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El deporte del nuevo clero

Lo más frecuente hoy en día es que se el deporte utilice para aleccionar al público sobre los males –y los malos– de la sociedad.

Lo más frecuente hoy en día es que se el deporte utilice para aleccionar al público sobre los males –y los malos– de la sociedad.
Simone Biles. | Cordon Press

El nuevo clero, ése que transforma cualquier asunto de actualidad en un menú rápido de moralina, fue extrayendo para nosotros, simples mortales y espectadores incapaces de reflexionar sin su ayuda, una serie de enseñanzas morales de estas Olimpiadas, siempre con su inevitable traducción política. Y al término de los Juegos, como era previsible, nos ha impartido la lección final. ¿Qué es lo que debemos retener de lo sucedido? No las proezas o los fracasos deportivos. De eso ya no van las Olimpiadas. Lo importante son los avances que han supuesto para causas como la diversidad, la inclusión y el antirracismo, o la visibilidad que han dado a los problemas de salud mental de los deportistas de élite.

"El deporte ha cambiado, porque ha cambiado la sociedad", concluía, de forma aproximada, una de las prédicas que acabo de escuchar. En realidad, lo que ocurre es que hay gente, y tanto en los medios como en la política, que se siente llamada a cambiar la sociedad y que utiliza el deporte para catequizar a los infieles que andan sueltos. Cierto que la utilización política del deporte no es novedosa. Ha sido, y es, utilizado por regímenes dictatoriales y totalitarios para darse prestigio y conseguir legitimación. Los países comunistas lo hicieron en su día, y sometieron a presión y a dopaje a sus deportistas a fin de presentarse como grandes potencias olímpicas. Pero lo más frecuente hoy en día es que se utilice para aleccionar al público sobre los males –y los malos– de la sociedad.

Dos ejemplos que han estado en primer plano en nuestro país. A raíz de unas declaraciones de la atleta Peleteiro, una parte de la sociedad española –"muchos", dijo ella– fue puesta bajo sospecha de racismo, sin otra prueba que las palabras de la deportista. La retirada de la gimnasta Biles sirvió para dividir al público entre los virtuosos que comprenden los problemas que causa la presión a la que están sometidos los triunfadores –¿y los que padecen los perdedores comunes y corrientes?– y los despiadados que creen que aguantar la presión forma parte del oficio.

En algún momento del pasado hubo el espejismo de que el deporte unía a la gente y establecía una especie de fraternidad universal, por encima de las divisiones de nacionalidad, religión, raza o ideas políticas. Yo misma, hace años, tuve una visión de ese espejismo en el lugar más propio de tales fenómenos. En el Sáhara, en un remoto lugar de Níger, viendo a los hombres del desierto apiñados delante del único televisor del pueblo para ver un mundial de fútbol, era para preguntarse cuál era el misterioso atractivo de aquel deporte para quienes estaban, en todos los sentidos, tan lejos. Pues lo tenía. Allí y en tantos lugares del globo. El espejismo parecía real.

Ya no. Tenía que suceder en los Juegos Olímpicos más políticamente correctos. Metido en ese lecho de Procusto, el deporte ya no sirve para unir, sino para dividir. Y lo que hay que preguntarse es qué será del deporte si el nuevo clero logra apoderarse de él por completo. Porque algún día los predicadores que nos enseñan a ser buenos nos dirán lo rechazables que son valores como el esfuerzo y la disciplina. Y cuando desaprueben de forma expresa la competición y las medallas, tan poco igualitarias que sólo premian a los mejores, ese día, sí, se acaba todo.

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