El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, se ha disfrazado de líder internacional para rendir pleitesía al dictador Xi Jinping en un viaje a China que revela las miserias de la política exterior del Ejecutivo. No ha hecho falta más que un toque de silbato para que Sánchez se haya cuadrado ante los dirigentes de la potencia más peligrosa, cruel y sanguinaria del tablero mundial. Con la excusa del pragmatismo y la defensa de la paz, Sánchez se ha prestado a un viaje que sólo demuestra el poder chino y la irrelevancia nacional.
China es una dictadura terrible sobre la que recaen algo más que sospechas en relación a la última pandemia, un régimen que incumple todos los acuerdos internacionales en materia armamentística, medioambiental y económica, un país que desprecia los derechos humanos, las más elementales libertades y cuyas despiadadas autoridades no tienen reparos en vulnerar las leyes internacionales, los tratados comerciales y las normas diplomáticas cuando no les son favorables. Un régimen que se infiltra y expande en Europa, África e Hispanoamérica vulnerando soberanías y trasladando allí donde se asienta y posa sus tentáculos aborrecibles prácticas en materia política, social, medioambiental, laboral y económica.
Desde la perspectiva china, Sánchez no es más que un títere, el tipo de compañero de viaje que el marxismo definía como el típico tonto útil que ofrece cobertura para extender en una punta de Europa la ideología y las prácticas de un régimen de terror que aprovecha los contrapesos de la política internacional para blanquearse y legitimarse.
Afirma el ególatra que le ha vendido a Xi Jinping el plan de paz de Zelenski, como si Sánchez fuera un actor global de primer orden, una suerte de primus inter pares de las grandes potencias europeas, el presidente de un país clave en el concierto internacional del que dependen factores como el fin de la guerra en Ucrania. Su osadía es mayor que su ignorancia y estulticia. La política internacional del Gobierno es uno de los mayores desastres de nuestra historia en democracia: el sometimiento a Marruecos, la irrelevancia en Europa, el apoyo a los regímenes bolivarianos y ahora la entrega sin condiciones a los designios de China.
Sánchez ha viajado a China cuando Xi Jinping regresaba de Rusia en lo que ha supuesto un espaldarazo para Putin y su intento de invasión de Ucrania. Xi Jinping no le ha dado la mano a Zelenski, sino al agresor sobre el que pesa una orden de detención internacional. Sánchez ha puesto a España de espaldas a los países que apoyan a Ucrania mientras retrasa la entrega de media docena de míseros tanques. Es conocido en España que Sánchez es un traidor. Ahora lo saben también en todos los países de la Unión Europea a las puertas de que se convierta en el presidente de turno, única razón por la que Xi Jinping le ha llamado a capítulo.
La incompetencia de Sánchez es tan dramática que la agenda económica ha brillado por su ausencia. España es uno de los países de la Unión Europea con mayor déficit comercial con China. Las empresas españolas han sufrido en China toda clase de abusos y arbitrariedades. Pero los intereses económicos de los españoles no figuran entre las prioridades del presidente. En su comparecencia ante la prensa, Sánchez ha esquivado además todos los expedientes abiertos en España. Se cree un mediador internacional cuando no es más que la punta del iceberg del "caso Mediador", el del diputado Berni y el apañador Navarro Taroconte, la inveterada corrupción del PSOE. Sánchez está a otras cosas. Se considera un actor planetario, pero sólo llega a marioneta de Mohamed VI y Xi Jinping, un paria que corre a fotografiarse con el presidente chino igual que se retrató con la bandera nacional boca abajo ante la jocosa mirada del rey de Marruecos.
El desplazamiento de Sánchez a China y su foto con Xi Jinping no son más que un viaje de todo a un euro que demuestra que Xi Jinping considera que España es otra colonia con sus correspondientes comisarías y centros de detención y tortura, como bien saben los ciudadanos chinos asentados en nuestro país.