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Cristina Losada

Mascarada

La ferocidad de Esquerra contra Sánchez no es la del león; es la del gato doméstico que, como mucho, araña.

La ferocidad de Esquerra contra Sánchez no es la del león; es la del gato doméstico que, como mucho, araña.
Mertxe Aizpurua, de la proetarra Bildu, sonríe al pasar junto al escaño del socialista Rafael Simancas. | EFE

Se mascaba la tragedia. El decreto no iba a salir. Los socios amenazaban rebelarse. Al Gobierno no le llegaba la camisa al cuerpo. Ah, qué espanto y qué agonía. Y, sin embargo, después de horas de furia y terror, de súplica y de congoja sale aprobado el decreto, se salva el Gobierno y todos felices comiendo perdices, como al final de los cuentos. La tragedia que se mascaba no era más que mascarada. No podía ser otra cosa cuando coinciden, ¡pura coincidencia!, dos grandes farsas, la del espionaje a los separatistas y la del real decreto nominalmente destinado a mitigar los efectos económicos de la guerra de Ucrania, y realmente dedicado a fijar en el BOE que todo lo dañino y pernicioso que hoy afecta al bolsillo de los españoles tiene causa no aquí, no en la imprevisora política gubernamental, sino allá en el Kremlin, donde anida el monstruo.

La función ha sido fantástica por lo fantasioso, pero deslucida por el exceso teatral. No son tan buenos actores, como lo atestigua el agudo brote demagógico que sufrió el diputado Casares. Es un déjà vu. Es costumbre que requieran la espada, miren al soslayo y luego no pase nada. La ferocidad de Esquerra contra Sánchez no es la del león; es la del gato doméstico que, como mucho, araña. Ha votado en contra, cómo no, pero sus amigos de Bildu lo hicieron a favor. Hay reparto de papeles y es un reparto calibrado. Esquerra salva la cara y Bildu salva el decreto.

Fantásticas fueron las explicaciones. Las que dieron los que estaban muy cabreados con el Gobierno, por lo del espionaje o por lo que fuera, pero iban a aprobar el decreto en lugar de echar abajo tanto el decreto como el Gobierno. Hasta uno de los supuestos espiados, diputado del PDeCat, contuvo su enojo y se sacrificó "por los ciudadanos". El propio partido Podemos, que se sienta en el Consejo de Ministros, descollaba entre los grandes indignados, pero sólo para ajustar cuentas con su procedimiento favorito, el de hacer rodar cabezas. Ningún abuso, ninguna traición, ningún desplante los decide a dejar sus ministerios y quitarle el apoyo a Sánchez.

Todos están atados al Gobierno, igual que el Gobierno está atado a ellos. Podrán parecer ebrios de ira, pero están muy sobrios. Cuanto más gritan y gesticulan contra el Gobierno, menos intención tienen de hacerlo caer. Si le retiran la red, no se estrella sólo Sánchez. Es este un equilibrio que se mantiene por disuasión. Lo que impide que aprieten el botón nuclear es la destrucción mutua asegurada. Y como esta realidad es fría, interesada y mediocre, se oculta con el tinglado de la antigua farsa.

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