
La alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, ha puesto punto final a la exageración mediática por las burlas en torno a la Virgen del Rocío y a los andaluces en TV3: es la libertad de expresión reforzada por el envoltorio humorístico. No hay más que hablar.
Sobre tal premisa, cabe preguntarse si alguien, con el mismo interés humorístico y bajo idéntico techo legal, podría encender una cámara —de una tele pública— y decir, así sin más, que Ada Colau en realidad es una oveja insatisfecha —criterio igualitario antiespecista a tener en cuenta— que se metió a alcaldesa, harta del rudo pastor castellano que la rondaba. Incluso podría darse el caso de que algún humorista llegara a la conclusión, humorística siempre, de que más bien es un gorila ruandés operado que además habla raro, como si no consiguiera terminar de engullir los ocho kilos de butifarra que devora cada amanecer.
Atendiendo a la sentencia, simple y directa, de la primera edil, debería valorarse si un guion televisivo destinado al mero entretenimiento podría insinuar, siempre con esa intención recreativa y el libre albedrío como estandarte, que Ada Colau con bata de cola es como una sepia disfrazada de pavo y que la alcaldesa bailando una sardana, con todo el respeto a las tradiciones y estamentos, es un Tiktok de Cristóbal Colón tendiendo la ropa.
Habría que preguntarse, de igual modo, si sería factible montar una parodia en la que a la regidora le tira de sisas el uniforme de la Gestapo cuando se agacha para vender casetes de Manolo Escobar en el top manta, entre jeringuillas, ratas y vómitos. Bien contado, con atrezo de primera y con el decorado oportuno —natural, en el caso del top manta barcelonés— podría resultar de lo más gracioso, inocente y democráticamente higiénico, según la tesis de la propia Colau. Y hasta algún cómico radical podría titular el espacio Visca Catatonia, pero siempre desde el respeto y el humor que vertebran nuestra cordial España plurinacional.
O a lo mejor, si sucediera contra ellos eso que Colau considera normal contra el resto, perseguirían a esos humoristas y guionistas como han hecho con la enfermera purgada por quejarse del "puto nivel C". Andaluza, claro. Porque en Cataluña, la libertad de expresión no es derecho sino privilegio unidireccional de una élite genéticamente pura. Sólo unos pocos pueden hacer gracia insultando y, por descontado, perseguir al que no se ría con ellos. Perseguir de verdad, hasta la confesión forzada y la conversión. Y si se trata de un salvaje sin evangelizar de la colonia periférica andaluza, previo escarmiento público.
Lo resume a la perfección Pablo Planas, que lo ve y sufre. No les ha hecho gracia la queja de Begoña, la enfermera colegiada en Sevilla que no piensa estudiar catalán avanzado. Y es que no tenía gracia. Ahora se ve obligada a salir de allí. No hará falta recordar que ni es la primera ni será la última. Son cientos de miles.
Ahora también van a por Milagros, la gallega del quiosco que lleva más tiempo en Barcelona que todos los racistas juntos que rabian porque ha salido por la tele hablando español. Y con acento gallego. Unos cuantos ya la quieren echar "a su país". Vende frutos secos, chucherías y se ve a la legua que aguanta viento y mareas.
Las enfermeras indepes no tuvieron riesgo de expediente por proclamar la doctrina estelada desde el mostrador de guardia. Los zombis de Òmniun, que te cogen del cuello si no rotulas en catalán, tampoco. Y en los altares del 1-O —literales, no metafóricos— las colas no se formaron para comulgar sino para votar, voto sagrado con el párroco oficiando de apoderado de ERC sin quitarse la casulla. Urnas en el sagrario. Silencio episcopal nacional. Lo malo es la virgen del Rocío, Begoña la enfermera y Milagros la quiosquera, que desentonan en el paisaje de pureza catalana.
Nunca veré TV3 porque no me gusta. Y bajo ese criterio suelo tolerar cosas que, por ofensivas, otros prefieren prohibir o resolver mediante querella. Pero el problema real llega, además de por el carácter público de la cadena que debió cerrarse por formar parte de un golpe de Estado, cuando los que se creen graciosos persiguen, amenazan, acosan y hasta expulsan a sus críticos. Es terrorismo. Y por ahí no debemos pasar nunca. Su aconfesionalidad es quemar iglesias y su patriotismo es eliminar a los que sorprenden por la noche sin la preceptiva antorcha, fuera de la tribu. No, no tiene gracia. Y cuando, por puro miedo, amplían la broma a la Moreneta o a Mahoma, tampoco.
Este año, el Rocío cae a finales de mayo, en plenas elecciones municipales y autonómicas. Seguro que gracias a los graciosos se llena más que nunca por aquello de los efectos positivos de las campañas de acoso. Ellos no lo verán por TV3 pero no tendrán más remedio que verlo porque estará por todas partes.
Por si hubiera algo de desconocimiento en sus burlas, podría plantearse una campaña de divulgación cultural enviando a TV3 los mejores vídeos de la romería, que este año tendrán más valor que nunca. Anímense, almonteños y rocieros todos.
Y los que no puedan ir de romería, que se arranquen con dedicatorias de apoyo a Begoña, a Milagros, al niño de Canet, a todos los que resisten y a los cientos de miles que tuvieron que irse o que cayeron. Todo con ánimo meramente divulgativo y observando estrictamente la libertad de expresión como nos enseña la alcaldesa Colau. Faltaría más.
Que conste que no será nada fácil ayudarles. En su página de contacto con los posibles televidentes dicen así:
Quedan fuera del ámbito de actuación del Servicio de Atención a la Audiencia las consultas personales, consideraciones de carácter subjetivo y mensajes en cadena, no respondiendo mensajes ofensivos.
¿Hay "mensajes ofensivos" para TV3? ¡Caray, Colau!


