
Primero se fue Serena Williams y ahora se marcha Roger Federer. Para los amantes del deporte en general y del tenis en particular, 2022 será un año triste en muchos sentidos. Igual que será histórico por los triunfos de Rafa Nadal en Australia y París, otra victoria más de Djokovic en Wimbledon y el primer Grand Slam y número 1 de Carlos Alcaraz, 2022 nos deja huérfanos de dos jugadores que han cambiado para siempre la historia del tenis mundial.
Me centro en la figura de Roger porque es la más reciente. Hasta hace no demasiado, el tenis veía a Pete Sampras como un extraterrestre venido de otro planeta en el circuito masculino. El estadounidense llegó a sumar 14 torneos de Grand Slams y por momentos pareció imbatible. Era considerado, lógicamente, el mejor jugador de la historia. Ahora miramos a Sampras y respetando mucho su palmarés, nos parece muy alejado de lo que han conseguido Rafa Nadal, Novak Djokovic y Roger Federer. Y Roger fue el primero en mostrar al mundo que se podía superar esa barrera.
En 2003, Roger levantó sobre la hierba de Wimbledon su primer Major y lo hizo ante él, ante el bueno de Pete. A partir de ahí nos enamoramos todos de él. Nadie ha sido y seguramente será tan elegante y talentoso como el tenista suizo. Con esto no quiero entrar en debates sobre quién es mejor de los miembros del Big 3. Por motivos obvios, Rafa siempre será para mí el número 1, pero si hablamos de estética, de elegancia, de ponerse vídeos a cámara lenta de sus golpes... Roger Federer es el mejor.
Cualquiera que juegue al tenis sabe lo complicado que es dominar el revés a una mano. De hecho, los profesores tienden a pedir a sus alumnos que impacten a la pelota a dos manos porque es más sencillo dominar el golpe. Federer ha hecho de ese revés a una mano una pieza de museo. Parado, en carrera, saltando hacia atrás, hacia delante, a bote pronto, de volea... Su revés a una mano es patrimonio de la humanidad, pero la cosa no queda ahí. Federer es un genio sacando. Ha sido capaz de ganar juegos haciendo, ace, ace, ace y ace. Su derecha, otro golpe de museo. Su mentalidad, de otro planeta. Su respeto hacia los rivales y su elegancia, sello de calidad made in Federer. Para muchos, el tenista perfecto. Un bailarín de ballet sobre una pista de tenis.
Vamos a echar muchísimo de menos a Federer. Su rivalidad con Rafa Nadal ha sido, de largo, la más importante de los últimos años en el deporte mundial. Respetando mucho a Djokovic, lo de Roger y Rafa ha sido muy superior a los combates que ha protagonizado contra ellos el tenista serbio. Por algo se quiere más a Rafa y Roger que a Novak. La final de Wimbledon de 2008 es considerada el colofón de estos duelos y nadie olvidará jamás aquel partido. Federer ha sido y es adorado en Londres, Nueva York, Melbourne, París, Madrid, Roma, Berlín, Montreal, Miami... en todos los lugares donde ha estado. A Federer le quiere todo el mundo. En España, cuando jugaba ante Nadal, si Rafa no ganaba al menos sabíamos que nuestro Roger se llevaba el título a casa. Hasta ese punto llega la adoración y el respeto por el suizo. Él es suizo, pero tenísticamente hablando ha sido adoptado por todos los países y ciudades del mundo.
Gracias Roger. Gracias por dejarnos vivir en tu era. Gracias por cada golpe sobre la pista y por ser un ejemplo dentro y fuera de ella. Se va un señor. Se va un caballero. Se va un genio. Se va una parte del tenis que no volveremos a ver, pero que siempre podremos disfrutar en nuestra memoria. Y ahora si me lo permiten, vuelvo a esos vídeos en cámara lenta de Roger golpeando la pelota. ¿Mindfulness? Ja. Yo prefiero a Roger.
