Que lo mejor de la política catalana en el último siglo proviene de Andalucía es un hecho. De Alejandro Lerroux a Inés Arrimadas pasando por una enfermerita gaditana que, salerosa y deslenguada como solo puede serlo una hija del Carnaval, ha conseguido que toda España se entere de la mafia lingüística que tienen montada los compadres nacionalistas en Cataluña para que pocos del resto de España puedan llegar a trabajar allí. Porque lo que ha mostrado la sanitaria con su exabrupto políticamente incorrecto, corrosivo y grosero nivel chirigota, es que hay que emplear dinero, tiempo y esfuerzo en alcanzar el requisito de un título de catalán con nivel C1 para presentarse a unas oposiciones. Lo que debería ser obvio, pero vivimos en la época que predijo Chesterton y hay que desenvainar una espada para defender que la hierba es verde.
La joven enfermera andaluza quizá nunca aprenda catalán con dulce acento gaditano ni en dos años, pero sí que ha aprendido en cinco minutos cómo funciona la máquina de triturar a los que no tienen ocho apellidos catalanistas: acosada, amenazada y expedientada. En Andalucía me he encontrado con docentes vascos, catalanes y de Baleares huyendo del sistema educativo nacionalista excluyente, tanto lingüístico como ideológico. Lo razonable en una comunidad bilingüe sería que el requisito idiomático fuese exigible a posteriori y tras un período razonable. Por ejemplo, un B1 a dos años vista, para posteriormente incentivar la consecución de títulos más elevados mediante complementos económicos. Si de lo que se trata, claro, es de favorecer la comunicación en lugar de expedir certificados de pureza lingüística.
Es una injusticia que los ciudadanos españoles de las Castillas, Canarias o Murcia, por ejemplo, no puedan acceder a las plazas de Cataluña, País Vasco y Galicia porque se han levantado barreras etno-lingüísticas. En Cataluña les convalidan el C1 a los estudiantes catalanes tras aprobar la ESO. Es decir, les regalan el título. Porque ni con el Bachillerato un estudiante tiene garantizado un nivel de conocimiento de la lengua como el que exige dicha titulación.
¿Qué deben hacer el resto de regiones españolas, introducir cursos de cultura "propia" para luego expedir títulos ficticios de conocimientos culturales con los que impedir de facto que los catalanes, vascos y gallegos viniesen a "robarles" plazas? Eso es lo que quisieran los nacionalistas de ocho apellidos catalanistas, convertir España (en sus labios, "Estado español") en unos reinos de taifas, en unos compartimentos estancos en los que el adoctrinamiento llevase al odio xenófobo o la asimilación subordinada de los que se plegasen como siervos a sus exigencias. Véase Gabriel Rufián como ejemplo de quien se rebaja a mascota charnega de sus amos catalanistas. Otra catalana "andaluza", Rosalía, publicó una canción en catalán sólo para verse automáticamente "cancelada" por su uso incorrecto de la gramática. No va la Rosalía y se pone a hablar en catalán de cumpleanys y bautitzo, por no hablar de la pronunciación. Que un catalanista de la Catalunya profunda ponga mala cara ante la pronunciación del catalán de Rosalía es como si un salmantino criticase el acento de un malagueño porque abrevia las terminaciones de las palabras. Un andaluz habla el español y el catalán como le da la real gana, véase Juan Ramón, llevándolos a su máxima expresión sonora.
Todo esto demuestra que si ancha es Castilla, estrecha es "Catalunya". Y que como en el cuento del emperador que presumía de un lujoso e inexistente traje al que sólo un niño se atrevió a señalar que estaba desnudo, ha tenido que ver una niña a mostrar que el presunto oasis catalán es en realidad un infierno de xenofobia, asimilacionismo y autoritarismo catalanista.