Es difícil encontrar un asunto en el que un Gobierno español haya mentido tanto en tan poco tiempo como lo ha hecho el de Pedro Sánchez a raíz de su bochornoso cambio de posición respecto al Sáhara Occidental, que ha provocado que Argel suspenda el tratado de amistad hispano-argelino.
Primero tuvo la desfachatez de afirmar que su decisión de abandonar el tradicional compromiso español con el derecho de autodeterminación del pueblo saharaui para pasar a defender la soberanía marroquí sobre el antiguo territorio español estaba en consonancia con las resoluciones de Naciones Unidas y conllevaba la renuncia por parte marroquí a sus reivindicaciones sobre Ceuta y Melilla, dos patrañas fácilmente desmontables. Sánchez hasta osó decir que había informado previamente a Argelia de su cambio de posición, cuando lo cierto es que no se lo comunicó ni a sus socios comunistas de gobierno, y menos aún al régimen argelino, que al hacerse pública la noticia protestó y llamó a consultas a su embajador en Madrid.
Moncloa afirmó que este asunto no afectaría al suministro argelino de gas, lo que quedó desmentido tan pronto Argel aseguró que mantendría los precios a todos sus clientes "excepto a España" y nos redujo el suministro un 25%.
Sin vergüenza, Sánchez llegó al extremo de tratar de implicar a Felipe VI en su volantazo promarroquí, que no contó con el conocimiento ni de la oposición ni de la mitad de su propio Gobierno.
Este miércoles Sánchez ha perdido una ocasión de oro para recoger velas y volver a alinear su posición con lo que demandan la oposición y el resto de su Gobierno, así como las resoluciones de Naciones Unidas. En lugar de ello, se ha reafirmado en su sumisión a Marruecos, lo que ha llevado nuevamente la división al Gobierno y provocado tanto la protesta unánime de la oposición como la ruptura del tratado de amistad hispano-argelino por parte de Argelia, nuestro mayor proveedor de gas (el 43% del total).
Que Sánchez persista en su empecinamiento, y para colmo en plena crisis energética, resulta harto sospechoso, hasta el punto de que cabe preguntarse si tras esa aparente insensatez o torpeza no habrá algún secreto inconfesable. Lo cierto es que la excusa oficiosa que siempre se ha dado para justificar el servilismo hacia Rabat –la necesidad de contar con su colaboración para combatir la inmigración ilegal procedente del propio Marruecos–, además de representar la asunción de un chantaje y un reconocimiento tácito de nuestra incompetencia a la hora de hacer respetar nuestras fronteras, constituye una afrenta al pueblo saharaui y un peligro para nuestras redes de suministro energético. Eso, por no hablar de que Argelia puede jugar también la baza de la inmigración ilegal, como ha quedado de manifiesto con la miríada de pateras que han llegado recientemente a Baleares provenientes de sus costas.
¿Sabremos pronto si tras tanta mentira sanchista hay algo más que simple e irresponsable torpeza?

