
Da la impresión de que, en España, todo el año es campaña electoral. Empero, esa fiesta se prefigura mejor cuando se ve inminente la fecha para emitir los sufragios. De momento, en pocas semanas, podremos elegir a los alcaldes, concejales y los representantes de las (mal llamadas) autonomías. Es decir, toca seleccionar al personal político más cercano.
El rito de las elecciones (palabra que se enuncia en plural, como vacaciones o carnavales) sirve, fundamentalmente, para tranquilizar al vecindario. De esa forma, considera que participa en el proceso de selección de los gobernantes. Puede que sea, más bien, una ilusión, pero, funciona.
Los partidos políticos contendientes en unas elecciones se desvelan por confeccionar minuciosos "programas" con todo tipo de promesas. Sin embargo, la realidad nos dice que los electores suelen votar a una u otra formación política con prescindencia del programa. Es un texto tan poco leído como los prospectos de las medicinas.
Un punto de partida es que a los españoles les gusta votar. Es una ocasión festiva la de introducir la papeleta en la urna. Se tiene la sensación de que no harían falta policías para vigilar la ceremonia de los sufragios. Las elecciones se notifican de forma agregada, pero resultan de decisiones particulares, que, naturalmente, quedan en el anonimato.
En contra de lo que pudiera parecer, la conducta electoral se condiciona muy poco por los mítines o declaraciones de los políticos, la propaganda electoral y el resto de lo que se llama "campañas". (Obsérvese el parentesco de ese término con lo bélico o lo comercial). La razón no es la desgana de los votantes, sino que cada uno de ellos suele tener decidido su voto mucho antes del "día de reflexión" e, incluso, de los días de la campaña.
La disposición a participar en los comicios lleva a una consecuencia un tanto paradójica. Muchos votantes consideran que ese gesto es como una especie de liberación para no involucrarse en otros compromisos del partido de sus preferencias. Es claro que, a la mayor parte de los españoles, el fútbol o las vacaciones les interesa mucho más que la política.
La razón más corriente para votar a una u otra candidatura es que tal conducta sea consonante con lo que se estila en el grupo de referencia de los familiares y amigos del sujeto. Con todo, tal espíritu convergente no siempre se cumple. Hay, también, un voto rebelde o con personalidad, típico de los jóvenes o de las personas más politizadas.
Lo que mejor funciona es lo que podríamos llamar el "voto inercial". Simplemente, se emite una papeleta, que es la misma de los anteriores sufragios. Se da mucho por parte de las personas mayores o poco politizadas. Es el estrato de población considerado como "mayoría silenciosa".
Una conducta parecida a la anterior es la de los votantes que depositan la papeleta por una cuestión de inercia. Puede que les influyan los resultados de las encuestas. Por aquí se deduce la principal función del trabajo encuesteril: lograr que las previsiones se cumplan. Se comprenderá, ahora, que los dichosos sondeos se levanten para satisfacer las aspiraciones de los distintos partidos.
Naturalmente, hay un núcleo de electores, que emiten su voto por convicción ideológica, por disciplina de afiliados conscientes a una u otra ideología. Pero, son los menos.
Tampoco, hay que despreciar el residuo de los que eligen a sus candidatos como mal menor, a falta de otros más aptos. En ese caso, pesa más lo que el sujeto debe votar según su posición social, sexo, edad, u otras circunstancias biográficas.
En definitiva, la operación de emitir una papeleta es más compleja de lo que parece a primera vista. Lo más notorio es lo poco que influye en esa conducta la capacidad suasoria de los políticos.
