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Los lacayos sindicales del sanchismo

No cabe extrañarse de que estas organizaciones de palmeros del comunismo estén sumidas en un desprestigio pavoroso.

Cuando gobierna la izquierda, las movilizaciones sindicales desaparecen de las calles mientras que las citas ineludibles como el Primero de Mayo se convierten en una catarata de elogios al Gobierno por su extraordinaria labor. Es lo que ocurrió ayer en los actos reivindicativos del Día del Trabajo, en los que los dos grandes sindicatos de izquierdas dedicaron sus principales soflamas a incensar al Ejecutivo socialpodemita en presencia de la vicepresidenta Yolanda Díaz y algún otro ministro, lo que explica muy bien por qué la izquierda se derrumba en las encuestas y los llamamientos de sus sindicatos de carril ya no consiguen convocar ni siquiera a su personal liberado.

Resulta obscena la camaradería y las lisonjas de los dirigentes de UGT y CCOO a personajes como Yolanda Díaz, responsable de Trabajo del Gobierno con más paro de toda la OCDE y de haber institucionalizado el maquillaje estadístico para tratar de colar como empleados a medio millón de trabajadores que apenas cotizan unas pocas semanas al año. El Gobierno de Sánchez ostenta también el récord de la mayor cifra de paro juvenil de Europa y la mayor caída de salarios reales de la historia a causa de la inflación galopante provocada por su errática política económica. Las consecuencias de la gestión del sanchismo para la clase trabajadora han sido devastadoras, pero UGT y CCOO celebran el desastre como una gesta positiva, porque hace décadas que dejaron de disimular y su única preocupación se reduce a hacer política izquierdista.

Pero los dos sindicatos de izquierdas no solo perpetraron la obscenidad de rendir pleitesía al Gobierno que más ha perjudicado en los últimos años a la clase trabajadora. También actuaron como perros de presa del sanchismo contra los empresarios, a los que se culpa de todos los males de nuestra economía ante el aplauso de los ministros allí presentes, un espectáculo vomitivo que solo podía protagonizar la clase sindical más sectaria y genuflexa de toda la UE.

Ni las elevadas cifras de paro, ni la pérdida de poder adquisitivo, ni los grandes retos para el mercado laboral fruto de la creciente digitalización que vive la economía mundial interpelan a esta casta privilegiada de funcionarios sindicales. Su única preocupación es que siga gobernando la izquierda a toda costa. No cabe extrañarse de que estas organizaciones de palmeros del comunismo estén sumidas en un desprestigio pavoroso y que sus convocatorias de actos públicos, otrora multitudinarios, se traduzcan año tras año en monumentales fracasos.

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