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Antonio Robles

Barçagate, víscera emocional del nacionalismo

Esto no va de fútbol y corrupción, sino de una sociedad tóxica que lleva excluyendo a la mayoría de su población y chantajeando a España desde Pujol.

Esto no va de fútbol y corrupción, sino de una sociedad tóxica que lleva excluyendo a la mayoría de su población y chantajeando a España desde Pujol.
Esteladas en las gradas del Camp Nou. | EFE

Aunque lo parezca, esto no va de fútbol, o solo de fútbol y corrupción, sino de una sociedad catalana tóxica que lleva excluyendo a la mayoría de su población y chantajeando a España desde que Pujol impuso la hegemonía moral del nacionalismo envuelto en el victimismo y las mañas más sucias. Incluidas las emociones culés.

Con el Barçagate se resuelve la cuadratura del círculo. En Cataluña es posible lo imposible. Por fin se cierra el círculo de la infamia: nacionalismo supremacista (Programa 2000), corrupción (3%), procés (proclamación de la independencia) y Barçagate. Y para lubrificar el sistema, la sumisión de los medios de comunicación y el mundo de la cultura. El nacionalismo ha logrado reducir instituciones libres a simples resortes de un engranaje al servicio de una casta nacionalista por encima de leyes, valores democráticos y vergüenzas.

Es ocioso relatar lo evidente. La prensa libre lo está haciendo a diario. El affaire Negreira es un hecho, su interpretación, alpiste para las parroquias de uno y otro lado de la grada. La cantidad del fraude es irrelevante. E indiferente que el Barça obtuviera réditos o ventajas a nivel deportivo. Lo fundamental es que efectuó pagos al estamento arbitral con la indudable intención de obtener réditos. Qué los obtuviera o no, importa poco para calibrar la catadura moral de los dirigentes del club y su sicario, Enríquez Negreira. Incluso para lo que trato de reflexionar, el hecho en sí es una anécdota, la categoría es la función que desempeña el Barça como una infraestructura de Estado más, en ese oasis putrefacto que ha logrado anestesiar a cuantos viven de él y atemorizar al resto.

La aportación del Barça a esa ficción nacionalista surge del complejo histórico frente al Real Madrid de las seis copas de Europa, de la envidia por la estrella de su máximo rival pudiendo haber sido suya (Di Stéfano), y de la necesidad de justificar su fracaso deportivo continuado en el victimismo arbitral, simbolizado, ésta vez con razón, en el penalti señalado por el colegiado Guruceta fuera del área a favor del Real Madrid en el mismísimo Camp Nou. Se armó la de Dios es Cristo en aquel lejano 1970. El club convirtió la pifiada arbitral en la confirmación de la persecución sistemática del régimen franquista al Barça, considerado como el ejército de un país desarmado. A pesar de las ayudas económicas de Franco a la construcción del Camp Nou y las dos medallas de oro otorgadas por el club al Caudillo. En realidad, el Real Madrid no ganó la liga hasta 14 años después de subir Franco al poder (temporada 53/54). De hecho, la Copa del Generalísimo fue lograda por el Barça en 9 ocasiones frente a las 6 del Real Madrid. Y contando todos los títulos del período franquista 1939/1975, a nivel nacional, el Real Madrid ganó 21 y el Barça, 20; mientras que a nivel internacional, el Madrid ganó 7 títulos y el Barça, 3. Curiosamente, en Europa, donde no podría influir Franco, el Real Madrid le saca más del doble al Barça, y donde podría influir, sólo 1. Si el mito victimista del Barça fuese cierto, qué inútiles eran los franquistas amañando partidos.

Valga el argumento a la inversa por el mismo motivo, el Barça de Messi, Iniesta, Xavi y Guardiola se bastaba y sobraba para triunfar dentro y fuera de España sin ayudas arbitrales subvencionadas. Aunque las hubiere tenido. Esa, por tanto, no es la cuestión, sino, la obsesión por explotar deportivamente un complejo de persecución arbitral casi atávico desde tiempos de Agustí Montal (1969/1977), que se fundió con el complejo de persecución política hasta convertirse en un victimismo instrumental para justificar fracasos y trampas. Como si la persecución cultural e ideológica y la falta de libertad no se hubiera producido en el resto de España.

Para calibrar el alcance del abuso mediante chantajes emocionales a casa nostra se debe reparar en el uso compulsivo de la proyección psicológica como mecanismo de defensa para arrojar sobre el enemigo (España/Real Madrid) sus malas artes. Mientras Joan Laporta pasó su anterior mandato (2003/2010) acusando al Real Madrid de tener el beneficio de los árbitros, saludar con un sonoro ¡puta España! a los amigos de adolescencia, convertir el Camp Nou en un aquelarre independentista, y acusar al presidente de las Liga, Javier Tebas, de tener "fobia al Barça", resulta que él en su primera etapa como presidente del Barça cuadriplicó el pago que recibía Negreira por informes arbitrales inexistentes. ¡Ojo!, la relación inadecuada con el Vicepresidente del Comité Técnico de Árbitros (CTA) había empezado en 2001 y duró hasta 2018 con cuatro presidentes distintos y casi 7 millones invertidos. El más pringado, Laporta.

