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José Manuel Puertas

Carta abierta a Lorenzo Brown

'La Familia' está muy bien hasta que tenemos la oportunidad de fichar a un americano. Y entonces, si te he visto, no me acuerdo.

'La Familia' está muy bien hasta que tenemos la oportunidad de fichar a un americano. Y entonces, si te he visto, no me acuerdo.
Agencias

Estimado Lorenzo,

Permíteme dedicarte estas líneas desde el más absoluto respeto por ti como jugador. Llevo años viéndote en Euroliga, desde aquel Estrella Roja al Unics Kazan que tan buena temporada ha hecho este año hasta que a Vladimir Putin se le ocurrió alterar el orden mundial y he de decirte que soy un admirador de tu juego. Me pareces uno de los mejores ‘combos’ que hay en Europa, porque no te veo como un base puro, sino más bien como un generador y un gran anotador, y entiendo perfectamente a Sergio Scariolo cuando dice que ha dado un informe positivo sobre tu posible aportación a la selección española. Es un verano sin Ricky Rubio. Ya nunca más tendremos al ‘Chacho’ y uno de nuestros valores emergentes más claros, Carlos Alocén, también está recuperándose. En ese escenario, y desde el punto puramente deportivo, por supuesto que entiendo al seleccionador.

El problema es que esto, querido Lorenzo, va un poco más allá. De hecho, creo que esta carta no va del todo dirigida a ti, si lo pienso bien. Tú has mirado por tu carrera, como habría hecho yo. Has visto la oportunidad de conseguir un pasaporte comunitario que te abra puertas en el Viejo Continente. Y, ante la evidencia de que tu país nunca te seleccionará para defender a su equipo nacional, quieres probar la experiencia de jugar un torneo de selecciones con otro. Yo, a ti, creo que no tengo nada que reprocharte. Solo espero el máximo de profesionalidad y compromiso con un equipo que siempre es especial. Porque la selección, a nadie escapa, lo es. El que más sentimientos provoca y, si nos vamos a lo más frío y a simples números, normalmente también quien más audiencia genera.

El asunto, Lorenzo, estriba en quien a ti te ha metido en este marrón, y perdóname por jugar de forma tan facilona con tu apellido. Llevo muchos años siendo muy crítico con este asunto de las nacionalizaciones exprés por puro interés deportivo de una selección concreta. Recuerdo que la broma empezó hace ya más de diez años, con Shammond Williams apareciendo de pronto como georgiano. ‘Shammondvili Williamadze’, le llamé entonces a modo de broma. En el fondo el tipo fue un pionero, casi a la altura de Jean-Marc Bosman. Ha cambiado el ‘statu quo’ del baloncesto europeo. Hoy es rarísimo no encontrar una selección, especialmente en países pequeños o con menos tradición baloncestística, que no tenga su fichaje americano de campanillas. Y claro, hecha la ley, hecha la trampa: en todos lados cuecen habas. Nos hemos tenido que tragar que nos digan que Jaycee Carroll es de Azerbayán y Anthony Randolph esloveno, o que el sustituto de este en la vigente campeona de Europa sea Mike Tobey. En su día nos dijeron que C.J. Wallace era del Congo, y desde no hace demasiado, Brandon Davies es ugandés de toda la vida. Al menos hubo un momento en que alguien le paró los pies al Baskonia, con el pasaporte búlgaro de Pete Mickeal. Fíjate, hasta hemos tenido dos números iguales de pasaportes de Guinea Ecuatorial a nombre de Andy Panko y Marcus Slaughter. Ya sabes, mi reino por un pasaporte comunitario o cotonú. Y esto se ha convertido en ‘el coño la Bernarda’, dicho mal y pronto.

Yo no dudo, Lorenzo, de que en el 99% de los casos, estos procedimientos sean totalmente legales. Que el gobierno español haya visto que puedes, porque lo serás, resultar útil para la selección, y que te dé un pasaporte en un ratillo sin haber pisado España para mucho más que jugar como rival. De lo que sí dudo es de la ética de este tipo de movimientos. De sus valores. Y ya no voy a entrar en lo que pensará la gente que lleva años trabajando en un país y esperando su nacionalidad, que habría que escucharles. Voy a los valores del deporte. A lo que yo entiendo que debe de ser el baloncesto de selecciones.

Para mí el baloncesto español, como concepto y más allá de la patria, representa a todos los jugadores formados en este país o con una cierta vinculación con el mismo previa a su incorporación a la selección. Eso incluye también desde luego a Niko Mirotic o Serge Ibaka. A Johnny Rogers o Chuck Kornegay. Incluso podría haber incluido a Luka Doncic o Domantas Sabonis, si bien ellos eligieron lo que yo creo que debían elegir, que era jugar por su país de nacimiento.

Para mí el baloncesto de selecciones, en la concepción romántica con la que yo lo veo, no debería permitir fichajes. Y lo tuyo, Lorenzo, lo es. Es una relación mutuamente beneficiosa: nosotros necesitamos un base generador y tú consigues algo que te ayudará en tu carrera. Lo dicho, nada que reprocharte. Pero no me gusta que la Federación Española de Baloncesto haya dado ese paso que, para mí la hace muy pequeña. No olvidemos que España es la VIGENTE CAMPEONA DEL MUNDO. Así, con mayúsculas. CAMPEONA DEL MUNDO.

Es paradójico que te mande esta carta justo en el fin de semana en el que, 23 años después, una selección nacional de formación llega a la final de un mundial. Hay quien ve en los Langarita, Mara, Almansa, Martínez, González o De Larrea de la u17 que ha enamorado en Málaga a los Gasol, Navarro, López, Cabezas o Reyes que nos quitaron los complejos en Lisboa. Las comparaciones son muy odiosas y ayudan en muy poco. No me gustan y no voy a entrar en ese juego, pero desde luego hablamos de una generación muy especial.

¿De verdad hacía falta ficharte, Lorenzo Brown? Tu incorporación, dice la FEB, se enmarca dentro de su "estrategia para ampliar tanto la base de jugadores, como el talento disponible para las Selecciones Nacionales". Y esto, ya lo traduzco yo. En Román Paladino, verás: "que lo de La Familia está muy bien, pero oye, que si tenemos la oportunidad de fichar a un tío, pues... Mira, Dani Pérez. Escucha, Ferrán Basas. Atiende, Alberto Díaz. Que gracias por los servicios prestados en las ventanas, pero si te he visto, no me acuerdo, que tengo un americano". Y así, a mí, no me gusta ganar.

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