
En su rueda de prensa, Begoña Villacís habló del barro de la política. Era una forma de referirse a episodios enfangados en los que no hay manera de distinguir qué es verdad y qué no lo es, porque se van apilando los rumores y las noticias de los rumores, y al final, pasa lo que le ha pasado a la vicealcaldesa de Madrid: nadie, pongamos casi nadie, cree que haya dicho la verdad. Tenía que haber salido antes a aclarar lo que pasaba. Tal vez. Nunca se sabe en estos casos qué es mejor o, con mayor precisión, qué es peor. Ahí han quedado, en fin, la duda y la sospecha reflejadas en tanto titular y comentario. La sospecha de que, frente a lo dicho por Villacís, sí tenía la intención de pasarse al PP, sólo que el veto de Ayuso y Almeida paralizó la operación que orquestaba Génova.
En estos años, Villacís habrá probado en carne propia, más de una vez, la crueldad de la política, y ahora habrá podido comprobar que la política y sus aledaños son especialmente crueles con aquellos en los que olfatean debilidad. No debilidad personal, pero la debilidad que provoca la certeza, esté fundada o no, de que van a perder y a quedarse fuera del tablero, apartados como juguetes rotos. Un político electo del que se cree que va a caer en la siguiente ronda es un político contra el que se puede ejercer sin cortapisas la famosa crueldad de la que siempre se habla. Y hablamos, quede claro, de alguien prominente, no del último de la lista.
Si, además, se vislumbra o se fabrica la especie de que ese seguro perdedor va a buscarse la vida incorporándose a otro partido, entonces, estamos ya en la caseta de tiro de la feria. Pasar de un partido a otro no tiene buena prensa. El cambio de chaqueta, como se decía antes, es un término peyorativo. Se asocia automáticamente con propósitos bajunos, como seguir viviendo de la bicoca política, a falta de opciones mejores. Y se asocia con la ausencia de convicciones firmes, algo que se considera una tara moral. La firmeza de convicciones exigiría, al parecer, que uno permaneciera en el mismo partido desde la cuna hasta la tumba. Es verdad que se acepta, por así decir, el divorcio, pero no que el divorciado se vuelva a casar. La única vía de escape es montar un partido nuevo.
Contra estos prejuicios arraigados poco se puede hacer. En ese aspecto, que afecta a la imagen pública, Villacís lo hubiera tenido crudo en caso de transitar al PP. Aunque lo peor para los que pasan de un partido a otro suele ser la acogida que reciben. La casa a la que llega está habitada por gente que lleva allí mucho tiempo, por gente que espera un ascenso, por gente que ha logrado el ascenso y quiere defender su posición. A ninguno de estos pobladores con plus de antigüedad les gustan las estrellas invitadas. Y Villacís habría sido una estrella, no una afiliada de base que llega y se pone a pegar sellos. Hace bien en quedarse en Ciudadanos, porque la alternativa era peor. Peor para ella. Y si no sale elegida en mayo, podrá pensárselo otra vez, ya absuelta y justificada por la derrota.