Tras el impresionante fiasco de la ley del "sólo sí es sí" cualquiera con un mínimo de sentido común habría actuado con más prudencia en la siguiente bomba legislativa que llegase del departamento que dirige, es un decir, Irene Montero.
Incluso a pesar de que el sufrimiento de la gente les sea completamente indiferente, tal y como han demostrado ya con las rebajas de penas a cientos de violadores y la salida de la cárcel de decenas de ellos, el más egoísta interés político aconsejaba a la propia Montero y a Pedro Sánchez una reflexión sobre una Ley Trans que puede tener consecuencias aún más terribles que la anterior.
Sin embargo, empujada una por su sectarismo patológico y acuciado el otro por los equilibrios que necesita mantener para no abandonar el poder, la Ley Trans se ha aprobado este jueves en el Congreso de los Diputados con una serie de disparates jurídicos que sin duda acabarán teniendo un coste para ambos, aunque infinitamente menor que el de las vidas de los menores y las mujeres que van a destrozar.
La Ley Trans se ha aprobado, conviene recordarlo, sin los informes preceptivos que deberían acompañar a una norma de este calado, sin escuchar a los expertos durante su tramitación y sin analizar los efectos que leyes similares han tenido en otros países.
En su infinita arrogancia, solo comparable a su ignorancia, Irene Montero ha aplicado un rodillo inmisericorde a todo aquel que ha osado discrepar de una norma aberrante que dejará a miles de menores desprotegidos ante la presión de circunstancias comunes en la adolescencia –la depresión, la desorientación, la falta de aceptación tanto propia como social– y de un lobby de desaprensivos que va a tratar de autojustificarse y enriquecerse a costa de niños con problemas a los que habría que cuidar y tratar, pero que en lugar de eso van a ser arrojados a traumáticos procesos irreversibles de los que luego se arrepiente la gran mayoría: nada más y nada menos que 49 de cada 50, según los datos del Reino Unido.
Una ley que desde su primer planteamiento es homófoba y misógina al mismo tiempo, que parece negar la existencia de personas gays de uno u otro sexo y que, tras tantos años de reivindicaciones feministas, reduce ser mujer a la mera posesión de una acreditación oficial que se puede obtener con mayor facilidad que el carnet de conducir. Un despropósito que arrebata a las familias la patria potestad sobre sus hijos menores y que, en su grotesco intervencionismo, convierte a las madres en "progenitores gestantes" y a los padres en "progenitores no gestantes". Sería de risa si no fuese para llorar y, sobre todo, para alarmarse mucho.
Ha querido la fortuna que esta Ley Trans se apruebe justo un día después de que su propia normativa al respecto empujase a la dimisión a la ministra principal de Escocia, Nicola Sturgeon. No, no esperen que Sánchez o Montero dimitan por este o por ningún otro disparate legislativo, pero ya que ellos no lo harán seremos los ciudadanos los que tendremos que recordarles este despropósito y todo el daño que va a causar cuando vayamos a votar en mayo y, por supuesto, a final de año.


