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Miguel del Pino

La ecología del absurdo

La transición a la ruina ecológica se abate sobre nuestra sociedad de manera inexorable y lo hace por tierra, mar y aire. No se salvan del absurdo ni los canarios.

La transición a la ruina ecológica se abate sobre nuestra sociedad de manera inexorable y lo hace por tierra, mar y aire. No se salvan del absurdo ni los canarios.
Hamster | Pixabay/CC/JarkkoManty

La presión del ecologismo radical sobre los timoratos gobiernos europeos va calando por el procedimiento de lluvia fina y se va traduciendo en decretos y leyes que podemos calificar de "ecología del absurdo".

La llamada Ley de Bienestar Animal que estamos a punto de consolidar es un excelente ejemplo de cortina de humo para ocultar otros proyectos al menos tan absurdos y no menos dañinos que ella: las que implican al hombre, su sexualidad, su sociabilidad y su reproducción.

Acabamos de despedir, de manera especialmente dolorosa por inesperada, a uno de los más insignes científicos españoles, el profesor César Nombela, catedrático emérito de microbiología en la Universidad Complutense, expresidente del CSIF y rector honorario de la UIMP. El investigador y divulgador sentó en España las bases de la rama más reciente de le ecología, la ecología humana.

Siguiendo la estela de científicos legendarios, como el francés Claude Bernald, Nombela abordó el complejo tema de las relaciones entre ciencia y religión. Trabajó en Estados Unidos entre 1972 y 1975, compartiendo laboratorio con el Premio Nobel Severo Ochoa.

Ya en su condición de emérito el científico supo aportar comentarios ponderados sobre los evidentes excesos de tanto decreto político que nos ha bombardeado desde el fundamentalismo de nuestra izquierda en el poder. Durante los últimos años había destacado como clarividente divulgador y acertó plenamente en sus pronósticos sobre la evolución de la epidemia covid. Vamos a extrañarle muchísimo.

Humanismo, animalismo y "peluchismo"

Dentro de las concepciones del ultramoderno ecologismo, el "animalismo" figura entre los mandatos de obligado cumplimiento. Tan obligado que los últimos proyectos de ley proyectan "adornar" con multas disparatadas, 50.000 euros por dejar que una perra se preñe en un descuido. Si unimos estos disparates "peluchistas" con el veganismo estricto, la multisexualidad en todas sus variantes y la subida al poder de decisión de los legos en materia científica, debemos reconocer que nos enfrentamos a una nueva religión cuyo Dios es el famoso "planeta". Un Dios que requiere los sacrificios humanos derivados del frenazo al desarrollo impuesto a los pobres por los ricos.

Hay que reconocer que hemos pasado en nuestra evolución social por décadas de economía del despilfarro y que los excesos de estos periodos de desarrollismo requerían mecanismos reguladores, pero muy diferentes de los que proponen los fanáticos "salvadores del planeta"

La ruina del desarrollo que amenaza a la tibia "bombilla fundida" en que se ha convertido Europa empieza por la aceptación generalizada de la responsabilidad humana en lo que se viene llamando "cambio climático", llega por tierra, mar y aire.

Los cielos, surcados por interminables hileras de molinillos, se convierten en trituradoras de aves y atentados contra el paisaje; los suelos ven mermada su capacidad agrícola a causa de los "huertos solares" y anulada su producción de recursos geológicos por las prohibiciones que afectan a la minería, y de los mares se encargan los decretos sobre vedas y prohibiciones que no siempre se basan en estudios científicos.

Ante la importancia de la transformación ecológica global que venimos sufriendo en Europa a causa de una crisis energética de corte político que se venía anunciando desde hace décadas, por la supuesta "emergencia climática", parecen insignificantes problemas como el debate sobre el supuesto bienestar de los animales domésticos o de consumo; no es así.

No es así porque los proyectos absurdos como el que encabeza la ministra Belarra y que tan acertadamente comenta nuestra compañera Marta Arce en nuestra publicación, revelan algunos de los males más significativos del ecologismo que pretende gobernarnos: proceden de la imaginación de personas que no son profesionales, que encaran los temas y descargan su poder desde la más absoluta ignorancia sobre la base de los mismos y que pasan por encima de la opinión de las personas afectadas.

Afortunadamente existe un mecanismo regulador que podría frenar estas leyes que son verdaderos monumentos al absurdo: las urnas. Señora Belarra, más del 60% de los votantes son amantes de los animales de compañía y es de esperar que ni uno solo de ellos les vote.

Y salvado este telón de humo ya podemos hablar seriamente sobre la "ecología humana" mientras ansiamos los cambios políticos necesarios para que pueda tener lugar la abolición de las leyes ideológicas que afectan no a los "peluches", sino a nuestra propia especie. Lucharemos contra ellas aunque haya que atravesar otras barreras comparables a las bocanadas de tinta con que los calamares se defienden ante el peligro.

Gran casualidad fue que la gamberrada de los colegiales universitarios madrileños ocupara el primer plano de la atención mediática, y el aluvión de las amenazas políticas coincidiendo con la aprobación ese mismo día de leyes que entran en pleno conflicto con elementales principios de la ecología humana y de la filosofía humanista. ¿Figuran ustedes entre los engañados por la manipulación?

Miguel del Pino, catedrático de Ciencias Naturales.

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