
La derecha sobrevalora mucho al presidente Sánchez, muchísimo. Le atribuye, aunque siempre de modo implícito y nunca verbalizado, una capacidad táctica superlativa de la que ese hombre resulta evidente que carece. Porque el presidente Sánchez sería un dirigente intelectualmente admirable, al menos para mí, si fuese cierto que posee algunas de las perversas y enrevesadas cualidades amorales para retener el poder sin importar el precio que el gran Maquiavelo supo reconocer en Fernando de Aragón, el modelo de carne y hueso en el que, como es fama, se inspiró para escribir El Príncipe.
Pero el prosaico oportunismo cortoplacista de Sánchez recuerda cualquier a cosa menos a la inteligencia suprema que siempre ha adornado a los grandes genios del mal en política. El proceder del presidente, por el contrario, resulta simple como un queso. Y los malvados de primera categoría nunca dan ocasión para que se les pueda menospreciar acusándolos de operar con simpleza. Un malvado inteligente no hubiese regalado a Junqueras en este momento la disolución de su malversación en agua de borrajas, y mucho menos a cambio de nada. Quizá se la habría regalado en cualquier otro instante, seguro que sí, pero no en este. Y jamás gratis total, por supuesto.
Agustín de Hipona, el teólogo más grande con que nunca haya contado la Iglesia de Cristo, nos dejó escrita en Las Confesiones esta frase memorable, sublime, extraordinaria: "Dame la castidad, Señor, pero no me la des ahora". Porque cada cosa en esta vida tiene su tiempo. Y el tiempo de las traiciones a los principios y a los valores nunca coincide con las vísperas de un periodo electoral en el que los dirigentes territoriales de tu partido se juegan, literalmente, el ser o no ser. Quizá el presidente haya calculado que todas las patadas por lo de Junqueras y los cuarenta ladrones las va a recibir en el culo de Lambán y en el de Page. Pero se equivoca. En España, la corrupción se perdona cuando hay dinero y alegría en la calle. Pero este invierno la gente no enciende la calefacción en casa por miedo a la factura. Y de eso no se han acordado los sabios del marketing en La Moncloa. Lo pagará. Y caro.
