
La Asociación de Víctimas del Terrorismo cuenta con un equipo de psicólogos que echan una mano a sus socios cada vez que lo necesitan y, muy especialmente, cuando se reciben noticias inquietantes que, para muchas de ellas, remueven el caldo de su sufrimiento. Pasan los años, pero ese caldo sigue ahí, intacto, como una pesada carga que se lleva a veces con paciencia, a veces con un desasosiego que nunca cesa. Por eso, cuando recibes la llamada del servicio psicológico de la AVT sabes que algo va mal, que algún acontecimiento se ha añadido al pesar de tantos años desde aquel sufrimiento turbador que llegó con un atentado y se instaló para siempre en tu intimidad.
Hoy he recibido esa llamada —y ya van unas cuantas desde que Pedro Sánchez se instaló en la Moncloa y nombró mamporrero para la izquierda abertzale a un juez sin principios, ministro del Interior por más señas, dispuesto a todo para servir a su señor— para comunicarme que a uno de los asesinos de mi hermano Fernando —Luis Mariñelarena— le han trasladado a Pamplona —sospecho que en premio a su disponibilidad para firmar esos papelitos que pone a su disposición el aludido mamporrero para disimular la ignominia de su política penitenciaria—, en espera supongo de ulteriores beneficios penitenciarios que le hagan más feliz su vida carcelaria. Claro que, en esto, parece que el mamporrero se pasa las sentencias por el forro, pues al tal Mariñelarena, como a sus otros colegas de comando, le condenaron a un siglo de cárcel, aunque como su límite de complimiento está en treinta años el tribunal dictaminó que "todos los beneficios penitenciarios y el cómputo de tiempo para la libertad condicional se refirieran a la totalidad de la pena".
Me figuro que alguno de mis lectores se habrá interesado por la personalidad de este Mariñelarena. Yo no sé gran cosa sobre él, aunque sí me llamó la atención que durante el juicio por el asesinato de mi hermano dijera que se había metido en el berenjenal del terrorismo porque otro de sus colegas le había preguntado si quería "trabajar en ETA". Así que ahí le tenemos como si fuera un honrado asalariado, aceptando un empleo precario en una empresa terrorista. Desconozco si en los veintiún años de prisión que carga sobre sus espaldas ha meditado algo sobre el mundo laboral del que formó y tal vez aún forma parte. En fin, todavía le quedan nueve de cumplimiento; y nueve años dan para mucho discurrir, aunque tal vez no pueda porque, con ayuda del mamporrero, se distraiga de tan noble ocupación.
El caso es que la psicóloga de la AVT, tras testar mi ánimo, me hizo una confidencia: le quedaban otras cincuenta llamadas como la mía y esa no es una tarea fácil. Claro que, como tengo el colmillo un poco retorcido, inmediatamente se me ocurrió que lo de la semana pasada con la ley de la Memoria Democrática no había sido más que un señuelo con el que desviar la atención acerca de lo que verdaderamente importa a la izquierda abertzale, que no es otra cosa que solucionar el problema de los presos de ETA para lanzarse a un estrellato electoral que le permita disputar el gobierno autonómico al PNV. En eso están los de Bildu y los del PSOE, cuyo secretario general, según ha declarado en varias ocasiones, no les hace ascos a esos posibles socios de izquierda. Y claro está, para ello no sólo hace falta tener voluntad política, sino también poder ejecutor. ¿Se creían ustedes que el de mamporrero de la izquierda abertzale era sólo un puesto honorífico? Pues no, forma parte de la clave de bóveda de un proyecto político sin duda abyecto, aunque seguramente rentable para esos socialistas postmodernos que piensan que lo del terrorismo fue cosa de otra época y que han echado en el saco del olvido a los viejos compañeros que, como mi hermano Fernando, se dejaron la vida tratando de derrotar a ETA.
