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Federico Jiménez Losantos

Cuando el 29 de mayo Pablo Iglesias despertó, Ayuso todavía estaba allí

La política tiene mucho de sueño, porque imagina factible un mundo mejor, pero suele convertirse en pesadilla cuando las ideas chocan con la realidad.

La política tiene mucho de sueño, porque imagina factible un mundo mejor, pero suele convertirse en pesadilla cuando las ideas chocan con la realidad.
Iglesias y Ayuso en dos actos recientes. | Cordon Press

El cuento brevísimo de Augusto Monterroso Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí puede significar dos cosas, no siempre excluyentes: la realidad de las pesadillas y la pesadilla de la realidad. La política tiene mucho de sueño, porque imagina factible un mundo mejor, pero suele convertirse en pesadilla cuando las ideas chocan con la realidad. Pronto hará dos años, Pablo Iglesias despertó sin haber dormido al hecho cruel de su insignificancia política. En parte, adivinada; en parte, negada. Cuando en las encuestas para las elecciones de Madrid, adelantadas por Ayuso, Podemos bajaba del 5% y desaparecía como fuerza política, le pidió a Irene Montero que se presentara, y ella dijo que no. Probó con alguna más y tampoco. Así que, aburrido de ser vicepresidente del Gobierno y de la burocracia marital, decidió inmolarse por una causa, que también era él. Sin partido, adiós plataforma personal. Eligió, pues, conservarla, que era una forma de conservarse él, siempre que la Izquierda ganase en las urnas.

El fracaso ante Errejón y la obligada dimisión

El sueño era agradable. En un gobierno de izquierdas, como Tezanos auguraba, el presidente sería Gabilondo y el Rasputín Rojo sería él. Y si se movilizaba el voto de izquierdas, esa forma de retirarse, quedándose como figura de referencia en la Asamblea de Madrid, le permitía imaginar una temporada entretenida. Naturalmente, la campaña la protagonizó y polarizó él, presentándose como el valladar último frente a Vox, el fascismo y tal, pero no tuvo la compañía de las que él había colocado: ni Irene, ni Ione, ni Yolanda, y para qué hablar de Garzón. Sólo lo acompañó Lilith Verstrynge.

Tenía un arma secreta e infalible: sus demóscopos, arrendados por Putin o Maduro, que le contarían la verdad del latido popular. Tan bien se la contaron que, cuando en la tarde del 4 de mayo, a eso de las seis, se empezó a dibujar la gran victoria de la derecha, él siguió sosteniendo que la Izquierda iba a ganar, aunque fuera por poco. A las ocho, el desastre era total, con dos agravantes: su fracaso como sabio auscultador político y la humillación de que Mónica García acaudillara la segunda fuerza, por delante del PSOE y de Podemos, o sea, de él mismo. Así que dimitió, pero no por perder ante Ayuso y Vox, sino ante Errejón. Hasta ahí podía llegar.

Casi dos años después, Iglesias disfruta de una posición singular: tiene en su mano el sabotaje a la traición de su pupila Yolanda, a la que puso en el sillón de su Vicepresidencia, y ha recuperado su poder sobre las que en 2021 le fallaron: la madre de sus hijos y su compañera de pupitre, Ione Belarra, amén de Echenique y el gineceo del ministerio de Irene, mal llamado de Igualdad, con Pam, Isa Serra y la cuchipandi neoyorquina. Pero tiene una estrategia política clara: pasar a la oposición, a la que, por otra parte, puede mandarlos el electorado en las generales de diciembre o enero. Frente a ellos, Sánchez y Yolanda —ayer Barbie Paracuellos, hoy Camarada Puñalada— creen que pueden ganar, siempre que se carguen a Podemos o, mejor, que Podemos acepte un papel de bulto electoral que se note poco. Dicho de otro modo, que Podemos abandone a Pablo Iglesias.

Yolanda ofrece a Podemos puestos en las listas de las generales, pero de los de no salir. Ellos habían pedido cinco y ni uno. Así que no sólo están con Pablo porque quieren, sino porque no los quieren Sánchez ni Yolanda.

Pensando en las generales, Iglesias y Podemos tienen una posición sólida: no iremos juntos. Es un discurso coherente: iremos solos, y a ver quién sale perdiendo más. Seguro que vosotros, que aún pensáis en ganar. Nosotros damos por hecho que estaremos en la oposición. Y aunque tengamos un grupo pequeño, será nuestro y el único que no se haya rendido a Sánchez. Los traidores oportunistas habréis perdido toda legitimidad. Y entonces os diremos lo que ahora nos decís a nosotros: no os conocemos.

El despertar del 29 de mayo: rendición u obstinación

Pero este argumentario, lleno de coherencia teórica, tendrá su prueba de fuego, es decir, de realidad, no en la noche electoral del 28 de mayo, sino en la mañana del 29, cuando cada uno y cada una, a solas con la almohada o con el almohadón, empiecen a pensar en su futuro profesional. Porque ahora son todos profesionales de la política. Cobran buenos sueldos, disfrutan de todas las gabelas y privilegios del Poder, han visto lo agradable que es tirar de dinero público para darse carísimos gustos privados, y ven francamente desagradable volver a un anonimato laboral que no es ni laboral: hipotecas por pagar, niños que criar –todos se han reproducido— y una hosca madurez, con las facturas de su paso por el poder en el horizonte.

En ese momento, Sánchez y Yolanda ofrecerán una salida selectiva. No a todos, por supuesto, pero sí a los que no quieran emprender la guerra electoral contra sus antiguos camaradas, que tienen aún muchas bazas. El primer fichaje que, en principio, deberían intentar, sería Irene Montero. No para vengarse de su ex, sino para apuntalar su liderazgo futuro. Pero eso significaría dos cosas: que Irene no tiene proyecto propio o, lo que sería aún más peligroso: que Yolanda no tiene más fuerza que la que le preste Podemos. Y sin Irene y, presumiblemente, sin Belarra, que no aporta nada, porque tiene menos apoyo y suscita el mismo rechazo que Montero, sólo veo a Pam o a Echenique haciendo de iscariotes de Iglesias. ¿Y para qué?

Y en ese momento, le tocará a Iglesias tomar una decisión: salvar a su soñadora grey sometiéndola y sometiéndose a la realidad o conservar la postura de una izquierda antisistema instalándose en una realidad virtual. Si pensara en los demás, aceptaría la realidad, como hizo hace dos años tras la humillación de Errejón. Si creyera en la sangrienta utopía comunista, debería ser a costa de su sacrificio personal, pero ese acíbar ya lo rechazó el 5 de mayo, negándose a ser un diputado regional más, del quinto partido.

Lo normal en él sería propugnar el no a la rendición ante Sánchez y predicar a diario la lucha final en el Canal Roures. Pero ¿qué pensarán los demás? ¿Quién asegura ese puñado de escaños para seguir asaltando los cielos? ¿No debería presentarse él como diputado por Madrid? ¿Qué es mejor, el sueño, aunque sea con opiáceos, o la dura realidad de la política, que pasa por sacar votos y ganar elecciones? ¿Y cómo se hace eso?

Así que, cuando el día 29 Iglesias despierte, Ayuso continuará allí.

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