepasados del hombre. Aquello sí fue un verdadero cambio climático, aunque no existiera todavía una Greta que lo denunciara.

Nadie discutirá tampoco que las glándulas mamarias se encuentran en los primates arborícolas, y en sus descendientes humanos, situadas en posición pectoral, lo que es excepcional en el mundo de los mamíferos. Las mamas suelen ser abdominales, inguinales, axilares, en algún caso como el del elefante, pero ¿pectorales y sólo dos? ¿Por qué esta rareza?

Ambas cualidades son consecuencia de la necesidad de cuidar y amamantar al bebé en el mundo en tres dimensiones del arbolado, en el que una caída al suelo sería seguramente mortal para el pequeño. La madre debe saber sujetar fuertemente a su cría al tiempo que le permite mamar y esto no resulta fácil, sobre todo para una primeriza.

Es obvio que las circunstancias ecológicas que condicionan la crianza en las ramas hacen necesario el nacimiento de una sola cría por parto: sería teóricamente imposible sacar adelante camadas numerosas, aunque algunas soluciones geniales hayan aparecido fuera del orden de los primates: las zarigüeyas, que son marsupiales arborícolas sudamericanos, se valen de su larga cola que colocan sobre el lomo en posición horizontal para que se enganchen a ella, como a un “cable de tranvía” las diminutas colitas de su prole, que mamarán cuando su madre pueda tumbarse sobre una rama gruesa.

Volviendo a nuestro caso, los primates y nuestra propia especie, todas las habilidades necesarias para evitar la caída de la cría y permitir que pueda mamar con seguridad, necesitan de un aprendizaje y un entrenamiento, para que el cerebelo, coordinador de las actividades motoras pueda convertir la serie de actos ritualizados de los que depende nada menos que la supervivencia, en movimientos casi reflejos.

Y aquí es cuando llegamos a la sorprendente observación de que también las hembras juveniles de muchas especies de monos, sean arborícolas o adaptadas secundariamente a la vida en tierra como los papiones, juegan a las muñecas; o lo que es igual, tratan de sustraer bebés a las madres que los cuidan para imitar sus cuidados, es decir, para aprender jugando, lo que casi siempre consiguen de sus verdaderas madres.

Aclaremos que la hembra que se fingió distraída mientras la osada juvenil le arrebataba su tesoro, no la perderá de vista y consentirá la suplantación por un tiempo breve si todo va bien y la madre temporal se muestra habilidosa y solícita, ya que si observa la menor torpeza o señal de violencia, se la arrebatará de inmediato y la reprenderá seriamente.

El ejemplo, que viene a cuento por la satanización feminista de las muñecas que venimos observando, no es el único a la hora de comprobar que los animales, especialmente los de comportamiento más complejo, aprenden mediante el juego muchas de las habilidades que necesitarán para sobrevivir cuando sean adultos; en este sentido la atracción de las niñas por las muñecas, sean toscas o sofisticadas, es algo que puede observarse en la mayor parte de las culturas.

Prepararse una niña para la maternidad no es incompatible, sino más bien complementario con la adquisición del resto de habilidades y conocimientos que necesitará la futura mujer para no sufrir la tragedia de la discriminación adulta, por ejemplo la que ejercieron aquellos políticos socialistas pre-republicanos que se opusieron al acceso al voto de la mujer porque “votarían lo que les dijera su marido o su confesor”. ¿No lo recuerdan?

Queremos arquitectas, abogadas, doctoras, ejecutivas de todo tipo, mujeres astronautas y presidentas de los gobiernos del futuro, que hayan disfrutado sus preciosos años infantiles jugando con una muñeca. Vamos a tratar seriamente temas de tan extraordinaria importancia.

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