
Alexandr Litvinenko, el que fuera teniente coronel del FSB, antiguo KGB, murió en Londres el 23 de noviembre de 2006 tras sufrir envenenamiento con polonio 210. Se quemaba por dentro, perdió el pelo a mechones. El té ruso no tiene buena fama entre la disidencia, muchos lo han probado. El ex mando de la inteligencia rusa había acusado públicamente a sus superiores de ordenarle, entre otras misiones, el asesinato de Boris Berezovski, millonario disidente. No se lo perdonaron.
Marina Litvinenko lo tiene claro: "Putin es la forma de volver a la URSS". Lo vieron también Yeltsin y su equipo, y bien pronto. Y lo reconoció, como veremos, el propio Putin.
Boris Berezovski, el que debía ser asesinado por Litvinenko, era amigo de Tatyana Dyachenko —hoy Yumasheva—, la hija de Boris Yeltsin, primer círculo de confianza del expresidente y primer apoyo del sucesor Putin —por poco tiempo—, además de uno de esos llamados "oligarcas" que participó en las famosas privatizaciones de los años 90. Empezó en el negocio de importación de coches Mercedes y siguió por los medios de comunicación. Ayudó a Putin y financió sus primeras campañas, nunca oficiales, pero pronto se convirtió en disidente al ver las formas verdaderas del hombrecito del KGB. A Berezovski trataron de matarlo en muchas ocasiones. El 23 de mayo de 2013 fue hallado muerto en su casa de Surrey (Inglaterra), según parece, ahorcado y con una coartada plausible pero no necesariamente cierta sobre pérdida de influencia, fortuna fundida y dudas políticas sobre Rusia.
Mijail Jodorkovski fue líder del Komsomol (Liga juvenil comunista) en su época universitaria. Emprendedor por naturaleza, fue creciendo en los negocios y, con el empujón debido, llegó a ser dueño de la petrolera Yukos, ostentando el título de hombre más rico de Rusia. Su fortuna y ascenso empresarial se parecía en algo a la de Berezovski al proceder de su participación en empresas estatales sacadas a subasta. El mecanismo de los 90 fue ese: empresarios que prestaban dinero al Estado a cambio de participación accionarial que acababa en propiedad completa. Analizado hoy, hubo muchas irregularidades, grandes pelotazos y muchas ganas de amasar millones. No era nada nuevo en la Rusia comunista pero esta vez, al lado del caos financiero, había empezado a entrar también algo de libertad. Jodorkovski, tras muchos procesos reflexivos que requerirían más espacio que el de un artículo, dedicó todo su esfuerzo y dinero contra Putin. Estuvo una década en prisión, en Siberia y sufrió varios intentos de asesinato dentro y fuera del gulag.
El fin del milenio acabó con cualquier posible sueño. El 31 de diciembre de 1999, Boris Yeltsin dejaba el gobierno en manos interinas, qué ingenuidad, de Vladimir Vladimirovich Putin, que convocó elecciones para marzo y no quiso otra campaña que exhibir su forma de gobernar. Se resume fácilmente: en uno de esos encuentros televisados con niños que a los políticos les suelen obligar a cumplir, una adolescente preguntó a Putin qué era lo que más había marcado su vida. Tras un momento de reflexión dijo: "el colapso de la Unión Soviética". Aclaró después que la respuesta era "seria porque la pregunta fue seria". Y fue sincero. Nadie lo escuchó con atención salvo el propio Yeltsin y su equipo o "Familia", su hija Tatyana, Berezovski, Jodorkovski…
Los después disidentes fueron constructores o financiadores de Putin, de esa vuelta revisada a la Unión Soviética, que engañó durante muy poco tiempo, apenas un año, por sus formas presuntamente amables. Vladimir Vladimirovich Putin sólo era un agente burocrático del KGB que consiguió hablar muy bien alemán con acento ruso mientras vigilaba la vida de los otros en Dresde, en la Alemania llamada "democrática". Llegó a ayudante y chico para todo del alcalde de San Petersburgo, Anatoli Sobchak, que se pensaba liberal y con quien depuró la técnica de usar la democracia contra ella y en beneficio propio. Después fue funcionario de Boris Yeltsin, luego director del FSB, teniente de alcalde de San Petersburgo y, de pronto, primer ministro de Boris Yeltsin, el que quiso democratizar aquello después de que tovarisch Gorbachov, personaje injustamente bien tratado por la Historia y la prensa mundial, intentara perpetuar la URSS con eufemismos.
Muchos rusos que tuvieron culpa se dejaron literalmente la vida enjugándola. Otros, con mácula o sin ella, todavía están en ello desde cualquier lugar del mundo fuera de Rusia. El propio Jodorkovski, al que le quedan algunos millones para financiar disidencias aún ha de encontrar la forma de derrocar a su archienemigo. Otros como Garri Kaspárov lleva muchos años y millones intentando un jaque mate imposible, de momento. O Vladimir Gusinski, multimillonario afincado en España que fue propietario de NTV, una canal de televisión perteneciente a un gran holding mediático que nunca tragó a Putin.
Marina Litvinovich trabajó a finales de los 90 para Boris Nemtsov, viceprimer ministro de Rusia entre 1997 y 1998, asesinado a tiros el 27 de febrero de 2015 en el puente de Moscú con el Kremlin como cercano fondo. Pero Marina también llegó a prestar sus servicios consultores para Vladimir Putin. Era de las pocas que sabía de veras lo que significaba internet. Litvinovich sigue activa en la política y ha trabajado para Jodorkovski y Kasparov en su férrea oposición a Putin.
