
Esa oronda estampa frailuna de meapilas exclaustrado que gasta Junqueras resulta tan engañosa que ha logrado convencer a la mayor parte de la opinión pública española de que el loco era el otro. Pero el otro no es más que un vivalavirgen de capital de comarca, apenas un cantamañanas frívolo, inmaduro e irresponsable; un simple aventurero echao p’alante que, en el fondo, no se cree nada de nada. Pero Junqueras sí que se lo cree. Porque el genuino loco es él, no Puigdemont. De ahí que en el último cuarto de hora previo al descarrilamiento, cuando las cosas se pusieron serias, serias de verdad, el cantamañanas intentase recular por la vía de dar cauce a un decreto de adelanto electoral similar al que luego ordenó redactar Rajoy gracias a los poderes especiales que le otorgaba el 155.
Y si a última hora no se consumó la rilada de la Generalitat fue porque el zumbado auténtico se lo impidió, llegándose incluso a un conato de enfrentamiento físico entre ambos, según se dice en Barcelona. No se olvide pues que fue el lunático de Junqueras quien forzó que la situación quedase por entero fuera de control. Es cierto, si, que después tuvo al menos la dignidad personal de no salir corriendo. Pero, qué quieren que les diga, entre un enajenado mental y un cobarde, yo me quedo con el cobarde. Y ahora a Sánchez le cae la patata caliente de volver a intentar salvarlo. Algo que, también de nuevo, costará un buen puñado de votos al PSOE en el resto de España.
Pero Sánchez, a diferencia del fraile laico, fondón y extraviado, es un político fríamente racional. Y desde la frialdad cartesiana, lo políticamente racional es arriesgarse a seguir perdiendo votos en el resto de España a cambio de conservar a toda costa el apoyo en la investidura de los independentistas asilvestrados. Que parezca absurda y perversa esa lógica política no significa que carezca de eficacia práctica. Y por eso, solo por eso, Sánchez, pese a todo la presión en contra que sufre desde dentro y desde fuera de su partido, la continuará aplicando hasta el último suspiro de la legislatura. Seguro. Qué peligro tienen siempre los creyentes… y los cínicos.
