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Almudena Grandes como afrenta

Para esta izquierda infame, Almudena Grandes no es un referente 'a pesar de' su feroz sectarismo, sino 'precisamente' por ello.

Para esta izquierda infame, Almudena Grandes no es un referente 'a pesar de' su feroz sectarismo, sino 'precisamente' por ello.
Homenaje a la escritora Almudena Grandes celebrado este lunes en el Museo del Prado. | EFE

El Gobierno ha anunciado este jueves un plan para que las grandes estaciones de tren de todo el país lleven el nombre de españolas señeras. La razón es que, según la ministra Raquel Sánchez, titular de Transportes, Movilidad y Agenda Urbana, la mayoría de los ciudadanos apuesta por "una España que reconoce a sus mujeres".

La idea podría considerarse un acierto, algo innecesario o incluso la típica tontería propagandística feminista sin mayor recorrido, pero la realidad es muy distinta: una vez más, el Gobierno de Pedro Sánchez convierte lo que podría ser un bello homenaje en una sucia agresión a millones de españoles. Y es que el primer nombre que se ha puesto sobre la mesa ha sido el de Almudena Grandes, a la que se pretende dedicar la emblemática estación madrileña de Puerta de Atocha.

Grandes fue una escritora de indudable éxito, pero los reconocimientos públicos de este tipo no deben distinguir a autores superventas –tantas veces pasto de un rápido olvido–, sino a figuras de talento indiscutible que hayan superado la prueba del tiempo o adornadas de unas virtudes cívicas excepcionales. En este caso, y desde ese punto de vista de la calidad literaria, es absolutamente increíble, grotesco incluso, que la autora de Las edades de Lulú haya pasado por delante de figuras como Rosalía de Castro, Carmen Martín Gaite, Emilia Pardo Bazán, Carmen Laforet, Ana María Matute o Rosa Chacel. También palidece Grandes ante Manuela Malasaña, Mariana Pineda, Santa Teresa de Jesús o Concepción Arenal, entre tantas españolas descollantes que han hecho muchísimos más méritos para recibir una distinción de ese calibre.

Pero es que lo crucial para Sánchez y sus secuaces no son el talento ni los méritos cívicos; no buscan personalidades valoradas y admiradas por el conjunto de la sociedad, sino exactamente lo contrario: a ojos de esta banda guerracivilista, cainita hasta las bascas, el gran mérito de Grandes era su fanatismo salvaje, que le llevó a demonizar sin descanso a gran parte de la sociedad española y hasta a regodearse en ello, lo que en consecuencia la convirtió en un personaje aborrecido por aquellos a los que así maltrataba.

Nadie se ha podido sentir insultado por que se llame Adolfo Suárez al aeropuerto internacional de Madrid, por que la estación de Chamartín homenajee a Clara Campoamor o por que un hospital recuerde la increíble historia de Isabel Zendal; pero muchísima gente se sentirá afrentada cuando se dedique una de las estaciones más importantes de España a la mujer que escribió biliosa sobre el goce que habrían experimentado las monjas violadas por los milicianos del Frente Popular durante la Guerra Civil –qué no dirían las guardianas del feminismo si esa salvajada la hubiese escrito un hombre–, que deseó enfermedades para políticos como Isabel Díaz Ayuso y que, en suma, consideraba enemigos deshumanizables a todos aquellos que no pensaran como ella.

La Estación Puerta de Atocha-Almudena Grandes es un ejemplo mortificante de cómo este Gobierno prostituye lo público convirtiéndolo en munición para su infame campaña guerracivilista, con la que pretende convertir a los españoles en almudenas grandes comidos por el resentimiento y el odio.

Eso es lo terrible: para esta izquierda infame, Almudena Grandes no es un referente a pesar de su feroz sectarismo, sino precisamente por ello.

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