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Luis Herrero

Duelo de sustos

Empieza a saltar a la vista que esa idea de que Vox es la extrema derecha que sale por las noches a comerse crudos a los demócratas no es más que una patraña. 

Empieza a saltar a la vista que esa idea de que Vox es la extrema derecha que sale por las noches a comerse crudos a los demócratas no es más que una patraña. 
EFE

Alguien debería hacerle notar al director de orquesta de la campaña del PSOE que cada vez que Podemos revienta un mitin en Vallecas a pedrada limpia, Gabilondo cae en picado en las encuestas. Por mucho que el soso profesor de filosofía se empeñe en renegar de “este Iglesias”, prometiendo que lo mantendrá alejado del Gobierno regional cuando él llegue a presidirlo, nadie le cree capaz de cumplir su promesa. Basta con contemplar todas y cada una de las combinaciones aritméticas que pueden llevar a Gabilondo a la Puerta del Sol para darse cuenta de que no existe ninguna que le permita prescindir del caudillo podemita. Cualquier votante avisado lo sabe. 

Uno y otro, Iglesias y Gabilondo, constituyen una unidad de destino en lo universal que hace imposible que puedan ser vistos como realidades autónomas. Sus destinos están entrelazados. Sin el aporte de los escaños comunistas no hay mayoría posible al alcance de los socialistas. Cualquier elector que esté dispuesto a depositar su papeleta en la urna del PSOE sabe que está apostando, irremediablemente, por trasladar a Madrid la fórmula del Gobierno de España. La reflexión también funciona a la viceversa. Los votantes de la extrema izquierda tienen igual de claro que sin la ayuda del avión nodriza de Gabilondo jamás asaltarán el cielo del poder capitalino. 

Así que no hay mensaje electoral de cualquiera de ellos que no tenga un impacto directo en el electorado siamés. No sería grave si esos mensajes fueran beneficiosos para ambos. Pero no lo son. Al contrario. Cada vez que el candidato socialista se empeña en reivindicar su sosería, hablando de moderación y de mesura, las hordas podemitas, que aguardan con pinturas de guerra la siguiente emboscada, sufren un bajón de padre y muy señor mío. Que les convoquen a una batalla por la concordia no les motiva en absoluto. De ahí que su horizonte electoral se haya estancado en el 7%. El tirón de Iglesias no da para más. Y si Gabilondo insiste en mantener su campaña zen, aún dará para menos. 

Desde la perspectiva socialista, el panorama todavía es peor. Su intención de voto ha bajado cuatro puntos y medio desde que Iglesias anunció su candidatura. En marzo estaba en el 27,8% y un mes después, según la encuesta que publica este domingo el diario ABC, se sitúa en el 23,2%. El cartel del caudillo podemita es veneno para la taquilla del PSOE. Me apuesto lo que haga falta, además, a que si se repiten episodios como los de Vallecas de esta semana la tendencia a la baja seguirá agudizándose. La caída de Gabilondo aún no ha tocado suelo. Alguien debería hacérselo notar a Iván Redondo antes de que el desastre acabe con su reputación de chamán milagrero.

Pero es que, para más inri, las consecuencias negativas que tiene para la izquierda la radicalización tabernaria de la campaña no se acaban ahí. Otro de sus efectos perniciosos para sus intereses está siendo el de presentar a Vox como un partido que no responde al criterio del diente por diente que cabría esperar de la formación cavernícola y montaraz que describen sus adversarios. Abascal lo ha dejado muy claro: “no nos encontrarán en el enfrentamiento civil”. Los hechos no le desmienten. Empieza a saltar a la vista que esa idea de que Vox es la extrema derecha que sale por las noches a comerse crudos a los demócratas no es más que una patraña propagandística. 

 Una patraña que, encima, ya no funciona. En un mes de machacona insistencia, sus promotores solo han conseguido que el partido de Abascal retroceda dos puntos, que es menos de la mitad de lo que ha retrocedido el PSOE por culpa de los ladridos podemitas. En el duelo de sustos, Iglesias se lleva la palma. No hay miedo a Vox. Y, si lo hay, es mucho menor que el que inspira Podemos. Algún día entenderán los cabezas de huevo de Moncloa que en estas elecciones no se prioriza premiar la gestión de Ayuso, sino castigar a Sánchez por haber elegido al comunismo vallecano, el que tira piedras e incendia la calle, como compañero de viaje. 

Lo ha explicado bien, a mi juicio, Narciso Michavila, el director de Gad 3. “La izquierda madrileña es una izquierda ilustrada, y no una izquierda obrera o revolucionaria, por eso Iglesias como profesor universitario les atraía, pero el otro Iglesias echado a las barricadas no les atrae nada”. Yo diría incluso —añado por mi cuenta— que les asusta. Mientras se le vea el moño removiendo el odio por los mítines de campaña la idea de librarse de él seguirá siendo prioritaria para muchos. El problema del el PSOE es que la mejor manera de conseguirlo es pateando el culo de Gabilondo. Muerto el perro, se acabó el parásito.

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