
La famosa "globalización", que nadie sabía lo que era, ya está entre nosotros como una amenaza. Significa que las grandes decisiones políticas para medio mundo se toman en "foros" o "cumbres" por unos cuantos mandamases. Son devotos del caviar y de los aviones particulares. Nadie los ha elegido para asumir tan monumental misión, pero no se discuten sus privilegios. Su acción se nota, por ejemplo, en un país como España, a través, de ciertas extravagantes leyes que responden a la doctrina generada en dichos "foros" y "cumbres". Se toman para imponer el feminismo, el ecologismo, el animalismo, el veganismo; todo en su versión radical y dañina. Ni siquiera es fácil asegurar que todo esto sea una emanación de la izquierda. Antes bien, sus propulsores pertenecen a una minoría bien instalada en cada país, con las amenidades propias de los inveterados burgueses, o mejor, plutócratas.
El propósito descarado de las nuevas leyes es el de alterar de arriba abajo la conducta sexual, familiar, íntima de los contribuyentes. Digo bien, pues, lo que se llama pueblo o nación solo permanece en su papel de pagar todo tipo de impuestos, una cuota que siempre crece. Hay que hacer frente a los cuantiosos gastos de los Estados y, también, los de los entes globalizadores. Añádase la continua sangría de las subvenciones a los "chiringuitos" (como decimos en España) o asociaciones clientelares, afines a los Gobiernos. Esa es la causa fundamental de la actual crisis económica, que es otra manifestación del carácter "global" de ese gigantesco andamiaje.
Si este planteamiento fuera correcto, no extrañará que sus inconvenientes no puedan resolverse a la escala de cada Estado. En España, las leyes propuestas por el PSOE y sus atrabiliarios socios, por extravagantes que puedan parecer, serán respetadas por el PP, en el supuesto de que llegara al Gobierno. Es la mejor demostración de la hipótesis aquí mantenida sobre la hegemonía de la difusa globalización. La cual impulsa muchas medidas complementarias. Por ejemplo, que el volumen de la población mundial se estabilice o, incluso, mengüe, o que se fomenten continuas migraciones desde los países pobres a los ricos. No importa que sean "ilegales" o de "refugiados". Es otro de los casos en los que España sirve de avanzado laboratorio. La última razón de las acciones dichas es que se diluyan las identidades y tradiciones nacionales. Para ello, se impone una medida indirecta: el fomento de los secesionismos regionales en España. La cosa está muy clara. Es más, los "indepes" vascos y catalanes (que no se sienten españoles) participan con entusiasmo en el Gobierno español. Lo que parece contradictorio cobra todo su sentido cuando aceptamos la hipótesis antedicha sobre la acción globalizadora. La cual refuerza la tendencia a que la economía española triture muchas empresas agrarias y fabriles para concentrarse en una estructura de turismo y servicios públicos. Por eso destaca tanto el número de trabajadores a tiempo parcial. Este es el talón de Aquiles de la composición de la población laboral española.
El cuadro trazado podrá parecer pesimista, y lo es. Empero, son las cosas que pasan. Se espera que los contribuyentes seamos sumisos, que no levantemos la voz. De hacerlo, seríamos tachados de fascistas redivivos. Es un claro atentado contra la lógica de la historia, pero eso a nadie le preocupa. La globalización se ha propuesto reescribir la crónica de la humanidad, partiendo de cero. Lo malo es que lo está consiguiendo.
