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Luis Herrero Goldáraz

Buscar culpables

Uno empieza siendo niño no sabiendo reconocerse como culpable y termina siendo adulto no sabiendo reconocerse como víctima.

Uno empieza siendo niño no sabiendo reconocerse como culpable y termina siendo adulto no sabiendo reconocerse como víctima.
Ángela Rodríguez Pam | Europa Press

Recuerdo ese día como si fuese ayer porque fue como contemplar un nacimiento. Un amigo, el mismo que fue capaz de justificar los cuernos de su exnovia porque la tarde anterior habían discutido, se me quedó mirando con expresión de moribundo y me soltó de golpe, todavía con el móvil en la mano: "No tiene salvación, es un hijo de puta". La sorpresa me pilló a mí, que no intuía que esas palabras pudiesen llegar a salir un día de su boca, y le pilló a él, que se había quedado sin argumentos para seguir rescatando de la hoguera al jefe cabronazo que acababa de dejarle sin vacaciones la noche antes de que despegase su vuelo.

Crecer es aprender a otorgarle a cada uno el grado de culpa que le corresponde. Y no rehuir hacerlo ni cuando el daño te lo han hecho los demás, que puede ser más difícil que acusarse a uno mismo del sufrimiento ajeno. Entre las reacciones a la última canción de Shakira, por ejemplo, yo he leído mensajes reprochándole su falta de sororidad por haber atacado a Clara Chía "porque el culpable de todo ha sido Piqué". En esa actitud de inquisidores del despecho lo más preocupante no es la falta de pudor de quienes siempre están dispuestos a allanar la casa del vecino para ordenarla a su manera, sino la miopía sentimental que manifiestan. Decirle a un cornudo que no puede cagarse en el tercero que, a sabiendas, ha contribuido a romper su matrimonio es como pedirle a una víctima de un atentado terrorista que no acuse al soplón que facilitó los datos con sus rutinas. No sólo está fuera de lugar, sino que está fuera de la lógica.

Shakira puede cagarse en Clara Chía de la misma forma en que también lo hace en Piqué o, en otra canción anterior, en ella misma y en la monotonía. Esto ocurre así porque pocas veces la culpa está concentrada toda ella en un único lugar y porque no hay nada más socorrido que lanzar reproches a diestro y siniestro cuando la mejor manera de sobrevivir al dolor es exudándolo. Lo verdaderamente difícil llega después, cuando el desahogo deja paso a ese momento en el que la sensatez obliga a ser proporcional con las condenas.

Yo he dicho que crecer es aprender a otorgarle a cada uno el grado de culpa que le corresponde pero no he dicho que de crecer no acaba uno en toda su vida. La cosa me parece útil porque sirve como forma de medir el grado de madurez de cualquier persona. Uno empieza siendo niño no sabiendo reconocerse como culpable y termina siendo adulto no sabiendo reconocerse como víctima. Precisamente por eso, algunas de las palabras más reveladoras que soltó la secretaria de Estado Ángela Rodríguez Pam con respecto a las rebajas de penas a los violadores no fueron las que dijo risueña en el vídeo que desató la polémica, sino las que conformaron la defensa con la que trató de excusarse varias horas después.

"Bulo de la ultraderecha", como "democracia", se ha convertido en una expresión mágica que legitima a quien la esgrime a la vez que corta de raíz cualquier debate que acepte más de dos matices. Si se saben usar con maestría, ambas pueden salvarte de cualquier apuro, pues colocan a tu interlocutor entre la pared de tener que seguir dando la chapa y la espada de parecer encima un fascista antidemócrata. Lo de Ángela Rodríguez Pam negando la veracidad de un vídeo difícilmente sacable de contexto, sin embargo, me recuerda más a aquella vez en que mi madre me pilló robándole monedas para ir al quiosco y a mí sólo se me ocurrió frenar cualquier atisbo de reproche gritando hacia la nada un "mentirosa".

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