
Cualquiera que arrastre más de treinta años cumplidos —y que conozca un poco como funcionan los partidos por dentro— lo sabe; sabe que las dos variables fundamentales que sirven para entender la lealtad inquebrantable de los profesionales de la política a las cúpulas de sus respectivas organizaciones son, primero, los tipos de interés de las hipotecas inmobiliarias y, segundo, los precios mensuales de las guarderías infantiles, comedor y transporte incluidos. Por eso ando tan seguro a estas horas de que, al margen de lo decida el matrimonio Ceaucescu a propósito de si pasan o no pasan por el tubo de Yolanda, lo que queda en pie del aparato de Podemos los traicionará.
Ocurrirá lo mismo que en su día con UPyD, cuando todos los que habían jurado lealtad eterna a la líder, empezando por sus más devotas colaboradoras, huyeron en estampida hacia las filas de Ciudadanos en busca de un puesto de trabajo estable a la vera del caballo que entonces parecía ganador. Si la vida en sí ya es dura, la política suele serlo mucho más. Y es que, allá por el muy lejano 2011, al hoy penitente Iglesias lo rodeaba un remake posmoderno del famoso clan de la tortilla, el de Felipe y Guerra; otra alegre chavalada idealista, diletante y sin ataduras vitales.
Pero, ahora, en 2023, a quien más y a quien menos le cae la cuota del piso en la cuenta del banco cada primero de mes. Y eso hace madurar de golpe hasta al más pintado de morado. Si tuviera que ofrecer un pronóstico, diría que los Ceaucescu harán lo más racional. Y, en su caso particular, lo más racional es ir por libre, sin Sumar, para rascar algo en las elecciones, por poco que sea, y después pelear a cara de perro por una cartera en el Gobierno si salen los números. Lo malo (para ellos) es que los cuadros de Podemos también harán lo más racional. Y lo más racional, nadie lo dude, es apuñalar por la espalda a Pablo y a Irene con una daga de acero inoxidable. Ya lo dijo el camarada Brecht: malos tiempos para la lírica.