Oligarcas, burócratas y asesores rusos que auparon a Putin han querido y quieren derrotarlo. Esto sigue siendo importante.
Los 11-M de Putin
Siempre ha habido Terror en Rusia. También terrorismo. Desde que llegó Putin, lo más trágico fue el asalto al teatro Dubrovka de Moscú (26 de octubre de 2002, 170 muertos entre secuestradores y rehenes), el del colegio de Beslán (1 de septiembre de 2004, 334 muertos, 186 de ellos eran niños) o, antes de todo lo anterior, las explosiones en edificios de apartamentos (septiembre de 1999, más de 300 muertos) que sirvieron a Putin para prometer la persecución de los terroristas aunque estuvieran "en el retrete". Y para hacer efectiva tal persecución hubo que meter la democracia —que apenas asomó— entre paréntesis de hormigón armado que anularon nombramientos colegiados para convertirlos en exclusivos y directos por parte de Putin.
Sin perder de vista que el terrorismo checheno era una realidad, existen investigaciones independientes que ofrecen pruebas sólidas de que en los ataques al teatro y al colegio se manejaba abundante información previa que no sirvió —¿que no se usó?— para evitar la masacre. Y en todo caso, no sirvió en absoluto para resolver los asaltos de las fuerzas especiales con menos muertos. En cuanto a las explosiones de fin de siglo en edificios residenciales, cada vez más documentación y testimonios apuntan directamente al propio Putin, sin más. En España hemos llorado los 18 años del 11-M sin conocer la mitad de la historia, así que en la Rusia de Putin…
Anna Politkovskaya murió asesinada a tiros en Moscú el 7 de octubre de 2006, pero lo intentaron muchas veces antes, una de ellas con esa taza de té ruso que no gusta a la disidencia. En la versión oficial cayeron chechenos y policías corruptos. Politkovskaya y su Novaya Gazeta poco tendría que ver con el Jodorkovski de Yukos o con el magnate Berezovski, que según versiones oficiales ¡fue quien terminó asesinando a Litvinenko! Poco salvo su incompatibilidad con Vladimir Putin. Y quien estorba es apartado en el formato que sea y con la versión que más convenga.
Putin justifica los medios y el fin justifica a Putin. La verdad y la mentira empiezan y terminan en Putin. Sin sorpresas. Y con crecimiento económico disfrazado de liberal y la democracia en franca desaparición, millones de rusos siguen fieles a la mano dura, al vodka barato y al himno soviético recompuesto que Yeltsin calificó, compungido y decepcionado, de "rojo", muy poco después de cederle el testigo aquel trágico fin de año de 1999. Sí, hay rusos culpables que no encuentran el camino.
Zelensky no necesita aplausos
Tenemos la manía de aplaudir al que está a punto de morir en vez de ayudarlo. Es como darle el último empujoncito para que pase de héroe a mito en el menor tiempo posible. Si hay que ayudar, mejor con la tramoya humanitaria, por caótica que se presente. Occidente es capaz de componer canciones y organizar conciertos por la paz sin poner un pie en zona de guerra. Pero a los ucranianos la muerte les está llegando desde el cielo que no queremos cerrar por miedo a que eso se interprete como una declaración de guerra.
¿Una declaración de guerra? Entonces, ¿cómo hay que calificar el asesinato de civiles identificados o el bombardeo de corredores humanitarios de refugiados, de hospitales, el asalto a centrales nucleares, el uso de bombas de racimo, la toma de rehenes o la amenaza nítida de guerra nuclear? Estonia y Lituania han reclamado esa zona de exclusión aérea que pide sin éxito Zelensky porque el sátrapa ya ha mencionado sus nombres como posibles próximos objetivos. La amenaza de Putin no tiene límite por su parte ni freno por la nuestra y eso no puede tener un buen final. Las ovaciones no detienen las bombas.
Putin es líder de una gigantesca banda terrorista, presidente de una potencia terrorista mundial, llamada Rusia. Un mediocre nostálgico con arsenal nuclear y ausencia de escrúpulos. Nos lo han contado muchos rusos que trabajaron para él, que le llevaron al poder y que se jugaron la vida o la libertad denunciándolo. ¿Para nada?
La culpa de algunos rusos se convirtió en una feroz disidencia que hoy defiende nuestros valores. El resto de las culpas, y hay muchas, sigue sin dar frutos contra Putin y por la libertad. Nos quedamos sin tiempo.
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Añadidos para engordar la lista documental propuesta por Libertad Digital:
Con mejor o peor factura técnica, con algunas excusas o exageraciones y quizá con alguna interpretación de parte, de todas las siguientes recomendaciones se obtienen muchas conclusiones:
- Los testigos de Putin (2018) de Vitaly Mansky. Enorme valor documental de primera mano. Está disponible en varias plataformas, entre ellas Prime Video.
- La Rusia de Putin. El caso Litvinenko. Producido por Dreamscanner y editado por Andrei Nekrasov. Lo emitió Canal+ y se puede encontrar en YouTube.
- Citizen K. (2019). Guion y dirección de Alex Gibney. Imprescindible para conocer a Mijail Jodorkovski… y a Putin. Disponible en varias plataformas, entre ellas, Prime Video.
- El orgullo de Putin: cosacos, lucha e iglesia (2018). Sébastien Bardos y Guilleme Dumant. Sobre el regreso a los viejos tiempos que muchos rusos agradecen a Putin. Se puede encontrar también bajo el título Nationalism and tradition: Russia according to Putin.


