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Aldo Mariátegui

¡Francisco, ve a Lvov!

Jorge Mario Bergoglio no debe caer en la pasividad cómplice frente a quien rompe la paz para matar salvajemente a sus semejantes.

Jorge Mario Bergoglio no debe caer en la pasividad cómplice frente a quien rompe la paz para matar salvajemente a sus semejantes.
El papa Francisco. | EFE

"¿Cuántas divisiones tiene el Papa?". Stalin le respondió así al ministro de Exteriores francés Laval en 1935 cuando el galo le mencionó que ciertas acciones rusas podrían incomodar al Vaticano. Pero Stalin se fijó solamente en la fuerza material del Papado, sin contar la colosal potencia moral de Roma sobre mucha gente. Efectivamente, la fuerza moral de la Iglesia Católica ya no es aquella tan poderosa de 1935 en el Occidente laico de hoy, pero aún sigue siendo apreciable. Por eso no comprendo cómo el Vaticano no hace gestos dramáticos frente a este psicópata imperialista de Putin, que está masacrando a un pueblo cristiano como el ucraniano, que será ortodoxo en su gran mayoría pero seguidor de Cristo, finalmente. Por eso Francisco I debería hacer dos cosas inmediatamente:

1) viajar a Lvov, la católica ciudad ucraniana fronteriza con Polonia que aún no cae en las garras rusas, para proteger y consolar con su presencia a los miles de refugiados que llegan allí cada hora, y disuadir a Putin con su sola de un avance hacia esa zona;

2) publicar cuanto antes una enérgica encíclica de condena contra la agresión de Putin, documento que debería ser leído en todos los oficios católicos y reproducido en todos los medios.

El octogenario Jorge Mario Bergoglio no debe caer en la pasividad cómplice frente a quien rompe la paz para matar salvajemente a sus semejantes y repetir así el triste papel de su antecesor Pío XII (Eugenio Pacelli), que muy poco hizo públicamente ante los matones fascistas Hitler y Mussolini, quedándose incluso silente ante el Holocausto, esa atroz matanza a nivel industrial de seres humanos, de la que estaba perfectamente al tanto. Por lo menos Pío XI (Achille Ratti) fue mucho más enérgico ante Hitler, con su encíclica anti-nazi Mit brennender Sorge ("Con ardiente preocupación"), que apareció editada extraordinariamente en alemán y no en latín en 1937. Allí Ratti condenó ese extraño cóctel de racismo neopagano germánico, antisemitismo medieval y nacionalismo extremo que sustentaba el nazismo. Pío XI falleció a punto de publicar una segunda encíclica crítica de los nazis a comienzos del fatídico año 1939, que se iba a llamar Humanis generis unitas ("La unidad de la Humanidad").

Su sucesor papal Pacelli guardó este documento y optó por dos encíclicas propias contra los nazis, Sumi Pontificatus (1939) y Mistici Corporis Christi (1943). En la primera condenó directamente la invasión de Polonia y el racismo como doctrina política, mientras que en la segunda volvió a repudiar el prejuicio racial, además de la eugenesia. Pero allí nomás quedó Pío XII en cuanto a actos públicos. Como mínimo debió denunciar abiertamente la matanza de los judíos y excomulgar a los nominalmente católicos Hitler y Mussolini por genocidas, además de a todos los jerarcas nazis y fascistas que profesaban esa fe. Dado que el 90% de Italia y más del 30% de Alemania eran católicas en esos años, esa sanción habría tenido un impacto gigantesco en esos países, así como en los posteriores colaboracionistas franceses de Vichy. La Historia (con mayúsculas) exige a veces actos públicos de heroísmo ante los monstruos. ¡Francisco I, ve a Lvov!

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