
Se ha calificado de éxito "histórico" el regreso de la selección española de fútbol a Cataluña, región donde hacía 18 años que no se disputaba un partido internacional. La celebración del España-Albania causó un fenomenal revuelo. Las banderas españolas volvieron a lucir en masa a pesar del indisimulado intento de los medios nacionalistas primero por ocultar la convocatoria y después por reducirla a una exhibición entre pintoresca e irrelevante de folclore extranjero. Menudean en las redes sociales mensajes de resentimiento separatista junto a otros que vienen a sugerir que en el estadio del Espanyol, antes Español, se certificó el fin del Procés y la capitulación del independentismo.
Lo ocurrido en Cornellá y en El Prat, pues el campo es frontera entre los dos términos municipales, tiene evocaciones históricas indudables. Por ejemplo, conecta con las últimas tardes de toros en la Monumental de Barcelona y las imágenes ya viradas al sepia de José Tomás paseado a hombros por la calle Marina. La supresión de los toros en Cataluña fue una operación nacionalista con el animalismo como elemento detonante y en connivencia con el socialismo catalán. Sin el PSC no hubiera sido posible. Ahora da cobertura al incumplimiento de la sentencia del 25% de español en los colegios de Cataluña pactando con los grupos separatistas mantener la lengua común fuera de las aulas o al capricho de los directores de centros.
El fútbol, bien. Gran ambiente. Ganaron los chicos de Luis Enrique. El público, regio. Ni una colilla en el suelo. Y sonó el himno nacional, no el de Riego. Casi todo correcto. El dispositivo de seguridad, que es responsabilidad primera y última de los Mossos d'Esquadra, policía integral que tiene la última palabra en la materia, fue una auténtica invitación a la catástrofe. Miles de personas quedaron atrapadas en unos accesos colapsados, sumergidos en una penosa travesía para acceder a las puertas del estadio. Los cacheos eran intensivos. Mediada la primera parte todavía accedía gente a las gradas. Ocurrió algo parecido en el último Espanyol-Barça. Como se trata del club perico, le importa a mucha gente pero se hace ver como que no pasa nada. Lo mismo en el caso de la selección española, quinta o sexta noticia en TV3.
El desastre organizativo debe interpretarse como un aviso. El trato de ganado recibido, la angustiosa sensación de verse rodeado por miles personas varadas a cien metros de los muros del estadio, esa especie de pesadilla al evocar por un momento las masas de desplazados, el riesgo de una avalancha, un desmayo o un infarto. Habrá que pensárselo dos veces antes de volver a un partido de España en Cataluña. Ese era el mensaje. Así, mientras los aficionados ataviados con banderas nacionales eran cuidadosamente cacheados, unos pocos albaneses pudieron introducir tanta pirotecnia en el interior que al principio del partido su zona parecía el fondo sur del infierno de Estambul.
No está en la agenda otro partido de la selección nacional en Cataluña, lo que acentúa los efluvios otoñales de aquel septiembre de 2011 en el que se prohibieron las corridas de toros en el Principado. Lo ocurrido este sábado 26 de marzo también recuerda a las dos manifestaciones del millón con banderas españolas que cambiaron el curso del golpe de Estado separatista, sobre todo la del 8 de octubre. No han pasado ni cinco años y un espeso manto de censura cubre la vibrante reacción cívica ante el atropello separatista de Puigdemont, Junqueras y compañía. Pero aquello no se puede reducir a una comparación con un partido de fútbol. Si bien, que en los medios nacionalistas no hablen de ello es que no les gusta pero captan la relevancia del suceso.
En cuanto al fin del llamado Procés, no conviene lanzar las campanas al vuelo. El proceso tiene un componente de película de zombis que se activan cuando el espectador menos se lo espera. Es también una forma de estar en el mundo, ese considerarse una raza superior inexplicablemente esclavizada y sojuzgada por los colonos ñordos. La señora Ponsatí acaba de declarar que los catalanes tienen una pistola en el cogote y hay gente en Cataluña que se lo cree y sufre más que agazapada en un túnel de Mariúpol. Es evidente que el proceso es una parodia, un chiste que ya no interesa. Y es obvio también que ese desinterés es propicio a los manejos separatistas, como el de incumplir una sentencia a favor de un porcentaje mínimo de idioma español en las escuelas.
Están sentando las bases de la próxima asonada con el concurso del PSC. Se juegan el mantenimiento de su régimen lingüístico en el sistema de adoctrinamiento y un partido de la selección les preocupa lo justo.
