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Cristina Losada

La falacia de la concordia

La apelación a la concordia se podría tomar en serio, a lo mejor, si hubiera habido alguna concesión del lado independentista.

La apelación a la concordia se podría tomar en serio, a lo mejor, si hubiera habido alguna concesión del lado independentista.
El presidente de la Generalidad, Pere Aragonès y el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. | Europa Press

"Sólo el necio cree que es sabio, mientras que el sabio sabe que es un necio", dice el bufón Touchstone en la comedia Como gustéis, de Shakespeare. En la mala comedia que se ha armado para derogar el delito de sedición y rebajar el golpe separatista a la insignificancia de unos desórdenes públicos, hay mucha necedad que se quiere hacer pasar por alta política. No es posible encontrar entre las justificaciones que esgrimen los dirigentes socialistas una sola que sea cierta, empezando por la más recurrente, la de una homologación a una supuesta norma europea. Pero la más ambiciosa de las justificaciones no es la que apela a lo jurídico, sino a lo político. Es la que dice que al derogar el delito se da un paso hacia la concordia en Cataluña.

Claro. Ante un propósito tan excelso como la concordia, no cabría otra que inclinarse respetuosamente y aceptar el maquiavelismo de andar por casa de que un buen fin justifica que haya que hacer, de vez en cuando, cosas malas. O incómodas. O tan irregulares como quitar del Código Penal un delito para favorecer a los condenados y a los encausados por ese delito y hacerlo por la vía rápida para esquivar los controles. Pero todo lo irregular y lo ignominioso quedaría cancelado por la bondad del fin último que se persigue: la bendita concordia. La concordia es la maravilla que justifica que el camino tenga alguna pequeña suciedad. No se contentan con inventarse homologaciones a Europa. Tienen que inventarse que hacen política con mayúscula y negar que el triunfo que se entrega al separatismo sea el precio circunstancial de un puñado de votos.

La apelación a la concordia se podría tomar en serio, a lo mejor, si hubiera habido alguna concesión del lado independentista. Porque la concordia no es ni puede ser cosa de uno. Implica acuerdo y cesiones de las partes. Pero el separatismo no ha cedido en nada. Ninguno de los partidos separatistas se ha comprometido a respetar principios de convivencia básicos. Ninguno se ha comprometido, no ya a renunciar al independentismo, que esa es otra discusión, sino a transitar por la vía de la reforma constitucional y no por la ilegal del golpe. Únicamente con un compromiso así se podría decir que ha renunciado a la vía unilateral. Pero no ha ocurrido. Es más, no ha ocurrido nada remotamente parecido. Sólo cede y cede y cede una parte. Todas las cesiones las ha hecho el Gobierno de Sánchez frente a un separatismo al que le basta, para obtenerlas, con mantenerse en una pausa táctica. Una pausa que les está resultando muy fructífera, porque el Gobierno no hace más que darles la razón en todo, y desautorizar la reacción y la respuesta del Estado y la ciudadanía al golpe de 2017.

Hace poco, en el 40 aniversario de la primera victoria electoral del PSOE, se volvió a hablar de Felipe González y hubo valoraciones de todo tipo. Nadie dijo que fuera un necio. Un necio en política. Pudo hacer necedades, pero fue un político lo suficientemente hábil como para conseguir que otros hicieran lo que él quería. Los actuales dirigentes del partido son un caso: no consiguen que el separatismo haga lo que ellos quieren, sino que hacen todo lo que quiere el separatismo. Los están exprimiendo como a un limón. Los engañan como a niños y están encantados de engañarse. Frente al nacionalismo catalán, estos socialistas se licúan. Los independentistas no son unos genios, aunque se lo crean, pero al lado de los socialistas lo parecen. Qué decadencia.

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