
Contaba Isaiah Berlin que Trotsky, tan de moda hoy aunque no se perciba, inventó la expresión "basurero de la historia", una especie de limbo laico donde se pudren ideas y personas que no habían comprendido la marcha "objetiva" de la historia, sólo conocida científicamente por los marxistas fetén. Luego, sabido es que por la misma "ciencia", él fue arrojado por un sicario español de Stalin, con un piolet clavado en el cráneo, al mismo vertedero maloliente. Luego fueron el stalinismo, que hay quien sigue defendiendo, y el comunismo soviético los que, según se cree tal vez no certeramente, hieden también en el pudridero de los siglos con el muro de Berlín como lápida rotunda.
España, como toda gran nación que se precie, tiene su basurero histórico y su porquería, tema sobre el que reflexionó una semana de hace mucho el prematuramente olvidado Paco Umbral, desde pactos no cumplidos a decisiones policiales no tomadas pasando por crímenes sepultados y crímenes por venir no prevenidos a tiempo por quienes deben velar porque las tragedias no se representen en la vida real. Pero nada, la basura crece y crece y, cuando no lo hace, vuelve de la horrura maquillada de novedad.
De esta manera, este segundo fin de semana de marzo nos hemos despertado con tres grandes bolsas de basura. Dos de ellas llevan el signo indiscutible de izquierda fétida (y la tercera ya veremos), esa que se ha reinventado gracias al juez Garzón desde una leyenda rojinegra sobre la guerra civil según la cual Franco, aquel hombre, se levantó de la siesta un 17 de julio, decidió dar un golpe de estado y acabar con la Santa II República. Desde 1931 a 1936 no hubo más que paraíso y bienaventuranza. Y matar, lo que se dice matar, sólo mató él. Los demás reaccionaron ante una agresión que no habían contribuido a provocar. Con un par y sin vergüenza se inyecta esa roña de historia hoy en todos los colegios españoles.
Pues esa misma izquierda hedionda es la que cuando hubo un atentado terrorista en Madrid echó la culpa de haber provocado a los asesinos al gobierno del PP, entonces aún en manos de José María Aznar. Tanto da para el caso que hubieran sido servicios secretos cercanos fácilmente reconocibles, etarras o islamistas, porque el "relato" –márketing electoral sobre cientos de muertos y miles de heridos que logró su objetivo—, fue precisamente que el gobierno popular mentía y que había sido ese gobierno del PP el que con su participación en la guerra de Irak (que tampoco era verdad) había cabreado a los yihadistas que, naturalmente, habían respondido con sus bombas en las estaciones de ferrocarril de Madrid.
Aquella inmensa bolsa de basura fue creciendo hasta el punto de que hoy ni siquiera sabemos con certeza quiénes fueron los autores aunque por sus consecuencias conozcamos sus propósitos. Había que parar los pies a una España emergente, respetada y activa que con el Reino Unido de Tony Blair y el Portugal de Duräo Barroso formaba un escudo de entrada en Europa bendecido por los Estados Unidos que presidía George Bush hijo. Aquello no gustó a los enemigos de España habitantes de desiertos no muy remotos y montañas no muy lejanas.
Hoy día, con lo que ya se sabe, toda la instrucción del caso se ha venido abajo y estamos a un año de la prescripción de muchos de sus delitos. Las mentiras se alzan como himalayas besterianos escondiendo la verdad y sí, como bien afirma nuestro Luis del Pino, los infames se están saliendo con la suya. Y gracias a toda esta cochambre llegó Zapatero y dio el giro social-comunista separatista que estamos padeciendo.
La segunda bolsa de inmundicia se nos ha aparecido como un rayo de despojo moral en la manifestación del 8-M cuando un coro de grillas adolescentes "feministas" deseaban el aborto de la madre de Santiago Abascal ante toda una secretaria de Estado que sonreía con complicidad. La manipulación de los jóvenes y jóvenas es la obsesión de todo totalitarismo. Unas efebas, que dentro de unos años llorarán por haber sido filmadas con la muerte en sus bocas adoctrinadas para la posteridad, actuaron como perfectas matonas con un odio clavado en el corazón hacia quien sencillamente piensa de otra manera. Qué crimen tan horrendo, sobre todo en una democracia.
¡Qué bonito matar a Abascal a posteriori en el vientre de su madre!. ¡Qué horrible matar a una gallina, a un atún, a un toro, a una perdiz o una pava! Pero nadie cesa a la risueña testigo del asesinato imaginado por las discípulas ni Europa protesta ante el deseo de exterminio de un partido que tiene asiento en Estrasburgo.
La tercera bolsa de bazofia nacional se ha ido llenando estos años con la miseria judicial y policial del caso Marta del Castillo. Vivimos en una España donde se han descubierto todo tipo de corrupciones y mierdas –la última del tito Berni huele a muladar de primera—, pero es imposible averiguar dónde está el cuerpo de la infortunada joven sevillana. Tras instrucciones deplorables, juicios sin cabeza, falsos testimonios y ya veremos qué otras maniobras siniestras en la oscuridad, no se sabe dónde está Marta ni se ayuda a los padres, esos héroes civiles de la España honrada, a enterrar debidamente sus restos. A nadie le extraña que unos niñatos, asesinos o cómplices, hayan logrado engañar a todo el Estado. Qué listos y que bazofia.
(La derechas también tienen sus basuras, claro, pero hoy no toca hablar de ellas).
