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Cristina Losada

En sucio

Va a ser mayor el griterío por la votación del Festival de Benidorm que por el chanchullo de la reforma laboral en el Congreso.

Va a ser mayor el griterío por la votación del Festival de Benidorm que por el chanchullo de la reforma laboral en el Congreso.
EFE

Va a ser mayor el griterío por la votación del Festival de Benidorm que por el chanchullo de la reforma laboral en el Congreso. De esto ya cabe poca duda, viendo el panorama días después, que es como de resaca. En la borrachera se ha mezclado de todo y al cabo de tan completa confusión etílica no queda otra que el apagón del encefalograma plano. Y donde dice confusión etílica léase también, y sobre todo, confusión informativa. Es significativo que del barullo sólo haya emergido con prístina claridad una regla o aforismo, que valdría para andar por casa pero resulta de un simbólico feísmo aplicado a la sede de la soberanía, y que dice: "El que se equivoca al votar se jode".

En medio del desbarajuste, esa regla inclemente es la que se ha abierto paso, tanto por su facilidad como porque gusta que no pueda rectificar alguien que se equivoca. Gusta especialmente que sea así en el Congreso, donde se supone que los culiparlantes están a cualquier cosa menos a lo que tienen que estar, y el voto por error es lo que permite pillar al botarate. La confusión creada se ha beneficiado mucho de ese sentimiento o resentimiento, pero, por si no fuera suficiente con el sentir, se ha informado con mucha profusión y pedagogía de que allí, cada dos por tres, pulsan el botón errado para votar, como auténticos manazas. Tanto se ha machacado con este asunto, que se diría que lo más frecuente en el Congreso es el error. Como se barruntaba.

La cuestión es que toda esta bonita película sobre la imposibilidad de rectificar el voto por error se desarrolla en el ámbito de la presencialidad, mientras que el voto en disputa tuvo lugar telemáticamente, procedimiento en el que las normas son diferentes. Y aquí entramos en la procelosa selva de los reglamentos. "Hagan ustedes las leyes y déjenme los reglamentos", es fama que dijo el conde de Romanones, figura injustamente reducida hoy a prototipo de las prácticas caciquiles. Pero el conde, que fue parlamentario muchos, muchos años, en épocas muy movidas de nuestra historia, sabía lo que decía. ¿Al solicitar el voto presencial no tenía derecho el diputado a emitir su voto de ese modo y anular el telemático? Veremos. Ya hay mil voces que dicen que no, y dicen saberlo con absoluta certeza. Es asombroso que haya tantos que saben a ciencia cierta cómo funcionan las cosas del reglamento.

El resultado político, según se proclama, beneficia al Gobierno. Ha validado la reforma-que-no-deroga y ya está, a otra cosa mariposa. No se espere que Lastra, número dos del PSOE, intente sustentar la acusación de compra de votos que hizo, a menos que tenga que hacerlo ante algún tribunal. La alegría del Gobierno, en cualquier caso, no fue fruto del trabajo bien hecho. Fue de chiripa y por el blindaje del error que decidió la presidenta del Congreso, que ha salido ventajista con aprovechamiento. Ese balance, sucio y embarrado, es el que queda. Pero sigamos indignados por lo de Benidorm.

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