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Cristina Losada

Del "no es no" al "sí es sí"

Tienen razón las podemitas cuando dicen que la cuestión no es técnica, sino política. La técnica es un escudito más.

Tienen razón las podemitas cuando dicen que la cuestión no es técnica, sino política. La técnica es un escudito más.
El presidente del Ejecutivo, Pedro Sánchez, interviene durante la sesión de control al Gobierno este miércoles en el Congreso. | EFE

El socialismo gubernamental habla una y otra vez de "efectos indeseados" de la ley del sí es sí. "No era nuestra intención", vienen a decir, mitad blindaje, mitad excusa. La intención funciona como un salvoconducto que da licencia para hacer de todo, al margen de cuáles sean las consecuencias de lo hecho. En el campo de la izquierda, las buenas intenciones han condonado siempre los pésimos efectos y este caso no es la excepción. Acogidos al confortable abrigo de las intenciones, buenísimas ellas, quieren que se juzgue la ley que ha tenido tan malos efectos por la intención intachable, no por su resultado penoso.

El problema de los efectos indeseados o imprevistos —aunque esto último no se puede decir de esta ley, porque previstos estaban— ha ocupado siempre mucho más a los conservadores que a sus antagonistas. La razón es que el conservador tiende a apreciar el valor de lo ya hecho, de la tradición, de lo que se ha ido asentando a lo largo del tiempo y desconfía, sabiamente, de los cambios grandes y repentinos que los gobernantes revisten de imponentes lemas. La izquierda peca de lo contrario. No valora lo suficiente la experiencia acumulada, tiene una afición de ludópata por la tabla rasa, cree que todo cambio que impulse es óptimo y cuanto más radical, mejor, y la luminosidad de sus intenciones la ciega de tal manera que no está en condiciones de vislumbrar los efectos indeseados de aquello que pone en marcha.

Cuando el socialismo gubernamental insiste en los "efectos indeseados" quiere decir que se produjeron al margen y en contra de su voluntad, que fueron involuntarios, que nadie los quiso, y como nadie los quiso, resulta que tampoco son responsabilidad de nadie. Y ahí queríamos llegar. Ahí quieren llegar los socialistas: a que los indeseados no son responsabilidad de nadie, puesto que nadie tenía voluntad de provocarlos. Sería una especie de accidente, una suerte de catástrofe de la naturaleza, un estropicio del que no es responsable nadie y menos que nadie el Gobierno. Sin intención, dicen, no hay responsabilidad. Pero se ponga o se quite la intención, el aleteo que desencadenó los indeseados fue el de la polilla gubernamental.

Tienen razón las podemitas cuando dicen que la cuestión no es técnica, sino política. La técnica es un escudito más. El enfoque político de la ley, con la realización del "no es abuso, es violación" y la supresión de lo que llaman "calvario probatorio", llevaba a la rebaja de penas y a su efecto retroactivo. Claro que ahora ninguno de los máximos responsables se atreve a decir a cara descubierta que lo importante no son las penas y que no hay que ser punitivos. La parte imprevista fue la cantidad. La cantidad de "efectos indeseados". En realidad, el único efecto indeseado que ha habido aquí es el impacto letal que ha tenido para el Gobierno esta intrusión en el Código Penal. Cuando la cantidad de "efectos indeseados" golpeó al Gobierno como un inmenso bofetón, entonces Sánchez pasó de su "no" hay que corregir nada al "sí" hay que corregir ya mismo. Y si bien se mira, esta es la historia de la vida política de Sánchez: un viaje del "no es no" al "sí es sí".

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