Un ministerio dedicado a promover la igualdad en un país con una constitución y unas leyes que consagran, precisamente, la igualdad de todos ante la ley es un artefacto administrativo absurdo cuyo objetivo se reduce a la propaganda. Se sorprenden las feministas de que el departamento de Irene Montero dedique el grueso de su presupuesto a promover las chochocharlas, organizadas por las entidades afines y destine solo algunos despojos a cuestiones más serias como financiar casas de acogida para mujeres maltratadas. Pero la sorpresa, en realidad, es que haya algún dinero para atender a las víctimas del maltrato en un ministerio cuya finalidad es completamente distinta a esa que los izquierdistas biempensantes le atribuyen con tanta generosidad.
Los esfuerzos transversales para luchar contra la llamada violencia machista son un fracaso estrepitoso si atendemos a los resultados prácticos de su aplicación. Cada vez hay más mujeres maltratadas y este año, a escasos diez días de su comienzo, amenaza con batir todos los récords. El argumento es suficiente para suprimir el Ministerio y reducir los impuestos de manera proporcional, de manera que su presupuesto vuelva íntegramente al bolsillo de los ciudadanos. Pero la izquierda no utiliza el dinero público para gestionar problemas reales y concretos, sino para coaccionar a la sociedad e imponerle su ideología a golpe de presupuesto, que es de lo que se trata.
El Partido Popular representa aquí el papel del perfecto idiota, aunque lo hace muy gustosamente, todo hay que decirlo. Si hiciéramos un mapa de las chochocharlas por municipios y autonomías (¡Qué gran labor para un equipo de inspectores desplegados por toda la geografía para realizar un censo detallado!), habría un empate técnico entre los territorios gobernados del PP y los gestionados por la ultraizquierda. Por eso, cuando los de Abascal entran en algún gobierno menor y exigen el fin de estas subvenciones millonarias los beneficiarios amenazan con un estallido social y el PP realiza contraofertas generosas a cambio de no tocar esas partidas. Cualquier cosa antes de amenazar la supervivencia del consenso chochocharlista y más en un año en el que se van a sustanciar tres procesos electorales. Ahí, precisamente ahí, es donde Borja Sémper va a poner toda la carne pepera en el asador.