El mismo cinismo de Jordi Pujol en 1984. Cuando se vio acorralado por la corrupción de Banca Catalana montó aquel aquelarre nacionalista en la plaza Sant Jaume para dirigirse a todos los catalanes desde el balcón de la Generalitat con el discurso más infame de la historia de la Cataluña: "¡Somos una nación, somos un pueblo y con un pueblo no se juega. A partir de ahora, cuando alguien hable de ética y de moral, hablaremos nosotros!". En esos momentos ya estaba defraudando a Hacienda, llevando bolsas de basura llenas de dinero a Andorra, diseñando el Programa 2000 y engrasándolo con el 3%. La proyección sobre los demás de las propias miserias servían para demonizar al enemigo y calmar la propia conciencia. Así se ha construido la Cataluña actual. Empezando por la exclusión de los derechos lingüísticos de más del cincuenta por ciento de los catalanes en nombre del victimismo lingüístico pasado, para imponer como única lengua la que consideran como propia. Y esa distopía, junto al delirio de una nación milenaria que nunca existió, son tomadas como disculpas para excluir a cuantos no entren dentro del molde. Y si tienen que forzar la ley o ignorarla, manipular la historia, o falsear el presente, el intransigente es el otro. En el Parlament, reducido a facha, en el Camp Nou, a marionetas arbitrales de la Federación Española de Fútbol.

Nada hay de cordura o equilibrio en tales acusaciones, sólo fe en la propia secta. Ni los hechos pondrían en crisis las propias creencias. Reparen hasta dónde llega la raíz del mito en uno de los pocos artículos de la prensa del régimen que ha osado dudar: "Que el Barça recibe mejores arbitrajes que el Madrid, por la lógica del poder, es mentira, y además demostrable. Hoy, ayer, anteayer y en el futuro" (El Barça Horror Estory. Jordi Basté. La Vanguardia. Reparen en la fe del carbonero: "Hoy, ayer, anteayer y en el futuro". Independiente de los hechos, incluso si la evidencia de Negreira grite lo contrario. Hasta en el futuro el malo es el otro. Proyección infinita del propio odio al enemigo eterno como regazo maternal para la buena conciencia y el sentimiento de superioridad moral. Y no es un cualquiera, es el líder radiofónico de RAC1 con más oyentes de Catalunya.

No es casualidad que Vázquez Montalbán popularizara aquel inquietante mantra, "Barça, el ejército de un país desarmado", ni que el eslogan "El Barça es més que un club" acabara fagotizando su vertiente deportiva para ponerla al servicio del supremacismo nacionalista. De hecho, el Barça es, de facto, la verdadera selección de Cataluña, y el otro club de la capital catalana, el RCD Espanyol, a decir del catalanismo, el colaborador necesario del colonialismo español. A pesar de que el Barça lo fundara un extranjero (Hans Gamper, 1889), y el Español, un catalán (Ángel Rodríguez Ruiz, 1900).

La influencia política del Barça y su conchaveo con la inflamación del separatismo es tan evidente que el entusiasmo emocional colectivo provocado por el Barça de Messi y Guardiola en el catalanismo llevó a identificar su superioridad deportiva con el supremacismo nacional. O por ser más exactos, el trasvase emocional de la superioridad deportiva del Barça tuvo una importancia capital en la soberbia supremacista del nacionalismo deportivo. Y en buena medida fue determinante en la explosión del procés. Tampoco fue casualidad que el actual presidente, Joan Laporta, en su primera etapa como presidente del Barça (2003/2010) pusiera el club al servicio del independentismo. Aun así, no todos los forofos del Barça son independentistas, pero todos los independentistas son del Barça.

Aunque como no hay mal que cien años dure, una a una, van cayendo todas las patrañas. Ahora se ve con nítida claridad el mal inmenso que Pedro Sánchez ha hecho a Cataluña y al resto de España al otorgar indultos a delincuentes no arrepentidos, eliminar el delito de sedición y rebajar la malversación. Cuando el supremacismo nacionalista yacía noqueado en la loma y sus seguidores en desbandada, un presidente indigno le dio aire. Si no les hubiera abanicado, en estos momentos, el escándalo del Barçagate hubiera descuadrado el círculo. Y Cataluña volvería a ser rica y plena. Literalmente. En economía, en derechos y en decencia. Y España, una nación de ciudadanos libres e iguales.

No se hagan ilusiones, ya es casualidad que el mismo gobierno que eliminó el delito de sedición haya rebajado el tiempo de prescripción a tres años en materia deportiva, para infracciones muy graves. Es decir, ni Enríquez Negreira ni Laporta, ni el CF Barcelona podrán ser sancionados porque el supuesto delito ya ha prescrito en 2021. La votación del Congreso cambió el reglamento el pasado 22 de diciembre de 2022. ¡Qué previsión la del ministro de cultura y deporte del gobierno, Miguel Iceta!

A la luz de lo que nos está pasando, algo huele a podrido en el fútbol español. Desde el presidente del CF Barcelona, Joan Laporta, a la presidencia de Luis Rubiales de la RFEF y la de Javier Tebas en la presidencia de la LNFP.

PD: Leer el vacío y la complicidad de la prensa deportiva catalana con la omertá nacionalista es desolador y a la vez, clarificador. La simetría de la prensa deportiva con la publicación del editorial conjunto de 12 cabeceras contra la sentencia del Estatuto en 2009 evidencia que si cambiamos los diputados del Parlament por periodistas nadie se daría cuenta. Para sentir vergüenza. Tanta como la negativa del Real Madrid a secundar el comunicado conjunto de clubes para investigar y depurar responsabilidades por el caso Negreira/Barça. ¿Complicidad de intereses, cálculo político o simple bochorno? Juzguen ustedes.

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