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Enrique Navarro

Lecciones de la crisis con Marruecos

La mitad de los habitantes del mundo vive en regímenes a los que sus ciudadanos les importan poco y que mantienen ambiciones incompatibles con la paz.

La mitad de los habitantes del mundo vive en regímenes a los que sus ciudadanos les importan poco y que mantienen ambiciones incompatibles con la paz.
Caos migratorio en Ceuta | EFE

Entre las muy diversas clasificaciones que podemos hacer de la gente, hay una que me interesa especialmente: los que creen que el mundo es bueno y que todas las personas y gobiernos buscan el bien de manera que invertir en defensa es un gasto inútil que no nos reporta ningún bien y que sin embargo alimenta el mal; y los que ven amenazas por todas partes y tienen serias dudas de que todos los gobiernos se conducirán de forma racional, solidaria y pacífica con el resto del mundo.

En este año del covid 2021, apenas existen una treintena de países en el mundo que podemos calificar democráticos y occidentales, quizás otros treinta tengan procesos electorales medianamente libres y disfrutan de economías de mercado. La población total del primer grupo de países, digamos pacíficos, no llega a un sexto de la mundial y aunque sumemos los segundos, nos quedaría la mitad de los habitantes del mundo que viven en regímenes a los que la libertad y bienestar de sus ciudadanos les importa poco o nada y que mantienen ambiciones incompatibles con la paz y la seguridad.

Grandes riesgos para la paz

China continúa un proceso de armamento y amenazas a sus vecinos con continuas violaciones de las fronteras y zonas de influencia, con ataques cibernéticos y con crecientes dudas sobre si no hubo, en el mejor de los casos, negligencia en la muerte de millones de personas y el colapso económico de medio mundo con el coronavirus. Rusia tiene un régimen que se alarga y que acalla a la oposición con métodos que creíamos desterrados y que continua con sus amenazas crecientes tanto en los nuevos desarrollo nucleares o sobre las fronteras de los estados bálticos y Ucrania.

A continuación tenemos estados que apoyan el terrorismo como Irán y otros como Nicaragua, Cuba y Venezuela que mantienen a la oposición en la cárcel y que actúan de forma creciente como agentes de Beijing y Moscú. Y tras ellos toda la panoplia de gobiernos corruptos y dictaduras de África y Asia, como es el caso de Myanmar.

Oriente Medio sigue siendo un polvorín con el conflicto de Siria, los ataques desde Gaza a Israel y el programa nuclear iraní. Y si a eso unimos la violencia creciente en países como Estados Unidos, donde la población parece armarse para un conflicto civil, y México donde cada día mueren asesinadas más personas, incluyendo mujeres y niños que en Siria, como si no pasara nada, el cóctel no resulta muy tranquilizador.

Diplomacia buenista

A pesar de este amplio catálogo de riesgos a la seguridad mundial, el buenismo diplomático español podría vivir en el limbo estratégico pensando que nada de esto le afecta y que la tradicional amistad de España con todo el mundo constituye nuestro mejor baluarte para mantener nuestra seguridad. Pero lo que era predecible que llegara, llegó, y como siempre pasa con este tipo de acontecimientos por donde menos lo esperaba el gobierno.

Tenemos a menos de media hora de avión a dos países con regímenes autoritarios, enfrascados en la mayor carrera de armamentos del globo que desembocará necesariamente en un conflicto antes o después. Y es que España ha cometido diversos errores geoestratégicos en las últimas décadas que nos pueden poner en medio de un conflicto bélico, salvo que nos rindamos, y cedamos, lo que esta en nuestro ADN desde que Franco comenzó a perder colonias a cambio de nada.

El primer error es no distinguir entre amigos y menos amigos. Argelia se convirtió en un aliado estratégico por el suministro del gas, pero el país ha continuado con su cercanía a Moscú, mientras que Marruecos confiaba en su relación con Europa y en particular con Francia para mantener la seguridad; pero nuestro vecino del norte ya ha dejado de ser el gran país director de Europa y de esto existe una conciencia creciente no solo entre los militares, sino en una parte mayoritaria de la población francesa de toda la vida, para entendernos.

Marruecos entendió que su superioridad estratégica sobre Argelia dependía no solo de un presupuesto de modernización muy superior al español, sino sobre todo de aliarse con los dos gigantes de la tecnología militar, Estados Unidos e Israel, que ya son referentes tecnológicos de Marruecos.

En la nueva definición estratégica de España, consecuencia del cambio de régimen, se ha adoptado un proceso de des-occidentalización, con una creciente cercanía ideológica y política con los regímenes que están bajo el paraguas de los dos mayores enemigos de la libertad y la estabilidad, China y Rusia, y alejándonos de nuestros esquemas tradicionales de seguridad en la OTAN y Estados Unidos. Este devaneo estratégico traerá unas consecuencias estratégicas y económicas desastrosas para nuestro país si no se remedia la situación inmediatamente.

Ahora tenemos a Marruecos como el principal aliado de Estados Unidos en el oeste del mar Mediterráneo, con un armamento más moderno y con mayor capacidad de proyección, enfrentado a Moscú vía Argel por el dominio del Sahara occidental, y con reclamaciones históricas sobre España.

Ceguera estratégica

Que el gobierno español quiera convertir una acción agresiva contra nuestra soberanía en un problema de inmigración es la mejor muestra de su ceguera estratégica. Mientras el monarca tiene una fortuna de 6.000 millones de dólares, una colección de coches deportivos, le ha regalado a su hijo un avión de 57 millones de euros y gasta más de dos millones al año en ropa -los calificativos sobran-, nosotros tenemos un complejo de culpa por ser más ricos y nos consideramos obligados a resolver los problemas sociales de la población marroquí que sus gobernantes no arreglan.

Es decir, si tenemos un vecino capaz de enviar niños simplemente para mostrar su enfado por acoger a un líder del Polisario, ¿qué no hará por obtener la soberanía de Ceuta, Melilla y Canarias? ¿Necesita España apoyar al Frente Polisario como si nos fuera la vida en ello? Si queremos tener la independencia estratégica para actuar, la primera acción no era curarle el COVID al jefe el Polisario sino triplicar el presupuesto de defensa y, entonces, podríamos decidir de acuerdo a nuestros gustos o necesidades. Si en cambio creemos que todos son buenos y que nadie nos quiere ningún mal, pues entonces mejor dejemos el Sahara a Marruecos y nos quitamos un problema. Sin embargo, seamos serios: los problemas de fondo no se resolverían.

Posdata, viendo a los gibraltareños, unos pocos miles en un peñasco, sin Covid y tranquilamente tomando café en las terrazas, uno pensaría que viven con gran tranquilidad y sin ninguna amenaza ni desazón. ¿Esto será por el buenismo británico o por el poderoso compromiso de los británicos con su país y con su seguridad? Si queremos que la vida en Ceuta, Melilla y en Canarias sea placentera y segura, sólo necesitamos mostrar nuestra decidida voluntad de defender nuestra soberanía e integridad y, además, garantizar la superioridad estratégica. Pero claro, si estamos dispuesto a abrir una mesa de diálogo para la escisión de Cataluña, ¿qué mensaje estaremos transmitiendo a nuestro vecino del sur?

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