
Supongo que, dado que es muy difícil ser único en opinión, en valoración de gestos y actitudes, esta pregunta se la habrán hecho muchos españoles, con frecuencia nada desdeñable, pero muy oportunamente tras el primero de mayo, festividad dedicada al trabajo.
Es difícil concentrar en unas breves líneas, la serie de consideraciones que brotaban del bochornoso espectáculo de la tradicional manifestación de tan memorable fecha. El bochorno enraizaba en el ridículo de sindicatos y gobierno unidos contra los empresarios, y más lejos que nunca de los parados, ausentes en la manifestación.
Un ridículo, sólo comparable al espectáculo, recordado por los más ancianos, de cuando en los fastos de esa misma conmemoración, por allá por los años sesenta –entonces festivos, hoy conflictivos–, veíamos coincidir a quien todo lo podía en España, se entiende que en el orden temporal, es decir el Jefe del Estado, y el Delegado Nacional de Sindicatos y Ministro Secretario General del Movimiento, señor Solís Ruiz. Poder sindical y poder de gobierno, de la mano en ambos casos.
Juntar a quien vocifera sus pretensiones contra el empresariado, con aquel que tiene la sartén –el Boletín Oficial del Estado– por el mango, para darles satisfacción, es un espectáculo aceptable en lo folklórico, pero deleznable ante causas que merecen el máximo respeto, con independencia de cual sea el resultado final de sus pretensiones.
Si aquel Jefe de Estado podía garantizar la aprobación de las leyes necesarias para solucionar los problemas planteados –por adhesión incondicional–, el "sanchcomunismo" de hoy, con sus ministros/ministras presentes, tiene, si no un poder total para la promulgación de leyes, sí al menos la adhesión incondicional suficiente en el Congreso, para aprobar aquellas que desee que se aprueben. Las adhesiones incondicionales, muestras evidentes son de las dictaduras. Así las cosas ¿para qué la manifestación? ¿Para hacerse visibles, en campaña, a cualquier coste?
El más benévolo de los observadores considerará que, las comparecencias político-sindicales a la manifestación eran, cuando menos, redundantes, porque exhibiendo unidad –Sindicatos y Gobierno– como bien interpretaron los medios, uno de ellos sobraba.
Más aún, cuando en la Encuesta de Población Activa, suponiendo que sea verdad lo que dice, considera la destrucción de empleo una enfermedad de nuestra economía. En el primer trimestre del año, se han llegado a destruir casi 104 mil empleos/personas, que pasan a engrosar las cifras del paro de fin de año, llegando al 12,8% la mayor de la U.E..
Distrayendo la atención, inciden en el llamado paro de larga duración, cuando es sólo una anécdota; también en paro juvenil –menores de 25 años– somos el segundo país de la U.E. con mayor tasa de desempleo (29,5%).
¿Es casual este panorama tan sombrío? En absoluto; es resultado de las erróneas políticas económicas del gobierno "sanchcomunista". Aunque, puestos a mentir, ministros y ministras, proclamen el éxito de su gestión, suscribiendo que hay que subir salarios, bajar precios, repartir beneficios. ¿Y si hubiera pérdidas, se repartirían también? Porque, subir costes y bajar precios…
¡La proximidad de elecciones, nunca será excusa suficiente para tanta demagogia!
